jueves, 20 de diciembre de 2007

16. Encuentro

16Carla bañó a Joel y le preparó la cena. Lo dejó cenando con la canguro mientras ella corría a la ducha. Después lo acostó. Debía estar rendido, porque se durmió enseguida. Terminó de arreglarse. Antes de salir dio instrucciones a la canguro de llamarla ante la mínima eventualidad.

Había quedado con Diego a las 9:00, cenarían en su hotel. Estaba muy cerca de su casa. Diego lo habría elegido seguramente por eso. El restaurante cerraba a las 10:00, tendrían el tiempo justo para cenar. Cuando llegó eran las 8:45. ¿Qué hacía? ¿Le esperaba en el restaurante como habían quedado? ¿Iba a su habitación a buscarle? Tenía ganas de verlo. Le hubiera gustado ir a recogerlo al aeropuerto, como hizo él, pero su hijo era lo primero. Se lo dejó bien claro. Diego iba empezando a conocerla, sabía cuando no admitía discusión sobre algo. Lo sensato sería esperarle en el restaurante, pero con él había perdido la sensatez hace mucho. Fue a su habitación.

Diego acababa de salir de la ducha. Cuando abrió la puerta llevaba puesto el albornoz del hotel y, en la mano, el tubo de gomina. No la esperaba. Carla le besó. "Te he echado de menos", le susurró. Diego, sorprendido, no dijo nada.

Carla se fijó en el tubo. Con una sonrisa: "Parece que he llegado justo a tiempo."

Diego se rió: "¿Tanto odio le tienes a la gomina para subir a evitar que me la ponga?"

Carla, mirándole a los ojos: "A la gomina, a tus trajes negros y a tus oscuras corbatas."

Diego, irónico: "Ya veo, ya." Metiendo el tubo en el bolsillo del albornoz: "En ese caso querida, estoy en clara desventaja." Empezando a desabrochar el chaquetón que llevaba Carla: "Y si hay algo a lo que estoy acostumbrado es a jugar con ventaja." Besándola terminó de despojarla del chaquetón, que cayó al suelo.

Carla protestó levemente: "Diego, la cena."

Lo bueno de volar en Business era que daban catering, de avión obviamente (haciendo referencia a la calidad del mismo). Por su parte, podía saltarsela. Ella no debía de tener mucha hambre si había subido a verle.

Buscó la cremallera del vestido color chocolate que llevaba Carla. Esta vez la encontró en la espalda. ¿Por qué diablos no las ponían todas en el mismo sitio?

Carla insistió: "Tenemos reserva. No creo que podamos volver a cenar aquí si no aparecemos."

Diego ya había bajado la cremallera: "Algo que el dinero puede solucionar fácilmente." Le quitó el vestido deslizando suavemente las manos sobre sus hombros y besándola en el cuello.

Carla cerró los ojos disfrutando la caricia. Definitivamente dio la cena por perdida. Deshizo el nudo del cinturón del albornoz. Le besó y empezó a quitarselo muy despacio.

Diego se separó un instante: "Un detalle más". Le soltó el pasador que llevaba para recogerse el pelo.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

15. De visita a las Viejas Glorias

El domingo por la mañana
Diego despertó solo en la cama de Carla. Esta vez sabía perfectamente dónde se encontraba.
Ella estaba de pie frente a la ventana. A estas alturas, Diego tenía una ligera idea de lo que eso significaba.
Incorporándose: “Veo que sigues enfadada.”
Carla se dio media vuelta: “¡Y no te imaginas cuánto! Estoy enfadada conmigo por haber vuelto a caer en tus garras.” (Categórica) “Creo que quedó claro anoche pero, por si acaso, insistiré. La próxima vez que decidas jugar conmigo, no te molestes en llamar a mi puerta. Puedes echarla abajo si lo deseas porque, seguirá cerrada.”
Diego se burló: “No sabía que se te daban tan bien las amenazas.”
Carla: “Puedes pensar lo que quieras. Estoy hablando muy en serio. Dicen que a la tercera va la vencida, y tú ya has gastado tres oportunidades más de las que debería haberte dado, que era ninguna.”
Diego se rió: “La señora, de lo que hace por las noches, se arrepiente por las mañanas.”
Carla: “La señora, no se ha arrepentido nunca de sus noches, hasta ahora.”
Por mucho que ella renegara, la noche anterior había sido la de siempre. Diego estaba de un humor excelente. No tenía ganas de discutir. Se levantó, se acercó a ella y le preguntó: “¿Qué tal si, por una vez, desayunamos?”
Carla le miró entre sorprendida y enojada. Mucho se temía que sus advertencias hubieran caído en saco roto. Al menos el despertar de Diego se diferenciaba considerablemente de los últimos. ¿Buena señal? Le preguntó: “¿Qué te apetece? (Con ironía) Las sirenas con hijos solemos tener la nevera y la despensa llenas.”
Diego sonrió: “Un café con lo que tengas me vale.”
Carla: “Entonces puedes elegir entre galletas integrales, cereales infantiles o tostadas con mantequilla y mermelada de naranja.”
Diego la abrazó: “Tendré que quedarme con las tostadas.”

Cuando estaban desayunando, Diego se acordó del detalle que siempre se le olvidaba: “¿Y tu hijo?”
Carla: “Con su padre. No te hubiera dejado pasar con Joel en casa. Aún no me he perdonado lo de aquella ocasión.”
Diego no hizo ningún comentario.
Carla continuó: “De hecho, también se irá con su padre el próximo fin de semana. George se ha saltado un par en los últimos meses y decidió compensar a Joel con dos seguidos.” Carla pensó que el interés de su marido podría ser el fastidiarla, sabía que no quería pasar el siguiente sin su hijo.
Diego se acordó de la única norma que se había impuesto. Carla no debía regresar a su terreno. Nada de nuevos encuentros en Madrid. Debía mantenerla apartada de su vida diaria. ¿La solución? Establecer como costumbre un terreno neutral cada vez que su hijo no estuviera en casa. No sería muy galante por su parte una negativa rotunda, ante una sugerencia de Carla de ir a verle a Madrid, uno de esos fines de semana. Lo mejor sería evitar la tentación. “Podríamos ir a algún sitio.”
Carla le miró extrañada.
Diego intentó pensar en los sitios típicos a los que se llevaba a una amante: “Paris, Roma, …”
Carla no sabía cómo interpretar la propuesta. Un tanto molesta: “¿No se te habrá ocurrido la feliz idea de intentar contentarme con un viaje de fin de semana?”
Diego se rió. Con ella no. Había viajado por media Europa, y seguramente por medio mundo, en su etapa de modelo. Intentar comprarla con un viaje sería absurdo. De todas formas bromeó: “Todo el mundo tiene un precio, sólo tendría que averiguar cuál es el tuyo.”
Carla, irritada: “Te aseguro que todo tu dinero no podría pagarlo.”
Diego continuó con la broma: “¿Estás segura?”
Lo que había contrariado a Carla era que, él, podría ser el único hombre de su vida que no hubiera pagado su precio antes de entrar en su cama. Prefirió alejar el tema: “Lo consideraré. George puede cambiar de opinión. No sería la primera vez que lo hiciera. En cualquier caso, lo organizaría yo.”
Diego pensó lo mismo, lo mejor sería abandonar la cuestión: “Entonces, ¿qué le apetece hacer hoy a la señora?”
Carla puso cara de incredulidad, seguramente no acababa de oír bien. Sarcástica: “¿No tienes que correr a coger el avión de vuelta?” Normalmente era lo que él hacía, salir a toda velocidad de su cama.
Diego soltó una carcajada: “No. Dado que la señora está libre, pensaba pasar el día con ella. Pero, ya veo que la proposición no le ha hecho gracia.”

El martes, en el despacho de Diego
Carla le llamó por teléfono: “George me ha confirmado su intención de quedarse con Joel este fin de semana. ¿Sigue en pie tu propuesta del viaje o, te has arrepentido?”
Diego. “No he cambiado de opinión.”
Carla: “Entonces te comunico que he elegido… Roma. (Burlona) Allí podrás hartarte de ver viejas glorias, ya que tanto parecen gustarte últimamente.”
Diego, con el mismo tono que ella: “No sabía que la señora era, además, rencorosa.”
Carla: “No lo soy.” Simplemente le gustaba pincharle. “Para que te quedes tranquilo, te informo de que respetaré tus gustos sibaritas. Por experiencia sé que los hoteles en Roma suelen dejar bastante que desear. Reservaré un cinco estrellas.”
Diego no pudo evitar una sonrisa, no había quien pudiera con ella. Era uno de los motivos por los que le gustaba.

El viernes, en el aeropuerto de Roma
Diego llegó en un vuelo anterior. La esperó en el aeropuerto impaciente. No le gustaban las esperas pero, lo cierto es que esta vez su impaciencia se debía, aunque no lo reconociera, a que tenía ganas de verla. La divisó a lo lejos, con su paso elegante, "años de pasarela" supuso Diego, y el disfraz de ejecutiva que tan bien le sentaba.
Cuando llegó a su altura, Carla le saludó con una sonrisa: “Señor de la Vega.”
Diego, divertido: “Señora Marín.”

El sábado por la mañana le despertó a las 7:30 para ir a ver la Capilla Sixtina. Diego rezongó, ya había estado.
Carla le respondió: “No lo dudo. Pero, conociéndote, lo que sí pongo en duda es que la hayas disfrutado. La Capilla Sixtina merece sentarse y recrearse con cada detalle.”
Finalmente Diego accedió pero, únicamente para demostrarle lo equivocada que estaba. A cabezota, no le ganaba. Malhumorado, tuvo que hacer cola a la entrada de los Museos Vaticanos. No era un hombre acostumbrado a esperar colas precisamente. Carla parecía entusiasmada, así que probó a hacer lo que ella le aconsejaba. Se sentó y contempló lo que a Miguel Ángel le había costado pintar años. Estuvieron allí casi dos horas, hasta que se la llevó a rastras a otra sala, también abarrotada. Lo cierto es que ella tenía razón, esta visita no tuvo nada que ver con la que realizó tiempo atrás.

Por la tarde, en el foro romano, Carla le dijo: “Señor de la Vega, creo que debo contarle algo. Hoy es el cumpleaños de esta vieja gloria. (Con sutileza) Rodeados de ruinas de cerca de 2000 años, no me importa confesarle mi nueva edad: 38.”
Diego la miró. Nadie lo diría.
Carla continuó: “Para celebrarlo, le invito a cenar en uno de los mejores restaurantes de Roma. Espero que le guste. Le advierto que para conseguir la reserva he tenido que emplear (con un guiño) todo mi encanto.”

Diego había viajado mucho, la mayor parte primero por estudios y, luego, por negocios. No se viaja a demasiados sitios por placer cuando se está solo. Este viaje con ella fue distinto, lo había disfrutado. Lo que no había esperado era que Carla hablara italiano. Su respuesta fue una risa y un "me alegra saber que aún guardo algún pequeño secreto".

martes, 4 de diciembre de 2007

14. Piltrafa

Cuando Diego llegó al piso de Carla, no la encontró en casa.

Si la cara era el espejo del alma, Joanna no necesitó preguntarle nada a Carla el lunes siguiente al fin de semana en Madrid. Su cara lo decía todo. Por lo que veía, había más de un imbécil por el mundo. Pasada una semana, Carla seguía decaída. Joanna tenía claro que no iba a quedarse de brazos cruzados. Le propuso salir con ella y unos amigos el sábado: “No admito un 'no' por respuesta. No tienes excusa para quedarte en casa. Joel está con su padre este fin de semana.”
Carla aceptó, al fin y al cabo, le vendría bien despejarse un poco.
Joanna insistió: “Nada de unos pantalones y un jersey. ¡Qué te conozco! Quiero verte guapa.”
“Está bien”, le había respondido Carla, “pero, me retiraré pronto.”
Joanna: “Como quieras. Pero, al menos, sal.”

Diego no había contado con aquello. ¿Dónde diablos estaba?
Al poco llegó Carla, muy elegante, tal y como le había prometido a Joanna.
Reparó en ello. No iba a tolerar que otro caballerete inglés se quedara con ella. “¿Dónde te habías metido?” La increpó.
Que Diego estuviera esperándola a su puerta, era algo que a Carla no se le había pasado siquiera por la cabeza. Le dirigió una mirada glacial y le respondió con frialdad: “Hace falta mucho descaro, señor de la Vega, para presentarse de nuevo en mi casa. Por no hablar de pedir explicaciones. Que yo sepa, no le he dado derecho a ello.”
Diego se acercó a ella irritado: “¿Ah, no?”
Carla no se preocupó en contestar a su pregunta. Abriendo la puerta de su casa: “¿Has venido a degustar la gastronomía londinense? Te advierto que no merece demasiado la pena, a no ser que te pirres por el 'kidney pie'. A mí me repugna.”
Carla no quería dejarle entrar, pero, como en la última ocasión, no le apetecía montar una escena en el descansillo para escándalo de todos los vecinos. Diego pasó tras ella. Se quedaron en el recibidor.
Diego, molesto: “¿Siempre eres tan graciosa?”
Carla, con enfado: “¿Qué quieres entonces? ¿No imaginarás que voy a permitirte otro revolcón en mi cama?”
Diego: “No pretendo un simple revolcón.”
Carla, sarcástica: “¡No me digas que te ves otra vez con fuerzas para dos! ¡Y después del viaje! Ya veo que estás en plena forma.
Diego intentó agarrarla enfadado. Carla lo esquivó.
Diego: “Tengo intención de verte todos los fines de semana.”
Carla: “Me parece que esta vez es el señor el que se tiene en muy alta estima. ¿Qué te hace pensar que a mí podría interesarme semejante… 'oferta'?”
Diego, seguro: “Que no te acuestas con cualquiera y conmigo lo has hecho unas cuantas veces.”
A Carla le molestó profundamente ser tan transparente: “Puede que esta vez se equivoque, señor de la Vega.” Con rabia añadida: “Como ya le dije una vez, si quisiera revolcones, los tendría. Y dudo mucho que me hicieran sentir como una piltrafa a la mañana siguiente.”
Diego sabía que se refería a la última mañana en su casa. Su comportamiento fue impresentable. Podría haberse dado una ducha rápida y haberla dejado en su hotel. No le hubiera llevado más de diez minutos. Ella no merecía sentirse como una piltrafa. Intentó besarla.
Carla le rechazó: “¿Qué supones que estás haciendo?”
Diego: “Enmendar lo que pasó el último día en mi casa.”
Carla, con enojo: “¿De veras crees que es tan sencillo?”
Diego: “Contigo, no.”
Carla, tajante: “No he sido el juguete de nadie en mi vida, y no estoy dispuesta a ser el tuyo.”
Diego: “No estoy jugando.”
Carla, terminante: “No opino lo mismo. Estás muy equivocado si piensas que puedes tomarme y dejarme cuando te venga en gana.”
Diego: “Esta vez no.”
Carla: “A mí me parece que sí, Diego”.
Diego, mirándola a los ojos: “No.”
Carla, firme: “Más te vale tenerlo claro.”
Diego pensó que la leona estaba prácticamente vencida: “Lo tengo.”
Pero, no tanto como él creía.
Carla: “Quizá, la que no lo tenga claro, sea yo.”
Diego intentó aproximarla a él. Ella se separó: “Las cosas no son tan fáciles. No puedes ir por la vida creyendo que puedes hacer tu santa voluntad, sin importarte nada los demás.”
Eso era precisamente lo que Diego había hecho siempre. No podía admitir que ella significaba algo para él. Pero, o lo hacía, o se le escapaba y, después de llegar hasta allí, no iba a consentir que eso sucediera: “Tal vez, ahora me importes tú.” (Le costó un mundo.)
Carla: “Permíteme que lo ponga en duda.” No le dejó acercarse. “¿Quién me garantiza que por la mañana no me tocaría otro enfado? ¿O que, a lo mejor, no intentaras echarme de mi propia casa?”
Diego se rió ante lo último: “Incluso yo, tengo ciertos límites.”
Carla cerró un instante los ojos, respiró. Rotunda: “Voy a volver a repetírtelo, Diego. Si lo que pretendes es jugar conmigo, haz el favor de darte la vuelta y no aparecer nunca más por mi vida.”
Diego consiguió cogerla: “Me quedo.”
Carla, negando con la cabeza: “No tan deprisa. No he dicho que te haya creído o que esté de acuerdo con lo que me propones.”
Diego sonrió, después de todo, una leona no podía darse tan fácilmente por vencida. La besó. Al separarse le preguntó más suavemente: “¿De dónde vienes?” Necesitaba saberlo.
Carla le miró: “Del teatro.”
Respiró aliviado.

Diego no se había percatado de algo. Carla acababa de intentar darle una lección: no podía pasar por encima de la gente como hacía él.

lunes, 3 de diciembre de 2007

13. Caldo de dioses

El fin de semana siguiente Diego volvió a dedicarse a la caza. Esta vez en exclusiva. Aquella semana había estado un tanto nervioso y necesitaba liberar tensiones.
A estas alturas del año, último fin de semana de marzo, la veda mayor estaba cerrada. La única que estaba abierta era la caza del corzo en Andalucía. El fin de semana anterior había salido del hotel de Carla de madrugada. Tuvo que conducir de ida hasta Jaén, donde tenía lugar la cacería, y luego de vuelta a Madrid, para estar con ella. No podía decir que no hubiera merecido la pena. Esta vez se quedaría todo el fin de semana.
Cuando abatió la primera pieza no pudo evitar acordarse de la mirada de reproche que Carla le había dirigido el sábado anterior. Estaban en el ascensor del hotel, bajando para ir a cenar, cuando Carla le preguntó: “Por cierto, ¿le has perdonado la vida a algún animalito como te pedí?”. “Por supuesto que no”, le respondió él muy serio. “Mal, muy mal, señor de la Vega”, le había replicado ella.
En ese instante supo que se le había fastidiado la cacería pero, no quería volver a Madrid. Por la tarde, hubo alguien que le preguntó con sorna si esta vez no tenía ningún “asunto pendiente”. Respondió bastante malhumorado que no, mientras pensaba que "el asunto pendiente” estaba en Londres y allí era donde debía permanecer.

La semana siguiente no fue mucho mejor que la anterior. Esta vez acudió al gimnasio el sábado por la mañana para descargar adrenalina golpeando el punch. Después, fue a comer a su restaurante acostumbrado.
Tras pedir la comida, el maître le preguntó: "¿El crianza de siempre, Don Diego? "
Diego le respondió: "No, hoy, tomaré un reserva. "
Maître: "¿Le traigo la carta de vinos?"
Diego: "No, tráigame un tinto Rioja Marqués de Riscal. "
Maître: "Por supuesto. "

Diego se dispuso a disfrutar del vino. Era un vino de un color intenso, sin manchas, característico de un vino selecto. Lo acercó a su nariz para obtener una primera impresión. Movió ligeramente la copa y volvió a olerlo. Un vino con bouquet, un aroma intenso y lleno de matices. Lo probó. Suave pero, con un sabor que perduraba. Definitivamente, un vino excelente.
Se decía que con una copa de vino se podían evocar muchas sensaciones. A él, aquella copa de vino, le recordó a Carla. Carla era como aquel vino, hecho con una uva excelente y mejorado con los años. Había mantenido la belleza sin artificios de la alegre muchacha que conoció y ganado en cualidades. Era la mujer divertida, cuya compañía era un placer; la ejecutiva inteligente, eficaz en su trabajo; la leona que le plantaba cara. Sin olvidar, a la amante apasionada o a la mujer deliciosa de su dormitorio. Una mujer cuyo sabor persistía como el del vino que acababa de degustar.

Para apreciar las cualidades y virtudes de un vino, éste debía saborearse y beberlo lentamente. Él había pretendido beberse a Carla de un trago.

Un buen vino debía tratarse con mimo y cuidado. La forma en que prácticamente la había echado de su casa, sus ojos, aquel “adiós, Diego”, parecían indicar lo contrario.

Sonó su móvil, era Nicky. Nicky no le interesaba en absoluto, silenció la llamada.
Las mujeres para él habían sido siempre un mero entretenimiento. Nunca le había importado excesivamente saltar de una amante a otra. Mujeres había muchas. Como Carla no había encontrado demasiadas. Si no había tenido una relación con una mujer había sido por dos motivos: uno, no quería distracciones y dos, nunca había encontrado una que le llamara realmente la atención. La única de sus amantes que le había gustado, someramente, era Anna. Siguiendo con la comparativa con vinos, Anna era un crianza estupendo, con aroma y sabor pero, sin llegar a la complejidad ni a la fineza de un reserva. Cada vino tenía su momento y su plato. A él, lo que le apetecía en este momento, era deleitarse con un buen reserva. (Con una sonrisa de ironía) ¿Por qué negárselo?
Carla le gustaba. Motivo número dos. En cuanto a la primera razón, la distracción sobre sus intereses, ella era ideal. ¿Qué podría estorbarle en su vida diaria una amante a más de mil kilómetros, a la que sólo vería los fines de semana? El error fue quedar con ella en Madrid. Con mantenerla a distancia sería suficiente.

Diego cogió el primer vuelo de la tarde hacia Londres. Después de la despedida del último día, en vez de la mujer encantadora de hace dos fines de semana, esta vez le tocaría enfrentarse a la leona, que le gustaba tanto o más que la primera. La leona no podía ocultar la atracción que sentía por él. No preveía grandes dificultades para volver a convencerla.

viernes, 23 de noviembre de 2007

12. Sin normas

La cena con ella, como siempre, excepcional. Al salir del restaurante, le propuso tomar algo.
Carla le miró: "Diego, ¿no estás agotado después de la montería? ¿No sería mejor que nos retiráramos?"
Sí, estaba cansado pero, le habían incomodado las insistentes miradas que otros hombres le habían dirigido a Carla en el restaurante, aunque ella no pareció darse cuenta de nada. Necesitaba una copa. No se le pasó por la cabeza que esa, era la peor idea que se le habría podido ocurrir.
Estaban tomando algo, ella, como siempre, sin alcohol, cuando le sonó el móvil. No tenía ninguna intención de cogerlo pero, volvieron a insistir y viendo el número, no le quedó más remedio que atender la llamada. Le dijo a Carla que tenía que salir un momento.
Carla se quedó sola. Esperaba que Diego no tardara demasiado, era consciente de que, con aquel vestido, llamaba la atención. No era provocativo, jamás se lo hubiera puesto, simplemente sugerente. Lo había comprado con Sandra en enero. Le gustó en cuanto lo vio pero, no era nada adecuado para ir a la oficina o al parque, que eran básicamente las únicas salidas que hacía. Sandra le instó a que se lo probara y luego, a que lo comprara: con aquel vestido le iba a dar un infarto a más de uno, sobretodo a su marido, por imbécil. Al final acabó comprándolo aunque, siempre pensó que el vestido no saldría nunca del armario.
Diego parecía demorarse y finalmente, otro tiburón decidió acercarse ante la posibilidad de abordar semejante presa. Diego apareció cuando Carla le decía muy seria: "Le ruego que no insista. Además, ya le he dicho que no estoy sola."
Diego sintió encenderse al ver a aquel petimetre y le dijo muy seco: "La señora acaba de indicarle que la está molestado." Tenía una pinta bastante fiera y, el aspirante se alejó rápidamente.
Carla le sugirió que deberían irse. Él estuvo completamente de acuerdo.
De camino al coche, esta vez había traído el Jaguar, le hervía la sangre con sólo imaginarla con otro hombre. Era la primera vez que la sangre le bullía de aquella forma por algo que no fuera su ambición de dinero y de poder.
Diego no se dirigió al hotel. Cuando paró el coche, Carla le preguntó: "¿Dónde estamos?"
Él respondió: "En mi casa."

Diego despertó, como de costumbre, solo en su cama. Pero, esta vez su almohada olía a ella y un "buenos días" sonó en la habitación. Carla estaba acurrucada en su butaca. ¿Ella no dormía nunca?
En esta ocasión se había saltado con ella todas sus normas pero, no le merecía la pena enfadarse. No, tras lo de anoche y, sobretodo, porque después de aquel día, ella regresaría a Londres y, simplemente, se acabó, no habría más.
Se fijó en que Carla se había puesto la camisa que llevaba él la noche anterior. Ninguna de sus eventuales amantes había hecho algo así. Él no les daba esas confianzas y, digamos que, a ninguna le había dado tiempo a ello. No le agradó, no estaba acostumbrado a que nadie tocara sus cosas pero, intentó restarle importancia.

Cuando él despertó, Carla estaba intentando poner orden en su cabeza. La pasada noche, Diego, apenas cerrar la puerta de su casa, había empezado a besarla apasionadamente. No dejó de besarla mientras la llevaba hacia su dormitorio o le desabrochaba el abrigo, que quedó tirado en alguna parte. Aquel repentino ardor la pilló totalmente desprevenida, al principio se sobrecogió pero, al final reaccionó. El abrigo y la chaqueta de Diego siguieron el mismo camino, se los quitó ella. Su vestido no cayó en el trayecto porque Diego no encontró la cremallera, camuflada en un lateral. Ya en la habitación, Diego seguía intentando despojarla de su vestido.
"Espera", le susurró ella. Necesitaba respirar. Bajó la cremallera y cerró los ojos mientras el vestido de seda se deslizaba hacia el suelo. En aquel momento tuvo la sensación de que se había desprendido de algo más que de su ropa y se sintió sumamente vulnerable. Abrió los ojos. Diego la miraba como si fuera la primera vez que la viera, se acercó a ella y le dijo: "Eres...". No continuó, como si no hubiera encontrado la palabra que buscaba. Volvió a besarla. "Única", le dijo.
"Única", recordó Carla, aquella noche había sido única. Había habido algo diferente en la forma en que él la había mirado, besado… Y ella, ella estaba de todo menos cuerda. ¿Qué iba a hacer ahora que estaba atrapada?

Carla vio despierto a Diego y le dijo simplemente "buenos días". Le hubiera gustado acercarse a él, besarle. Pero, Diego no parecía tener muy buen despertar, el beso que le había dado la mañana anterior no tuvo buena acogida. Y aquella mañana, ella se sentía frágil, sin ánimo para un rechazo.
Se dio cuenta de que él miraba la camisa. "Lo siento", le dijo, "tenía frío. Mi vestido no abriga demasiado." No creyó que a él pudiera molestarle, no después de lo que habían compartido la noche anterior. Tras ponérsela pensó en su abrigo pero, por alguna razón, no se atrevió a salir de la habitación. Se quedó pensando en la butaca.
Carla, levantándose: "Hubiera podido preparar el desayuno pero, no sé si los solteros recalcitrantes tenéis algo de comer. Además, no quería tocar nada." Estaba segura de que a Diego no le hubiera gustado que ella merodeara por la casa.
Diego no solía desayunar en casa. Estaba de mejor humor que las otras veces, le propuso desayunar fuera.
Carla: "Tengo que pasar por el hotel para cambiarme y recoger mis cosas." Ante la mirada interrogante de Diego, quitándose la camisa: "no puedo ir por ahí como Julia Roberts en Pretty Woman". Diego no parecía entender que no podía ir a desayunar vestida en traje de noche.
En ese momento sonó el teléfono. Diego cogió el inalámbrico que había en la mesita, el número era el mismo de anoche. Seguramente habían llamado al móvil, que estaba en el bolsillo de su abrigo en alguna parte de la casa y, al no cogerlo, llamaron al fijo. Al colgar le dijo a Carla: "tengo que solucionar un asunto urgente."
Parecía despedirla de su casa. Carla: "No te preocupes. ¿Puedes pedirme un taxi, por favor?"
Diego asintió. Tras la llamada le comentó que el taxi llegaría en unos minutos.
Carla se puso sus zapatos de tacón y recogió del suelo la corbata de Diego. Salió de la habitación. En el suelo estaban la chaqueta y el abrigo de Diego, más allá su propio abrigo y el bolso.
Intentó mantener la compostura. Sandra tenía razón, debía de haberse dado un golpe en la cabeza y no lo recordaba. Ella no hubiera hecho ninguna de las locuras que había cometido con él. O a lo mejor, sí era cierto que estaba desesperada y no se había dado cuenta. No, tenía claro que lo segundo no, así que, la única explicación posible era la del porrazo.
Carla se despidió con un triste: "Adiós, Diego." Él no le dio pie para nada más.
En el taxi se sintió fatal. Se iba de casa de... ¿su amante?, sola, vestida de noche siendo ya de día, sin una simple muestra de cariño como despedida, ni una palabra, ni un gesto, después de todo lo que había sentido. Al llegar al hotel y cerrar la puerta, lanzó un doloroso pero firme: "Nunca más, señor de la Vega. Lo que me profesa por las noches no me compensa por los sinsabores de las mañanas."
Aquella noche, él le había demostrado que ella le importaba, le importaba de verdad y por la mañana… Si no se entendía a sí misma, mucho menos a él. Había tenido tiempo para pensar en la butaca mientras él dormía. El hombre de las noches no tenía demasiado que ver con el de las mañanas. Lo único que se le había ocurrido para justificar sus enfados mañaneros era que estuviese arrepentido de acostarse con ella pero, no era muy plausible. ¿Qué razones podría tener él para arrepentirse? La única que parecía haber empeñado algo era ella, y había empeñado mucho, demasiado. Para lo de hoy no iba a buscar explicación, parecía demasiado evidente y no quería, no podía reconocerlo... No podía ni pensar que, después de todo, quizás ella sí habría sido una más que, tal vez, el trofeo de alcoba que nunca fue de nadie, podría haberlo sido de él. No.
Jamás debió acostarse con él la primera noche; la segunda, en su casa, con su hijo en ella, fue algo completamente imperdonable. Pero, de todas todas, podía haberse ahorrado el quedar con él este fin de semana. Debería haber venido a Madrid, resolver los temas que tenía pendientes y haber regresado a Londres.

Por su parte, a Diego no le gustó dejarla marchar así, como si la echara de su casa. Ella no se lo merecía pero, tenía que solventar algo sin demora. En cualquier caso, había decidido que esta había sido la última vez. Lo mejor era olvidarlo todo.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

11. La Rana, las tres Princesas y el Ogro

Queridos blognautas,

Ayer fue una noche casi, casi perfecta. Álvaro dijo que iba a llevarme a cenar a un sitio especial. Así que, imaginándome que iríamos a uno de esos restaurantes carísimos que tanto le gustan, me vestí para la ocasión. Lo que no esperaba, era el motivo. Justo antes del postre me pidió que me casara con él. Al parecer, llevaba mucho tiempo deseando preguntármelo pero, dado todo lo que habíamos pasado, había decidido esperar un poco. No quería volver a escuchar un "no" por respuesta. Por supuesto, la respuesta fue un ”sí” tan grande como el pedrusco que tenía el anillo que me ofreció. Le señalé que se había excedido con el tamaño de lo que yo creí que era un brillante. Él, con una sonrisa, me indicó que nada era demasiado para mí pero, que no era un brillante. “¿Ah, no?”, le respondí yo, que de brillantes sólo sé que son carísimos. “No”, insistió él con otra de sus sonrisas, mientras ponía el anillo en mi dedo, “es un diamante princesa”.
No sé vosotros pero, yo he tenido que informarme en Internet de la diferencia. Según he leído, brillante denota el tipo de talla o forma del diamante, princesa es una talla distinta. Va a ser cierto eso de "nunca te acostarás sin saber una cosa más". Supongo que alguien como Bárbara no hubiera tenido ese problema.
Álvaro me confesó más tarde, que eligió ese anillo para no se me olvidara que soy su princesa. Otro guiño a nuestra noche en el cobertizo, como el del reloj con la inscripción que me regaló por Reyes. En el fondo va a resultar que es un romántico.

Por cierto, con tanta felicidad se me olvidaba contaros porqué la noche no fue del todo perfecta y es que, como muchas de las cenas que hemos tenido hasta el momento, ésta también estuvo a punto de truncarse. Álvaro me dijo que iba al baño pero, dada su tardanza, creo que debió olvidar el anillo en el coche. Espero que no le suceda lo mismo en nuestra boda, como suele ocurrir en las películas.
Mientras esperaba a Álvaro, casi se me cae el alma a los pies cuando vi entrar en el restaurante a Diego de la Vega. ¿El deporte de este "ser" sería el estropearme todos los momentos felices de mi vida? La inquietud que sentí al verlo se tornó en asombro al comprobar que esta vez no venía solo, como es su costumbre, sino que iba acompañado. Increíblemente, había mujeres que soportaban su compañía. La extrañeza se convirtió en estupefacción. La mujer que lo acompañaba, era ni más ni menos que … no lo adivinaríais en la vida … ¡La Guapísima!, arrebatadora en la llama que era su vestido. No lo digo sólo yo, lo decían las miradas furtivas de los hombres de las mesas que había alrededor, las cuales dudo mucho que se dirigieran a él. Sin embargo, a favor de él, he de decir que era la primera vez, en los casi dos años que le conozco, que no llevaba incorporada su cara de acelga. Con una mujer como Carla a su lado, lo contrario hubiera sido un pecado, incluso para él.
No me vieron. Ella sólo tenía ojos para él, cosa que no entiendo, y él, parecía más preocupado por las miradas que le dirigían a ella, que por ver quién había en el restaurante.
Cuando Álvaro llegó, ya estaban en su mesa así que, gracias a dios, no vio a Diego, o se hubiera ido todo al traste por el odio acérrimo que ambos se tienen. En ese momento Álvaro sacó el anillo y ya no volví a acordarme de ellos.

De todas formas, no tengo ni idea de qué habrá podido suceder entre el último día en Bulevar, aquel en el que se enfrentaron, y anoche, para que “la Bella contra la Bestia”, se haya convertido en “la Bella con la Bestia”. No sé si recordáis cuando os dije que esperaba que el Johnny Farrel de Carla no fuera el mío propio. Está claro que no lo es, ahora bien, espero que tampoco sea Diego de la Vega, o va a hacerla sufrir lo que no está escrito y estoy segura de que ella no lo merece.

Como resumen de la noche, creo que podría escribirse un relato titulado “la rana, las tres princesas y el ogro”. El papel de rana redimida recaería en Álvaro, las tres princesas seríamos Carla, mi anillo y yo (para Álvaro soy su princesa). Por último, el personaje de ogro le correspondería, sin duda alguna, a Diego de la Vega, que ha debido de lanzar algún hechizo contra la primera de las tres.

Os dejo blognautas, tengo un montón de cosas que hacer para preparar nuestra boda.

Una blognauta con anillo.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

10. Noche de hotel

En el hotel
Carla va a inscribirse en recepción. El recepcionista, el mismo de la última vez, se sorprende al verla llegar acompañada del señor de la Vega. Quizá había pensado mal la última vez y había algo entre ellos. En ese caso, no creía que a ella le hiciera mucha gracia enterarse de que él había estado en el hotel con otras mujeres en las últimas semanas. Menos mal que la discreción era una de las máximas de todo hotel, ello le evitaría el disgusto.
Carla se dirige a Diego: "¿Me esperas en el restaurante? La reserva está a mi nombre. Dejo la maleta en la habitación y me reuno contigo en un par de minutos."
A Carla le hubiera gustado darse una ducha y cambiarse de ropa pero, no iba a poder ser. Estaba claro que a Diego no le gustaba esperar y hoy ya la había esperado bastante en el aeropuerto.
Carla tenía razón, el restaurante era excelente y ambos disfrutan durante la cena. Diego puede relajarse con ella. Después de estar todo el día rodeado de ineptos, véanse Bárbara y Olarte, era agradable estar con alguien inteligente y ocurrente, para variar. Diego puede reírse con ella, y no de ella, como hace con el resto.
Tras la cena suben a la habitación.

En la habitación
Carla había conseguido reservar la misma habitación en la que estuvo la última vez y no puede evitar cierta curiosidad. Diego en modo alguno era un romántico, no se preocuparía por cosas tales como la habitación.
Carla, con mirada burlona: "¿Vas a contarme el porqué de esta habitación? ¿Es algún tipo de fetiche? ¿O acaso es como la habitación de Barba Azul y esconde algún tenebroso secreto?"
Diego se arrepiente de haberle dicho que reservara aquella habitación.
Carla se acerca un poco a él, de broma: "¿No me dirás que te acuestas con todas las ocupantes de esta habitación y por eso te acostaste conmigo aquella noche?"
Lo que le gustaría saber, lo que necesitaría saber, es porqué se acostó con ella aquella noche, porqué insistió tanto en Londres, porqué lo había dado por supuesto cuando le llamó. Diego, motu proprio, había ido a buscarla al aeropuerto, aquello era algo que no esperaba. Quizá, después de todo, ella no fuera una diversión temporal. Conociéndole, no creía que soliese tener tales atenciones con sus amantes.

Diego ha terminado de enfadarse, estaba claro que ella y la maldita habitación iban a estropearle la velada, de nuevo.
Carla, con el mismo tono: "Si sigues mirándome con esos ojos no sé si asustarme y llamar a la seguridad del hotel."
Diego, irritado: "¿No callas nunca?"
Carla, suavemente: "No."
Estaba claro que el tema de la habitación no le había hecho gracia ninguna. A ella la habitación le daba igual, a ella le importaba él. Joanna tenía razón, no podía seguir autoprotegiéndose toda la vida. Podría tocarle llorar o reír pero, al menos, lo habría vivido.
Carla se acerca aún más a él: "Diego, si vas a quedarte conmigo esta noche, tendrás que abandonar tu faceta de malo y … (con una sonrisa, refiriéndose al pelo engominado) tal vez podríamos hacer algo con este pelo."
Diego la mira, ella había cambiado el tono burlón por uno muy suave, como si quisiera apaciguarle ahora que ya estaba consiguiendo sacarle de sus casillas, y había otra expresión en sus ojos.
Carla, con voz aún más suave: "Diego..."
Diego la interroga con mirada de enojo.
Carla: "Estaba pensando si, para alejar tus malas pulgas y mis ironías, te gustaría darte otra ducha conmigo."
Carla no espera respuesta y esta vez es ella quien le besa a él.

A primerísima hora de la mañana
Diego se levanta casi de madrugada. Esta vez Carla no ha necesitado pedirle que se quedara, simplemente no le apetecía marcharse. De hecho, le molestaba tener que irse ahora.
Carla se despierta y lo ve vestido: "¿Pasa algo, Diego?"
Diego, seco: "Voy de montería". (Esos eran los planes sin mujeres que tenía para aquel fin de semana.)
Carla, desperezándose, con voz de pena: "¡Pobres animales! ¿Qué habrán hecho ellos para que unos señores de alta alcurnia se entretengan pegándoles tiros?" (Carla no entendía que la caza pudiera calificarse de deporte. Se cazaba para comer, no por deporte.)
Diego la miró malhumorado, ¿cómo se las apañaba ella para añadir siempre leña al fuego?
Carla pensó que, para el poco tiempo que podían compartir, él la dejaba para ir a matar a unos animales que no le habían hecho nada. Realmente no era muy halagador. ¿Sólo la quería para un rato de cama? Intentó tomárselo con buen humor. A lo mejor era un compromiso que había adquirido antes de que ella le llamara. Seguramente era así porque, se había quedado en silencio cuando ella le preguntó si quería cenar con ella, como si ya tuviera otros planes.
Carla, con un suspiro: "Señor de la Vega, usted sí que sabe cómo hacer que una mujer se sienta halagada."
Carla se rió ante la cara que puso Diego: "Es broma. Te dije en serio que tenía cosas que hacer en Madrid. Pero, ¿podrías hacerme un favor?"
Diego, no podía imaginar qué favor se le habría podido ocurrir a ella, muy serio le pregunta: "¿Cuál?"
Carla: "Perdónale la vida algún 'animalito' por mí."
Diego: "¿No lo estarás diciendo en serio?"
Carla: "Completamente." Ante el mal humor de Diego, acercándose a él: "¿Siempre se levanta usted con el pie izquierdo, señor de la Vega?"
Con ella parecía que no había otra, noches increíbles y mañanas de mal humor.
El malhumor de Diego se debía, como aquella mañana en Londres, a que no le quedaba más remedio que admitir lo obvio. Ella empezaba a gustarle de verdad. La diferencia entre ella y sus otras amantes era, que ninguna de las otras había sentido nunca nada por él y, por supuesto, él jamás había sentido nada por ellas.
Carla, de pie junto a él, le da un beso a modo de despedida: "¿Te veo luego o, la montería dura todo el fin de semana?"
A Carla no le faltaba razón, normalmente se quedaba de montería hasta el día siguiente pero, esta vez no, esta vez volvería para estar con ella. Había reservado mesa para cenar en un restaurante de lujo, a sabiendas de que ella prefería los restaurantes un poco más informales. Era una forma de demostrarse a sí mismo que tenía la sartén por el mango.
Diego: "Vengo a recogerte a las 9:30. Tengo reserva en uno de esos restaurantes (con ironía) que tanto te gustan."
Carla le miró divertida: "¿Tipo Luxury?"
Diego: "Peor aún."
Carla, continuando con la broma: "Deduzco entonces, que no me dejarán entrar en vaqueros …" Se rió de nuevo y continuó: "No te preocupes, a las 9:30 estaré lista y vestida como una Cenicienta … (con un guiño) sin harapos."

Cuando Diego se marchó, le estaban entrando ganas de quedarse de cacería hasta el día siguiente pero, a las 9:30 en punto estaba en la puerta de la habitación de Carla.
En la montería les había extrañado que "de la Vega", que era de los que siempre se quedaba hasta el domingo, dijera que tenía asuntos pendientes y volvía a Madrid. Alcanzó a oír que alguien sugería que, tal vez, el "asunto pendiente" se trataba de alguna hermosa mujer. No se molestó en contestar.
Carla, al abrirle la puerta, le recibió con una sonrisa y un: "¡Lista para el baile! Tan sólo coger el abrigo."
Estaba realmente espléndida con su vestido rojo. "Endiabladamente hermosa", pensó Diego, recordando el comentario de la cacería.

lunes, 12 de noviembre de 2007

9. En el aeropuerto

Diego en su despacho.
Diego no volvió a acordarse de Carla hasta que, tal y como le comentó que haría, le llamó el viernes por la mañana.
Carla: “¿Te pillo en mal momento?”
Diego, seco: “No.”
Carla: “¿Te parece bien que cenemos en el hotel? Tienen un restaurante magnífico. (Con una sonrisa) De hecho, conozco al jefe de cocina y te aseguro que no tiene nada que envidiar a los chef más reputados.”
Típico de ella”, piensa Diego, “lleva años alojándose en el mismo hotel. Seguramente alabaría sus platos y pediría felicitarle en persona.”
Diego: “Bien.”
Carla: “¿Te llamo cuando llegue?”
Diego: “¿A qué hora llegas?”
Carla: “Depende del retraso de Iberia, en teoría a las ocho y media de la tarde.”
Diego, sin saber muy bien porqué, le pregunta: “¿Viajas en business?”
Carla soltó una carcajada al otro lado del teléfono: “Diego, no soy tan sibarita como tú. Es un vuelo corto, no tengo ningún problema en viajar en turista.”
A Diego el comentario no le hizo demasiada gracia. Tras colgar el teléfono, llamó a su secretaria y le encargó que averiguara el número de vuelo de Iberia, procedente de Londres, con hora esperada de llegada las 8:30 de esa tarde.
Su secretaria suspiró: “¿Este hombre no se levanta nunca de buen humor?” Iba a tener que buscar otro trabajo, este empezaba a no compensarla.

En el despacho de Carla
Tras colgar el teléfono, entra Joanna para tratar unos asuntos con ella. Al acabar, fija su vista en la maleta que había en una esquina y la interroga con la mirada.
Carla le responde: “Fin de semana fuera de casa. Tengo varios asuntos.”
Joanna, con picardía: “¿De qué tipo?”
Carla la mira seria, sin responder.
Joanna, imaginándose el tipo de los mismos: “¡Ya era hora!”
Carla: “No.”
Joanna, descorazonada: ¿No?
Carla: “Me gusta, me gusta de verdad.”
Joanna: “¿Y cuál es el problema?”
Carla: “Son varios.”
El principal en el que pensaba Carla era, que no tenía muy claro qué significaba ella para Diego, ¿una diversión pasajera, tal vez?
Joana, meneando la cabeza: “Carla, la idea era que te animaras un poco, no acabar de nuevo con el corazón destrozado.”
Carla, con un esbozo de sonrisa: “Ya me conoces.”

En el aeropuerto
Por la tarde, Diego, sin saber muy bien porqué, va a buscar a Carla. Ella le había dicho que quedaban en el hotel, ¿qué diablos hacía él allí? Para colmo, el vuelo llegaba con retraso y él no era precisamente un hombre paciente.
Carla, con su equipaje de mano, ve a Diego y sonríe, no esperaba verlo allí. ¡Dios! Le gustaba hasta con abrigo y traje negros… y con la dichosa gomina. Al llegar donde está él, le dedica una de sus sonrisas y un: “¡Qué inesperada sorpresa, señor de la Vega! ¿A qué debo este honor?”
En el aparcamiento, Carla sonríe de nuevo al ver el enorme Mercedes de Diego. ¡Cómo no! Negro.
A Carla no le gustaba el negro, el negro para ella significaba la ausencia de color, y el color era vida.
Carla, con una sonrisa irónica: “Diego, no hacia falta que vinieras a buscarme en Mercedes. A mí, no necesitas impresionarme.”
A Diego tampoco le hizo gracia este comentario y le respondió serio: “Si pretendiera impresionarte no hubiera traído este.” (Hubiera llevado el deportivo.)
Carla se rió, refiriéndose al coche que hubiera traído entonces: “Negro también, supongo.”
Lo último tampoco contribuyó a mejorar el humor de Diego.
Carla con otra sonrisa irónica: “Diego, creo que mi compañía no te está resultando demasiado agradable… (con voz muy suave) ¿Prefieres que coja un taxi como era mi idea?”
Esta vez fue Diego el que soltó una carcajada: “¡Eres capaz!
Carla le miró y le dedicó una sonrisa sincera: “Gracias por venir a buscarme. Hacía mucho que no me recibía nadie en un aeropuerto.”

Diego estaba enfadado consigo mismo por haber ido a buscarla pero, eso no era culpa de ella. El ofrecimiento de coger un taxi le hizo gracia porque, ella era la única persona que, conociéndolo, se atrevería a hacerlo.

Por su parte, Carla pinchaba a Diego por dos motivos, el primero porque era un poco su forma de ser, el segundo, y principal, como defensa. Era consciente de que empezaba a estar colgada, y aquello no tenía visos de llegar a ningún lado.

domingo, 4 de noviembre de 2007

8. Diego y sus "moras"

Diego en Madrid

Diego ha logrado apartar temporalmente a Carla de su mente. Unos días después de su regreso de Londres, durante una comida de negocios, se encuentra en el restaurante con Anna Ballester, una antigua amante a la que hace tiempo que no veía.
Anna había trabajado en el despacho de abogados del que él era cliente, por supuesto, el mejor de la ciudad. Se acostaron juntos de forma esporádica durante una temporada, hasta que Anna empezó a salir con otro hombre y se trasladó a Barcelona. Le sorprende verla de nuevo en Madrid.
Anna era la mejor en su especialidad, derecho matrimonial, una rama que él no iba a necesitar nunca, (una desagradable sonrisa) por eso tuvo un lío con ella. Anna era como él, fría, calculadora, Carla la hubiera definido como una tiburona. Para una abogada de prestigio, aquello parecía casi una necesidad. Seguía su misma máxima, el fin justifica los medios, aunque no tan a rajatabla como él. Se entendían perfectamente y, en la cama, querían lo mismo, pasar un buen rato y punto.

Anna había regresado a Madrid bastante escarmentada de su relación, más que nunca, deseaba algo sin compromisos ni ataduras de ningún tipo. Diego era perfecto para eso, los dos buscaban lo mismo.
Quedaron ese fin de semana. Tras la cena, acabaron en el hotel de la última vez... y en la habitación de la última vez. Esta vez no había sido planeado. Diego llamó al mismo hotel por comodidad, cuando reservó habitación le preguntaron "¿La misma habitación, señor de la Vega?". Él había respondido de forma afirmativa, sin pensar que se refería a la habitación en la que había estado con Nicky, la de Carla. Cuando le dieron la tarjeta y se fijó en el número no le hizo ninguna gracia pero, haber cambiado la habitación habría sido un gesto de debilidad por su parte y no estaba dispuesto a ello.
La chica le había preguntado si deseaba la misma habitación, porque la última vez él había insistido en que quería esa en concreto, de hecho tuvo que cambiar otra reserva para dársela, a cambio de lo cual, recibió una buena propina.

La noche con Anna fue levemente mejor que con Nicky. ¿Qué había pasado esta vez? Anna era ambiciosa, inteligente, atractiva,... justo como le gustaban a él las mujeres. ¡Aquella maldita habitación!

La cosa hubiera quedado así si no fuera porque el martes ocurrió algo que no esperaba, le llamó Carla. Joel se quedaba aquel fin de semana con su padre y ella iba a aprovechar para ir a Madrid a supervisar unos temas que tenía pendientes. ¿Qué podría tener ella pendiente en Madrid?
Carla le preguntaba si le gustaría cenar con ella el viernes o el sábado, esta vez invitaba ella. Diego reflexionó, no tenía previsto volver a verla pero, ¿realmente le importunaba tanto otro revolcón con ella? Pensándolo fríamente, lo mismo le daba ella que otra y, sinceramente, ella era estupenda dentro y fuera de la cama. El domingo regresaría a Londres y él daría el asunto por concluido.
Carla, ante el silencio de Diego, intentando poner un tono jocoso que no sentía: “Hum, ya veo que no te apetece o, que tienes otros planes.”
Diego pensó que ciertamente tenía otros planes pero, sin mujeres. Las últimas veces, exceptuándola a ella, no había sentido ningún tipo de satisfacción y había decidido dedicarse a otra actividad el fin de semana.
Diego, de forma involuntaria, le preguntó: “¿Has reservado ya habitación?”
Carla: “No, iba a hacerlo ahora en el hotel de siempre.”
Diego: “Procura que sea la habitación de la última vez.”
Carla, riéndose: “¡Por dios, Diego! ¡Es un hotel! Todas las habitaciones son iguales.”
Diego, autoritario: “La de la última vez.”
A Carla no le cabía duda, él había dado por sentado que iban a acabar otra vez en la cama. Respiró: “Esta bien, intentaremos darle el capricho al señor. Iba a reservar por Internet pero, llamaré por teléfono.”
Diego no dijo nada.
Carla continuó: “Te llamo el viernes para concretar sitio y hora.”
Ambos colgaron el teléfono.
Si se acostaba con ella, Diego quería que fuera en aquella habitación, pensó que sería una manera de demostrarse a sí mismo que tenía la situación controlada.

Carla recapacitaba en Londres. Había estado más de media hora con el teléfono en la mano, dudando en llamarle o no. Como le había dicho a Sandra, era el primer hombre que le interesaba desde su separación.
Joanna siempre tenía la misma discusión con ella: “Tienes que salir un poco. No puedes quedarte encerrada en casa, en plan monje, porque tu marido fuera un imbécil”.
Cuando Álvaro apareció en Londres y Joanna vio que Carla se animaba un poco pensó “ya está”. Pero, no tardó en darse cuenta de que Carla no quería nada con él, simplemente era un viejo amigo, su marido le había hecho mucho daño y ella no estaba dispuesta a abrir su corazón de nuevo. Fue entonces cuando le propuso tener “a one night stay”, si no quería tener algo serio, al menos sí, un poco de diversión.
Pero, Carla no era mujer de tener diversiones, era una mujer de sentimientos. Ella sabía que Diego no era el hombre que necesitaba. Sin embargo, no podía evitar que le gustara, cuando estaba con ella perdía aquel aspecto adusto que parecía tener con el resto. ¿Qué ganaba quedando con él este fin de semana? ¿Acostarse de nuevo? Le había dicho la verdad cuando él estuvo en Londres, si no tenía compañía en su cama era porque no quería. Lo que a ella le hacía falta no eran “revolcones”, era un poco de amor y no creía que él pudiera dárselo.

martes, 30 de octubre de 2007

7. Diego y su victoria (III)

En el avión

Diego debería estar contento pero, no lo estaba. Los negocios por los que había ido a Londres habían sido un éxito y además, se había salido con la suya, había conseguido colarse de nuevo en su cama. Por si aquello fuera poco, (con una desagradable sonrisa) él le había arrebatado semejante trofeo a Alvarito. Álvaro era un niñato que no sabía dónde tenía la mano derecha si no fuera por Beatriz, lo único que había hecho en su vida era acostarse con cuanta modelo había pasado por la revista. Salvo con ella, y no sería porque Álvaro no lo hubiera intentado, se pasó años pegado a sus vaqueros, incluso habían estado trabajando juntos meses atrás en Londres, estando ella ya separada. No podía creer que ella se hubiera mantenido firme donde sus propias hermanas habían caído. Claro que, una mujer que no soportaba ser utilizada (sólo tenía que recordar sus ojos de fuego al decirle que "volvería a ser cualquiera"), no querría acabar siendo una más en la innumerable lista de Alvarito. Una mujer así se merecía cierta consideración, (con una desagradable sonrisa) aunque luego hubiera caído en la suya.

Sandra le había dicho que estaba segura de que entre Álvaro y ella jamás hubo nada, no la había creído pero, por una vez, la desquiciada de su hermana tenía razón. Sandra parecía conocerla muy bien. ¿Y si también fuera cierto aquel "más infranqueable que Fort Nox"? ¿Por qué diablos le había abierto su puerta a él? Dos veces. Aquellos ojos tristes cuando le llevó a su habitación, aquella pregunta absurda sobre el alma,... ¿No se le habría ocurrido a ella la tontería de creer que podría tener algo con él? No, era una mujer adulta y, hasta donde sabía, inteligente. Aquel "un trabajo de cierta responsabilidad que, según todos, no hago mal" de la primera cena, se quedaba un tanto corto. Por lo que había indagado, Carla se había apañado para introducir sustanciales cambios en la revista en la que trabajaba, la cual había ido aumentando paulatinamente de tirada desde que era ella quien decidía los contenidos. Al parecer, no se quedaba sólo allí, Cibeles no había sido una excepción, cuando quería un reportaje lo conseguía. No era la primera vez que tiraba de agenda y encanto personal para conseguir entrevistas que otros no lograban pero, sólo si iba ella en persona. Definitivamente una mujer así no podría haber encontrado demasiado aliciente en el inútil de Alvarito.

¿Por qué habría desperdiciado su inteligencia siendo modelo? Aunque, había que reconocer que, (con otra de sus sonrisas) luego sabía sacar buen provecho de ello. Le vendría bien gente así cuando se hiciera con el poder de Bulevar, (con la más desagradable de sus sonrisas) era una pena haberse acostado con ella, eso la descartaba por completo. Él no era como Alvarito, tenía muy claro los límites entre, lo que de verdad le importaba, el dinero y el poder, y con quien pasaba un buen rato debajo de las sábanas. Y con ella, tenía que reconocer que el rato era de los mejores.

Puede que ella le gustara, sí, le gustaba, pero, ello se debía sin duda a que era como el Jaguar que acababa de comprarse, tenía belleza, carácter y … "viajar” con ella era un placer.

Diego había encrudecido sus pensamientos para evitar reconocer que lo que había pasado en casa de Carla había sido bien distinto al buen rato que solía pasar de forma esporádica con otras. En la despectiva comparativa con su Jaguar, pretendía convencerse de que, el que ella le gustara, no significaba nada. No podía admitir que, si ella le abrió su puerta una segunda vez, fue porque había comprendido que no era cualquiera. En su subconsciente lo sabía, y ese era el motivo por el cual se había despertado de mal humor esa mañana. Un gélido hombre de negocios como él no podía permitirse, en modo alguno, encapricharse con una mujer. De todas formas, no había peligro, ella vivía en Londres, sería bastante difícil volver a verla, desde luego, él no tenía programados más viajes a Londres.


Carla y su hijo

Tras irse Diego, Joel le pregunta a su madre: "Mamá, ¿es tu novio?"
Carla miró a su hijo con tristeza y le dijo: "No cariño, no es mi novio."
Carla no sabía lo que era, se temía que no era nada. No entendía la diferencia entre el modo en que la había tratado la noche anterior en su dormitorio, y luego, aquel enfado mañanero. ¿Sería porque le había pedido que se quedara y le había visto su hijo?

viernes, 26 de octubre de 2007

6. Diego y su victoria (II): El despertar

El despertar

Cuando llegó a Londres, Diego se propuso acostarse con Carla sin que nada fuera diferente a la frialdad y al distanciamiento que mantenía en el resto de sus "relaciones". Sin embargo, con ella nada era igual, no podía serlo. Se había obligado, al menos, a marcharse después pero, aquello tampoco pudo ser. En cuanto hizo ademán de irse, ella, con aquellos ojos, le había susurrado "no te vayas" y él, que no podía reconocer que no quería irse, se había quedado.

Carla no podía dejarle marchar, si se iba, como suponía que hacía con el resto, indicaría que había estado equivocada y, esta vez, necesitaba creer que había significado algo para él. Pensó en su hijo, Joël a veces se despertaba más tarde los fines de semana. Diego tenía pinta de ser como ella y levantarse al alba, podría irse antes de que Joël lo viera. Sin embargo, cuando ella se levantó, Diego seguía dormido y, allí, en su cama, dormido, Diego no parecía tan fiero. No se sintió con fuerzas para despertarlo y echarlo de su casa tras haberle pedido que se quedara. Lo malo fue que Joël se despertó pronto. Joël estaba acostumbrado a ver a la novia de su padre en casa de éste, de hecho, siempre le preguntaba: "¿Tú no tienes novio, mamá?" "No, cariño", le respondía ella. "Pero, papá tiene novia", insistía su hijo. Ante todo, habría que mostrar naturalidad delante de Joël.

Diego despertó solo. Le llevó un par de segundos darse cuenta de dónde estaba. ¡Maldita sea! Pretendía haberse marchado pero, habían bastando una mirada y un ruego para que él claudicara. Se suponía que iba a ser un simple revolcón pero, era levemente consciente de que había sido mucho más. Aquello se le estaba escapando de las manos y eso, le puso de mal humor. ¿Dónde estaba ella? Estaban en su casa así que, no podía andar muy lejos. Ella le había dejado toallas limpias en el baño. Se dio una ducha pero, el mal humor todavía le duraba cuando acabó. Salió de la habitación y la vio a ella con su hijo. Casi había olvidado que tenía un hijo hasta que lo vio.
Carla, ante su cara de enfado, se acercó a él y le dijo en voz baja: "Diego, por favor, es la primera vez que mi hijo ve un hombre en casa. Intenta controlarte."
(El único hombre que había ido a su casa era Álvaro, el día que fue a cenar. Cuando él llegó, Joël ya estaba dormido y luego se fue tras la cena.)
Diego pensó que a los otros los echaba antes.
Carla se acercó a su hijo y le dijo: "Joël, te voy a presentar a un amigo de mamá."
"Hola", dijo el niño.
Diego lo miró sin responder, no le gustaban los niños.
Carla continuó: "Diego es de España".
Joël: "¿De España? ¿Cómo Álvaro?"
Diego sintió llenarse de ira al oír aquel "¿cómo Álvaro?". Debería haber supuesto que Álvarito también había pasado por su cama.
Carla le afirmó a su hijo. Había percibido la reacción de Diego al oír el nombre de Álvaro. Le dijo a su hijo: "Cariño, ve a coger los juguetes para llevarlos al parque."
Joël: "¿Diego también viene al parque?"
A Diego le horrorizó la idea. ¡Un lugar lleno de mocosos chillones! ¿No se le habría ocurrido a ella la absurda idea de que iba a ponerse a formar parte de su vida por un par de noches?
Carla se rió: "No, Diego tiene que coger el avión para volver a Madrid."
Joël: "Yo también monté en avión con mamá y con Beth para ir a Madrid."
Carla: "Claro, mi amor. Anda, ve a por los juguetes."
Tras irse Joël, Carla mira muy seria a Diego y le dice: "Diego, Álvaro Aguilar y yo jamás hemos compartido cama. Pero, aunque así hubiera sido, yo no te he preguntado por tus amantes."

martes, 23 de octubre de 2007

5. Diego y su victoria (I): La rendición del león

La rendición del león

(Diego tenía a Carla sujeta por los hombros)

Carla, desafiante: "¿Por qué insistes, Diego? Acabo de decirte que no me acuesto con cualquiera."
Diego, con furia: "¿Yo soy cualquiera?"
Carla, con rabia, dolida: "YO volvería a ser cualquiera."
Diego comprende por fin el motivo por el que ella se fue aquella mañana, la razón por la que tanto parece arrepentirse. No es porque él hubiera sido una mera aventura, sino porque ella había sido una mera aventura.
Diego, mirando sus ojos, tranquilo: "¿Dónde está tu dormitorio?"
Ella le mira seria y no le contesta.
Diego, acercándola suavemente a él, le da un beso y le pregunta en voz baja: "¿Dónde?"


En el dormitorio.
Ella le mira a los ojos y le pregunta: "Diego, ¿tienes algún empeño en destrozarme el alma? Porque algo me dice que me la vas a dejar hecha añicos."
Diego no entiende nada de almas, él nunca ha parecido tener una propia. En esos momentos tampoco recuerda nada sobre ”doblegar leonas”. Por toda respuesta empieza a besarla y a quitarle la ropa.

Carla le había llevado a su habitación sin pensárselo demasiado, si se lo pensaba le echaría de nuevo de su casa. Pero, la insistencia de Diego y, sobretodo, aquel cambio brusco cuando ella le dijo que no quería volver a ser cualquiera, le indicaban que no era cualquiera. Por alguna inexplicable razón él le gustaba, le gustaba demasiado. Sandra le había dejado claro la otra vez que debía estar mal de la cabeza y, por lo que se ve, lo estaba. Sin embargo, también estaba muerta de miedo, como le había dicho a él, sabía que aquello no iba a acabar bien, al menos para ella.

jueves, 18 de octubre de 2007

4. Diego y sus propósitos


DIEGO Y SUS PROPÓSITOS

Después de lo acontecido en Bulevar con Carla, Diego piensa “la mancha de una mora, con otra verde se quita” y moras, no han de faltarle. Llamará a Nicky, piensa con una desagradable sonrisa, aún debe de estar enojada por el desplante de la última vez pero, conociendo a Nicky, y a sus gustos caros, nada que no pueda solucionarse con una cena en un restaurante de moda y una vuelta por un hotel de lujo. De hecho, podrían ir al hotel de Carla, era de 4 estrellas pero, sin duda alguna uno de los mejores de Madrid. Carla tenía buen gusto, no se podía negar, y su habitación había sido una suite… esa le vendría de perlas. Decididamente, quiere esa habitación, sería el toque perfecto para olvidarse de la hermosa señora Marín.
Al principio Nicky se muestra reticente pero, finalmente acepta cenar con él en uno de los restaurantes más conocidos de la ciudad. Al final de la noche, no puede negar que, una vez pasado el enfado, Nicky ha sido la de siempre pero, a él le ha dejado aún más frío que de costumbre. Quizás no había sido tan buena idea reservar aquella habitación, había dado lugar a la comparación y Nicky no salía ganando en la misma. (No quiere reconocer que en la comparación también entra él.) Recordando el enfrentamiento en Bulevar, ni siquiera las uñas afiladas de Nicky son rival para el temple de Carla.

Un par de semanas después de la encerrona que les había preparado Sandra, Diego organiza un viaje de negocios de dos días a Londres. Diego se plantea aprovechar el viaje para hacerle una visita a ella. Permitirse “el capricho” por segunda vez podría servir para quitársela de la cabeza, después no volvería a verla. Ella le pondría la segunda vuelta mucho más complicada que la primera pero, precisamente eso sería un aliciente, le encantan los retos y éste, no se anuncia fácil, nada fácil. Si la segunda noche se presentara como la primera, no cabe duda de que merece la pena intentarlo. Conseguir su dirección no será difícil, estará en los archivos de esa casa de locos en la se ha convertido Bulevar, gracias a las inútiles manos de quienes la dirigen.

Una vez acabadas sus reuniones el jueves en Londres, Diego tras un mínimo titubeo, se dirige a casa de Carla.
Son casi las 9:00 de la noche, Carla acaba de conseguir que Joel se duerma, hoy estaba especialmente rebelde y no quería acostarse. Como de costumbre, se ha llevado trabajo a casa para poder salir antes y estar más tiempo con su hijo. Abre el portátil y se dispone a trabajar, cuando suena el timbre. ¡Lo que le faltaba! ¡Qué despierten a Joel ahora que por fin ha conseguido que se duerma! ¿Quién será a estas horas? Ella no esperaba a nadie. Mira por la mirilla para encontrarse con el mismísimo Diego de la Vega al otro lado. No le apetece abrir la puerta pero, está segura de que Diego va a insistir así que, pensando en el sueño de Joel, abre la puerta pero, sin dejarle pasar.
Carla, seria, con ironía: “No le esperaba, señor de la Vega. ¿Ha tomado usted por costumbre llamar a mi puerta por las noches? (En referencia a la noche en el hotel)" "¿O pasaba usted por Londres y ha decidido hacerme una visita?”
Diego, tan orgulloso como siempre: “He venido a Londres por negocios.”
Carla, cortante: “Pues, me parece un poco tarde para una visita de cortesía. Así que, por mi parte, puede dar usted la visita por concluida” (Se refiere no sólo a la hora, sino a que la visita no es adecuada.).
Carla hace amago de cerrar la puerta, Diego se lo impide.
Carla: “¿Qué quieres, Diego? No tenemos nada de lo que hablar.”
Diego: “Voy a pasar”
Carla, rotunda: “Prefiero que no.” Tras un breve silencio. “Pero, eres capaz de insistir de nuevo, mi hijo está dormido y le despertarías. Además, no tengo ganas de montar una escena aquí, en el rellano.”
Diego entra, Carla cierra la puerta pero, no le deja pasar más allá, Diego se queda en la entrada.
Carla, firme: “Te doy cinco minutos. Y, te recomiendo que los aproveches porque, ya han empezado a contar.”
Diego, en plan broma: “No puede decirse que seas muy razonable.”
Carla, irritada: “Estoy segura de que soy muchísimo más razonable que tú.”
Diego: “No creo que lo que pasó sea para tanto.”
Carla, con enfado: “¿Lo que pasó? ¿Pasó algo, Diego?”
Diego, empieza a irritarse también: “Sabes perfectamente a lo que me refiero.”
Carla: “Yo creo que no pasó nada … a no ser, que te refieras al hecho de que decidiste que querías colarte en mi cama y la última noche lo conseguiste.”
Diego, también enfadado: “No fue solo cosa mía.”
Carla, con sorna: “No, tienes razón. Podríamos decir que, tras jugar al gato y al ratón, tú llamaste a mi puerta y yo te abrí. Soy bastante mayorcita para saber lo que hago pero, parece que esa noche no fue así.”
Diego, con enojo: “Entonces no parecías opinar lo mismo.”
Carla: “¡Y no veas lo que me arrepiento!”
Carla continúa: ”¿Se puede saber qué quieres realmente? Por lo que pude ver la última vez, mujeres en la cama no te faltan.” Despectivamente añade: “Es lo que tiene el dinero, siempre hay gatas de uñas afiladas dispuestas a un revolcón.” (Le deja claro que eso es lo que él suele tener en su cama, y ella no es así.)
Lo último despierta la ira de Diego. Intenta agarrarla del brazo pero, ella es más rápida, retira el brazo, le lanza una mirada asesina y le dice con fiereza: “Ni se te ocurra.”
Diego: “¿Y tú qué eres?”
Carla: “Te puedo asegurar que una de las mujeres a las que estás acostumbrado, no.” “Aún no me has dicho porqué has venido a molestarme a mi casa. ¿No te bastó con el último día en Bulevar?”
Diego la mira con furia.
Carla, con tono de chanza: “Porque, no creo que te gustara tanto mi cama como para darte una vuelta por Londres para una segunda ronda.”
Diego, furioso: “La señora se tiene en muy alta estima.”
Carla: “No. La señora simplemente no sabe qué diablos quieres.”
Tal y como pasó en Bulevar, el que ella le desafíe le saca fuera de sí y a la par le atrae.
Diego, acercándose a ella: “¡Me sacas de mis casillas!”
Carla da un paso hacia atrás, con ironía: “Creo que eso no es demasiado difícil, Diego.”
Carla, seria: “Por cierto, creo que se han acabado tus cinco minutos.”
Diego la mira enfadado e intenta acercarse de nuevo, ella abre la puerta y le dice: “Buenas noches, señor de la Vega. Espero que tenga usted un buen viaje de regreso a casa.”
Diego no parece muy dispuesto a irse.
Carla insiste señalando la puerta: “Buenas noches, señor de la Vega.”
Diego le responde: “Me quedo hasta mañana.”
Carla: “Pues le aconsejo que aproveche para hacer un poco de turismo.”
Diego, saliendo por la puerta: “Volveré.”
Carla, le mira muy seria: “Espero que no. Por mí, podía haberse ahorrado usted la visita de hoy.”
Diego sale y Carla cierra la puerta.

Carla está muy enfadada. ¿Quién diablos se ha creído él que es? Mejor dicho, ¿quién se ha creído que es ella? ¿Acaso pensaba que iban a tener otro encuentro? ¡Está loco si piensa que va a volver a caer!
Menos mal que la habitación de Joel está retirada, espera que no se haya enterado de nada. De todas forma, iría a echarle un ojo.

Diego por su parte está también muy enojado. ¡Maldita mujer! Que no crea que se le va a escapar. Piensa volver mañana sólo por darse el gusto de doblegar a la leona y, acabar con ella en la cama. Pensaba irse mañana viernes pero, lo alargará hasta el sábado por la mañana para conseguir su propósito.
Diego se lo plantea todo con la frialdad acostumbrada, es la manera de justificarse a sí mismo lo que quiere.


LA INSISTENCIA DE DIEGO

A la noche siguiente Diego vuelve a casa de Carla. Ella esperaba que no lo hiciera, no entendía la insistencia. ¿Es que no había tenido bastante con la pelea de aquella mañana en Bulevar y con la del día anterior? Realmente le había dicho la verdad, no entendía qué quería de ella.
Carla abre la puerta y le dice: "Esto se está convirtiendo en una costumbre bastante molesta, Diego. ¿Por qué no has vuelto a Madrid?"
Diego, serio: "Lo sabes perfectamente."
Carla: "No, no lo sé. Ayer te dejé bien claro que no eras bienvenido en mi casa, y mucho menos en mi cama."
Diego no podía reconocer que ella le gustaba y que le había dolido que mostrara tanto desprecio hacia la noche que habían pasado juntos.
Diego, acercándose a ella, enfadado: "¿Tanto te arrepientes?"
Carla, con resignación: "¿Qué quieres saber, Diego? ¿Si voy por ahí acostándome con cualquiera?" Terminante: "No es mi estilo."
Diego, en un inexplicable impulso, la agarra y la besa. A Carla le ha pillado por sorpresa, no se lo esperaba.
Carla se separa, en un intento de broma: "¿Se cree usted tan irresistible, señor de la Vega? ¿Caen todas rendidas a sus pies con un simple beso? Déjeme decirle que no tiene usted tanto atractivo."
Diego, molesto por la respuesta de ella y por su propio impulso: "No suelo besar al resto."
Carla: "Diego, no te esfuerces, no te pega."
Diego intenta volver a cogerla, ella retrocede.
Carla: "Diego, no estoy tan desesperada. Si no tengo compañía en mi cama es simplemente porque no quiero."
Diego, serio: "Lo sé."
Carla: "Entonces deduzco que es eso lo que parece atraerte tanto, el que te rechace porque, si no, no lo entiendo."
Diego avanza: "Esta vez no vas a escapar."
Carla enfadada, con ira: "¿Qué te has creído que soy? ¿Un ratón?"
Diego esta vez la atrapa y le dice mirándole a los ojos: "No, tengo muy claro que eres una leona."

miércoles, 10 de octubre de 2007

3. El plan de Sandra


EL ROMPECABEZAS DE SANDRA

Sandra había hecho bien al extrañarse de que su hermano se hubiera quedado a una segunda vez aquella noche y sobretodo, de que se quedara a dormir con Carla.
Para Diego las mujeres eran solo un entretenimiento de un rato, no solía quedarse a dormir después. Sin afecto y sin compromiso. Normalmente iban a un hotel o, en última instancia, a la casa de ella, eso le permitía irse una vez hubieran acabado. De hecho, una de sus reglas era “nada de mujeres en su casa”, no le apetecía que ninguna invadiera su espacio y sobretodo, le ahorraba el tener que “echarlas” después, lo cual, además, no quedaría demasiado galante. Todo perfectamente impersonal y aséptico, por eso no se le conocía relación alguna con una mujer.

En su habitación de hotel, a Sandra no le cuadran nada las dos versiones de la historia. Diego había estado especialmente desagradable aquella mañana en su despacho. Se había esforzado en restarle importancia al tema, cuando estaba muy claro que se había tomado bastantes molestias para acabar en la cama con “ella”, cosa que dudaba que Diego hiciera con alguna mujer.
Carla había insistido en que se había dejado convencer por “la cara amable” de Diego. Diego no tenía “cara amable”, era su hermana y no la había visto en la vida.
Él había cenado varias veces con Carla y hasta habían ido a “merendar”, en plan adolescente. ¿Con Diego? ¡Absolutamente imposible!
Recordaba las palabras de ella “aunque conseguí esquivarle la primera vez, percibió que no resistiría a una segunda batida”. Estaba claro que Diego había insistido hasta conseguir su objetivo. No se podía negar que era muy tenaz cuando perseguía algo.
Él lo había definido como una “noche de diversión”. Ella le había dicho “las dos veces” y “para ser Diego, estuvo encantador”. No podían existir dos antónimos más evidentes que Diego y “encantador”.
En cualquier caso, estaba claro que, allí, por más que él se empeñara, había habido algo más que “mera diversión”.

En ese momento llega Paula a la habitación.
Paula: “Parece que te estés devanando los sesos.”
Sandra: “Estoy montando las piezas de un puzzle.”
Paula: ¿Y dónde están?
Sandra: “En mi cabeza.”
Paula: “Pues ten cuidado o vas a empezar a echar humo.”

Sandra sigue pensando.
Lo que seguía sin entender era lo mismo que le había dicho a él, porqué “ahora”, si la conocía desde hace muchísimos años y jamás había mostrado ningún tipo de interés por ella.
Álvaro y Gonzalo “revoloteaban” a su alrededor cada vez que ella venía a Bulevar y, cuando llegaron a cierta edad, intentaron, sin éxito, toda clase de trucos para colarse en su cama. Sin embargo, Diego prácticamente ni se había acercado a ella, a pesar de que la había tenido mucho más cerca que el dúo “Zipi y Zape”. Como bien había dicho él, hubo una temporada en que ellas dos se pasaban la vida juntas y Carla era asidua en casa de los “de la Vega”.
Además, Diego no llegó aquel día a Bulevar y se la encontró por casualidad, cuando llegó ya parecía saber que ella estaba allí y para qué.
Nada parecía tener mucha explicación, ninguna… a no ser que… ¿Diego? ¿El hombre sin sentimientos? No, no podía ser. Pero, ¿y si por casualidad...?
Tenía que comprobarlo… y ya sabía como, no iba a ser sólo Carla la de los “planes”.


EL PLAN DE SANDRA

A la mañana siguiente, en Bulevar, Sandra pone en marcha su plan. Para la primera parte del mismo era mejor contar con Cayetana, amiga personal de Teresa Trigo.
Sandra habla con Cayetana y le pregunta por la opinión de Teresa Trigo sobre las fotos de Carla cuando se las habían enseñado Richard y ella el viernes pasado. Cayetana le contesta que le habían gustado mucho, muchísimo. Carla no había perdido ni un ápice de profesionalidad a pesar de los años que llevaba retirada como modelo.
Sandra: “Caye cariño, ¿puedes hacerme un favor? Pregúntale a Teresa Trigo si seguiría interesada en que Carla fuera la imagen de su línea de cosméticos y sobretodo si valdría el material fotográfico de Richard o si necesitaría muchas más sesiones de fotos.”
Cayetana: “¿Para qué? Carla no mostró demasiado interés cuando Teresa le hizo la propuesta.”
Sandra: “Déjame a mí a Carla, ya la convencí para hacer el reportaje para Bulevar y no creas que fue fácil así que, no dudo que pueda persuadirla para aceptar la propuesta de Teresa.”
Cayetana: “Sigo sin entender porqué te interesa.”
Sandra: “Si a Teresa Trigo le sirvieran las fotos de Richard podríamos llegar a un acuerdo económico que beneficiaría a Bulevar. Además, Carla mostró reticencia a nuevas sesiones de fotos y si estas no hicieran falta, podría convencerla.”
Cayetana: “Esta bien, como quieras. Hablaré con Teresa.”
Sandra: “Gracias. Por favor, comunícame su respuesta en cuanto sepas algo.”
Sandra piensa, primera parte del plan en marcha.

Al final de la mañana Caye llama a Sandra diciéndole que Teresa Trigo sigue interesada y que le había extrañado que le preguntara, ya que había tenido la misma percepción que Cayetana sobre el interés de Carla.

Primera parte finalizada, piensa Sandra.
Ahora hace falta la segunda, convencer a Carla para que acepte la oferta y haga una nueva visita a Madrid … difícil pero, no imposible.
La segunda parte del plan había sido una muy ardua tarea, ¡uf!, bastante más de lo esperado. Carla no quería volver a ser relacionada con su vida de modelo, ya había picado bastante con el reportaje de Bulevar, y mucho menos volver a Madrid tan pronto. Sandra tuvo que emplearse a fondo durante varias conversaciones telefónicas e insistir en que Teresa quería hacer énfasis en su vida actual de mujer moderna, profesional, madre, …
Al final consiguió que Carla aceptara a medias, esperaba que no se arrepintiera. Acuerdan una cita con Teresa Trigo en Bulevar para la firma del contrato y realizar alguna foto adicional, si ello fuera necesario aunque, en principio no lo parecía.

Segunda parte del plan finiquitada. A por la tercera, para esta también necesita ayuda de Cayetana.
Sandra: Caye, ¿sabes algo de Diego?
Cayetana: No, no sé nada.
Sandra: Me preocupa lo que pueda estar tramando. En la última ocasión no mantuvimos una conversación demasiado cordial.
Cayetana: Eso no es ninguna novedad, Sandra.
Sandra: Sé que a ti te tiene algún tipo de afecto. ¿Podrías quedar con él el martes, aquí, en Bulevar?
Cayetana: ¿El martes no es el día que viene Teresa?
Sandra: Sí.
Cayetana: Había pensado comer con ella.
Sandra: Puedes comer con ella igualmente. De Diego me encargo yo.
Cayetana: ¿Pasa algo que no me hayas contado, Sandra? ¿Por qué no le llamas tú?
Sandra: No te preocupes, no pasa nada. La última vez le eché de mi despacho y no creo que venga si le llamo yo.
El motivo por el que Sandra no quiere llamar directamente a Diego es para que no piense que ella le ha preparado la “encerrona” que les está preparando … a ambos. No puede comentarle nada a Cayetana porque sólo tiene conjeturas, bastante inverosímiles, que quiere comprobar.


EL RESULTADO DEL PLAN DE SANDRA

Un fracaso, un auténtico fracaso, piensa Sandra. Claro, que sólo a ella se le ocurriría esperar otra cosa con Diego por medio.
Estaban reunidas en su despacho Bea, Carla y ella. Carla les estaba comentando a ambas que no entendía cómo había podido dejarse convencer de nuevo. Esto daría definitivamente al traste con la imagen de ejecutiva que tanto le había costado conseguir en los últimos años. El contrato que acababa de firmar con Teresa Trigo le proporcionaba un dinero que no necesitaba así que, realmente no sabía qué hacía allí.
En ese momento entró Diego, sin llamar, como de costumbre, y, con la cara y la sonrisa desagradables de siempre, lanzó un ataque directo a Carla.
Diego: “Vaya, vaya. Carla Marín de nuevo por Bulevar. Parece que la señora no estaba tan ‘aburrida’ de la vida de modelo como promulgaba hace poco.”
Carla se puso de pie y con los ojos en llamas le devolvió un: “Señor de la Vega, creo que lo haga, o deje de hacer, con mi vida profesional le importa a usted bien poco.”
Carla, mirando a Bea y a Sandra: “Si me disculpáis, aprovecharé para pasar por la oficina de Madrid antes de ir al aeropuerto.” E hizo ademán de dirigirse hacia la puerta.
Diego la retuvo por un brazo, sin violencia, y le contestó con un desagradable: “¿Ya nos deja usted? ¿Tan pronto?”
Carla furiosa, le miró y con una voz glacial, que no parecía la de ella: “Señor de la Vega, por su bien, le recomiendo que no vuelva a ponerme un solo dedo encima.”
Diego se rió y le respondió: “¿o va usted a denunciarme por agresión?”
Carla, tras soltarse con un movimiento, con la misma expresión de ira en su cara y la misma voz: “Señor de la Vega, yo no soy como usted. No necesito jueces ni abogados. Le aseguro que me basto y me sobro yo sola.”
Diego, divertido en el fondo ante tamaña amenaza: "¿Qué va a hacer entonces?"
Carla, sin responder a su pregunta, fue hacia la puerta, la abrió, se giró y dijo: “Hablamos otro día, Sandra. Un placer como siempre, Beatriz. Claramente, no puedo decir lo mismo en su caso, señor de la Vega.” Salió por la puerta sin comentar más.

Un verdadero desastre, piensa de nuevo Sandra. Estaba claro que sus suposiciones eran completamente erróneas. Que Diego pudiera albergar algún mínimo sentimiento era demasiado bueno para ser cierto.
Si Carla llega a enterarse de que había sido ella quién lo había organizado todo, la mata.

Lo que Sandra no sabía, es que Diego estaba casi tan arrepentido como Carla de aquella noche. Él había esperado que la hermosa Carla fuera un suculento bocado y ciertamente, no había desmerecido para nada lo esperado. Había sido un bocado sabroso, delicado, exquisito, demasiado. Había perdido la “asepsia” que mantenía en sus relaciones. Quizás no había sido tan buena idea permitirse “el capricho” después de tantos años...
Por eso, cuando llegó aquel día a Bulevar en respuesta a una llamada de Cayetana y le comentó de pasada que Carla estaba allí, no pudo evitar arremeter contra ella. Aunque él no lo reconociera, era una forma de defensa. Pero, en contra de lo esperado, ella había respondido al ataque con igual fuerza, eso le había irritado y encantado a partes iguales. Normalmente le bastaba intimidar a la gente para que todos se apartaran de su camino, y esta vez, “ella” se había permitido amenazarle. Una amenaza absurda, estaba claro pero, aún así, no estaba acostumbrado a que le plantaran cara y menos aún una mujer. No esperaba que tuviera tanto genio, evidentemente era una mujer con sorpresas... Tenía que reconocer que le gustaba y, eso no era bueno, necesitaba mantener su cabeza y su corazón helados.


PORCIÓN EN EL BLOG DE BEA SOBRE LO OCURRIDO

La Bella contra La Bestia

Queridos Blognautas,

Carla ha venido de nuevo a Bulevar. Esta vez, el motivo de su visita ha sido la firma de un contrato como imagen de la empresa de Teresa Trigo.
Creo que ya sabéis que hace tiempo llamaban a Sandra “La Transformer” por su afición a las operaciones de estética. Pues bien, la verdadera Transformer ha resultado ser La Guapísima, que pasó, de la mujer encantadora que es siempre, a una Hera enfurecida, en décimas de segundo, sin necesidad de cirugía, sino por arte de la aparición de Diego de la Vega. Fue todo un espectáculo verla allí, cuan alta es, enfrentarse a él, con ojos en llamas y gélida voz.
No es necesaria la explicación de quien era La Bella y quién La Bestia en la escena. En este caso, yo diría que ganó La Bella, cosa que, obviamente, La Bestia no esperaba. Está acostumbrado a ir pisoteando a la gente a su paso y que esta mujer se revolviera tras el pisotón le pilló por sorpresa.
Ya veis, al final, tras más de un año, he podido ver parte de la función (La Bella y La Bestia) sin necesidad de acudir al teatro.
Estoy empezando a pensar si Carla no será una hermana secreta de Sandra porque, ellas dos son las únicas que le hacen frente de forma directa y hasta parecen poder mantenerle a raya.
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Hasta luego Blognautas.

lunes, 17 de septiembre de 2007

2. Cazador Cazado (Diego a la conquista de Carla)


Carla portada especial en Bulevar: 20 AÑOS EN PORTADA
Carla y Diego: SESIÓN DE FOTOS

Diego a Sandra, en la cafetería, con una de sus desagradables sonrisas: "Veo que debéis de estar muy mal ‘hermanita’ si recurrís a ‘viejas glorias’ para la portada de Bulevar".
Carla, en un descanso de la sesión de fotos, ha ido a la cafetería y llega a tiempo para oír el comentario de Diego, que no la ha visto llegar porque está de espaldas a la puerta. Carla, detrás de él, con una sonrisa de ironía, dice: "No sé si darte las gracias por el piropo".
Diego se da la vuelta y ve a Carla, sonriente y magnífica. Diego, en contra de lo acostumbrado, se queda boquiabierto, sin palabras.
Carla, con otra sonrisa de ironía, añade: "Yo también me alegro de verte, Diego".
Diego, con la mirada y la galantería que sólo utiliza para conquistar a las mujeres hermosas: "Estás soberbia, Carla."
Carla: "¡Ah! Supongo que, después de todo, el tiempo no ha tratado tan mal a esta … ‘Vieja Gloria’ aunque, … me temo que no se puede decir lo mismo de ti", acercándose a él, "debe de ser por ese carácter ‘tuyo’ ", separándose le dirige otra sonrisa irónica.
Sandra tiene que taparse la boca para no reír.
Carla se dirige a pedirle una botella de agua a Marga.
Sandra suelta una carcajada ante la mirada de odio de Diego y con un gesto le dice: "Te aseguro
que me llamas a mí ‘vieja gloria’ y no soy tan ‘educada’."

En la sesión de fotos:
Diego envía a Bulevar un enorme ramo de flores para Carla y le ruega que acepte sus disculpas y una invitación a cenar.
Carla no acepta la invitación.
Diego le manda dos ramos de flores, Carla vuelve a negarse.
Diego le envía otros tres ramos de flores.
Richard se queja ante tal avalancha de flores, ya que distraen su "espíritu creativo". (En total le ha enviado 6 ramos)
Carla, muerta de la risa, llama a Diego: "Acepto la invitación para cenar, pero ‘sólo’ por lo mucho que me he reído, hace tiempo que no me reía tanto. Bueno, por eso, y para que no me echen de Bulevar por provocar una crisis a algún alérgico (se ríe). Pero te advierto que hay condiciones:
Uno: nada de un sitio de esos estirados tipo Luxury.
Dos: nada de gomina, o me va a parecer que estoy cenando con un banquero.
Y lo último, (con una voz más suave) y más importante, que dejes en casa la careta y el disfraz de ‘malo’. "
Diego ofrece ir a recogerla a su hotel pero Carla le indica que le verá en el restaurante. Cuelga el teléfono.
Richard vuelve a quejarse, no han terminado la sesión de fotos.
Carla mira la inundación de flores a su alrededor y sigue riéndose. Richard le dice que así está estupenda y continúan con la sesión.

En la cena:
La Carla de la cena es una mujer con una cierta actitud irónica y desafiante, poco que ver con la mujer comprensiva con la que cenó Álvaro en Londres.
Diego tiene una actitud menos agresiva y más cordial que de costumbre. (Parece menos repelente que el Diego de siempre)
Cuando Carla llega al restaurante Diego ya está sentado esperándola, se levanta al llegar ella y le retira la silla. Carla le mira y le dice con una sonrisa: "No le pega tanta galantería, Sr. De La Vega". Ya sentada le pregunta: "¿Qué opinión le merece a usted esta ‘vieja gloria’ ahora, sin las milagrosas manos de Choni?" (Choni es la mejor maquilladora de Bulevar. Se refiere a que va apenas sin maquillar, como suele acostumbrar.)
Durante la cena Diego le pregunta qué ha sido últimamente de su vida. A lo cual, Carla responde, con cara pensativa: "Mi vida,… en unas pocas palabras…
un niño al que adoro, pero que acabaría con las energías de cualquiera;
un trabajo de cierta responsabilidad, que según todos, no hago mal;
un ex, al que si por mí fuera no miraría a la cara, pero con el que intento mantener una relación razonablemente cordial por mi hijo, y créeme, es mucho intentar;
y la poca independencia que mi hijo y mi trabajo dejan."
Mirándole con una sonrisa de ironía, "La tuya me la estoy imaginando: dinero, lucha de poder por Bulevar, faldas y de nuevo 'dinero y poder'." (Con la misma mirada irónica) "No pongas esa cara, eres un tiburón, sólo que, sin la gomina y sin el traje negro (sonrisa) … lo disimulas un poco."
Extrañamente Diego se ríe, pero de una forma más natural que de costumbre. Cambia de tema hablando de la carta del restaurante.
Carla: "¿Qué tal el confit en este sitio?"
Diego, con una de sus sonrisas irónicas: "El pato es la especialidad de la casa".
Carla: "Entonces confit. Voy a tomar algo hipercalórico, no sea que a Richard se le ocurra mañana que pose en traje de baño en pleno invierno. Cuando le cuente lo que he cenado hoy pondrá cara de horror y ni se le ocurrirá mencionar la palabra ‘bikini’ ".
Diego, con actitud de conquistador, le indica que estaría magnífica como siempre.
Carla: "Diego, ¿no crees que ya no tengo edad para dejarme conquistar por las tretas usuales? ¿Pedimos? El vino te dejo elegirlo a ti, ya sabes que yo prácticamente solo bebo agua. Nunca entendí la afición de Sandra al champán, debe de ser que nunca le cogí el gusto a las dichosas ‘burbujitas’ ".
Al final de la cena, Diego le ayuda a ponerse el abrigo y, con una de sus sonrisas, le propone ir a tomar una copa.
Carla, se da la vuelta, le separa con el dedo índice y con cara seria le dice: "Diego, si yo fuera tú, no tentaría a mi suerte. La cena, no incluye ‘en modo alguno’ una invitación a mi cama. Tengo la costumbre de no ser el trofeo de alcoba de nadie", con una sonrisa añade, "además, después de la cena de hoy, sólo me faltaba que Richard me vea mañana con ojeras. Ha sido un placer volver a verte después de tanto tiempo." Le da un beso en la mejilla, "el próximo día te invito yo... a comer", y se va a su hotel.
Diego la ve alejarse, (con una de sus sonrisas habituales) había olvidado lo hermosa que era y, a pesar de la maternidad y del comentario del bikini, sigue teniendo un cuerpo espectacular. La negativa de ella hará más interesante el reto de llevarla a su cama.

Al día siguiente:
Desde su despacho, Diego llama a Carla para quedar a comer. Carla se ríe y le dice: "Te has dado prisa en tomarme la palabra de la invitación. Lo siento, pero no puedo, en cuanto acabe la sesión de fotos tengo que pasar por la oficina de Madrid y luego vuelvo a Londres."
Diego al otro lado del teléfono le dice con una de sus caras que es una pena.
Carla le contesta riéndose: "no te preocupes, tengo intención de volver para la Pasarela Cibeles. Te llamaré para devolverte la invitación".
Diego le pregunta con ironía si a desfilar.
Carla le responde: "Diego, sobran las bromas, vengo por temas de trabajo". Carla cuelga a Diego y menea la cabeza.
Sandra le pregunta: "¿con quién hablabas?".
Carla le responde: "Con Diego." Sandra pone cara de asombro y un poco de asco. Carla continúa: "No te preocupes. Son básicos, no hay como decirles que no están invitados a tu cama para que les resulte la mar de atractiva." Ante la mirada horrorizada de Sandra, continúa: "No me mires así Sandra, lo último que me apetece en este momento es liarme con nadie, y menos aún con tu hermano."
Sandra: "¿Entonces vienes a Cibeles?"
Carla, riéndose: "Sí, digamos que mi ‘plan’ ha dado sus resultados."



Blog de Bea

LA COMETA AL FIN VOLÓ

Queridos Blognautas,

No os podéis imaginar lo feliz que he sido en Oropesa. Aunque, con un pequeño sobresalto inicial ya que, confirmando mis temores, mi padre y Carol decidieron rememorar su primer encuentro en el hotel. Finalmente, debido a un "inoportuno" catarro de mi progenitor, tuvieron que retrasar unos días su viaje. Así que, Álvaro y yo pudimos disfrutar de nuestro viaje sin miedo a que nos pillaran ojos indiscretos.

Los paseos por la playa de esta vez han estado llenos de besos y abrazos y ... qué queréis que os diga, ahora entiendo porqué me enamoré de Álvaro. Álvaro me dio una sorpresa que no me esperaba en absoluto. ¿Os acordáis de lo que le regalé después de Reyes el año pasado? Ese regalo por el cual me echó una bronca terrible cuando casi lo descubre Cayetana .... ¿Habéis hecho ya memoria? La cometa, que yo pensé que había tirado a la basura.
Estábamos en la playa cuando Álvaro sacó la cometa y allí tendríais que habernos visto a los dos como niños, jugando con la cometa. Lo malo, es que mucha maña no teníamos y ante una ráfaga de aire, en un momento en el que estábamos entretenidos en otros menesteres (dándonos un beso) … el viento se la llevó.
Parece mentira todo lo que puede pasar en un año, como se puede pasar de la felicidad a la completa miseria y de nuevo a la felicidad. La diferencia es que el año pasado mi felicidad se debía a una mentira.

Este año, y con motivo del viaje, decidí comprar otro modelito de lencería, un poco menos “angelical” que el del año pasado. Si el del año pasado no pude estrenarlo, el de este tampoco he podido utilizarlo demasiado, pero por motivos completamente distintos. Álvaro no me ha dado apenas tiempo a ponérmelo.

Por cierto, hemos pasado de nuevo por delante de la “Bocca della Verità”, pero esta vez Álvaro no ha querido jugar. Me ha dicho que la próxima vez que meta la mano será en la original, en la que hay en Roma y que, si me apetece, iremos de vacaciones a Italia este verano.

Creo que no ha acontecido mucho por Bulevar en nuestra ausencia. Richard está entusiasmado tras la sesión de fotos de La Guapísima, a pesar de los recelos de ella a posar después de tantos años alejada de los flashes. Lo que me ha dado pena perderme ha sido lo que me ha contado Sandra. Al parecer, su hermano Diego, alias Cara Acelga, apareció y llamó a Carla “vieja gloria” a sus espaldas. Hay que ser cafre, y él lo es, para dedicarle a esta mujer semejante apelativo. Sandra se partía de la risa mientras recordaba como Carla, sin perder la sonrisa, le puso firme con una simple frase. Creo que Sandra tiene razón, va a empezar a gustarme esta mujer. También me ha comentado algo sobre una “inundación” de flores, pero yo estaba en las nubes recordando los dos días que hemos pasado en Oropesa y ya no le presté mucha atención.

Os dejo, voy a intentar bajar a la tierra y centrarme en el trabajo.

Una blognauta voladora de cometas.


CARLA EN CIBELES
Pasarela Cibeles. Lunes
Carla regresa al cabo de unos días a Madrid, asiste a los desfiles de la Pasarela Cibeles que va a incluir en el especial "Moda de España" de la revista en la que trabaja.
Carla llama a Diego, le invita a comer aunque, está liadísima y no puede dejar Cibeles. Pueden quedar allí, la comida no es muy buena, pero a cambio, le indica irónicamente, podrá conocer a un montón de ‘guapas modelos’.
Diego llega a Cibeles, ve a Carla hablando con un diseñador cuyo desfile ha sido esa mañana. Llega cuando le está comentando de forma un tanto amanerada: "Es una pena que no me hayas avisado, si te apetece venir en la próxima edición dímelo y te hago un vestido especial para ti, para que estés magnífica sobre la pasarela, como siempre".
Carla se ríe a mandíbula batiente mientras le responde al diseñador: "Tú quieres que me salgan un millón de arrugas de tanto reírme, ¿verdad? ¡Iba a parecer la madre de todas las modelos! Los organizadores pondrían el grito en el cielo."
A Carla nunca le han importado las arrugas a la hora de sonreír o de reírse, piensa que las mujeres que van serias por la vida para que no tener marcas de expresión no saben lo que se pierden, "la risa es salud". Carla ve a Diego, le hace una señal con la mano. Al diseñador le comenta: "Cuando haya preparado el reportaje, hablamos para ver te parecen los diseños y las fotos que haya escogido. De momento tengo un par de favoritos. Estamos en contacto".
Ya con Diego: "No tengo mucho tiempo, estoy hasta arriba de trabajo. Es curioso, después de tantos años, se me habían olvidado las carreras del backstage."
Diego le pregunta si echa de menos la vida de modelo.
Carla le mira, con una sonrisa: "¿Echar de menos la vida de modelo? ¡En absoluto! Cuando lo dejé no faltaron comentarios de todo tipo. Los hay que insinuaron que lo dejaba porque ya no me llamaban tanto como antes y mi caché empezaba a bajar. Otros dijeron que emulaba a la gran Greta Garbo dejándolo antes del comienzo del (con un gesto) ‘declive’... Lo cierto, es que dejé este mundo de apariencias porque me aburría desde hace tiempo, quería hacer otras cosas en mi vida."
Diego se muestra extrañado.
Carla continúa: "Podría haberme dedicado a no hacer nada, a ir de compras de aquí para allá, a que me fotografiaran en tal yate, etc. Pero parece que me encanta complicarme la vida. El problema es que no me daban demasiadas oportunidades fuera del mundo de la moda así que decidir aprovechar la oferta de esta la revista e intentar hacer las cosas a mi manera. Lo único que siento es estar siempre hasta arriba de trabajo. Para poder pasar más tiempo con Joël acabo llevándome el trabajo a casa, y poniéndome con ello después de acostarle."
Diego: "¿Y el reportaje para Bulevar?".
Carla, con ironía: "Aunque no te lo creas, a Sandra y a Álvaro les costó bastante que esta 'vieja gloria' aceptara. Creo que lo hice por el lazo sentimental que me une a Bulevar y porque, en el fondo le tengo cariño ‘a la loca’ de Richard." "Bueno, basta de hablar de mí. (Con una sonrisa) ¿Es muy interesante la vida de los 'tiburones financieros'?"
Tal y como le había anunciado Carla, la comida no es la del Luxury a la que él está acostumbrado. Diego le propone cenar esa noche. Carla se niega: "Imposible, tengo que analizar todo lo de hoy, mirar todas las fotos, ir preparando el reportaje, terminar de preparar las entrevistas de mañana. Además de revisar algunas cosas que quedaron pendientes en Londres."
Diego, con una de sus bromas: "Pensaba que eras la directora de contenidos, no una reportera."
Carla le responde de la forma más natural: "Me he involucrado especialmente en el reportaje ya que ha sido idea mía. Además, conozco a gran parte de los diseñadores y he supuesto que preferirían hablar con alguien conocido a hablar con un reportero inglés al que no conocen de nada. A la mayoría les ha interesado el reportaje por la oportunidad que representa para el exterior y saben que intentaré hacerlo de forma elegante."
La mujer de hoy no está a la defensiva como en la última noche, simplemente está centrada en su trabajo. De vez en cuando saluda a alguien. Él, con otra de sus sonrisas irónicas, le comenta que pensaba que en este mundillo volaban los puñales. "Sí", responde ella, "a veces puede haber algunas rencillas entre algunas modelos, pero (con un guiño) es mejor llevarse bien con los maquilladores y peluqueros, si no quieres salir a la pasarela hecha un adefesio." Diego sabe que eso último no es cierto, la conoce desde hace unos veinte años y cada vez que llegaba a Bulevar repartía sonrisas y hablaba con todo el mundo, daba igual que fuera maquillador, recepcionista o encargado de la limpieza.
Diego le propone quedar para cenar al día siguiente.
Carla, con cara divertida, le pregunta: "Diego, no estarás intentando seducirme, ¿verdad?"
Diego le asegura con una de sus sonrisas y sus gestos: "No, pero... no sería mala idea."
Carla se ríe: "Te advierto que no te iba a servir de nada", mientras le dirige un gesto y una sonrisa, "como entiendo que es NO, te invito yo a cenar. (Mirando los platos sobre la mesa) Esta vez, en vista de la comida de hoy, si te apetece, podemos ir al Luxury, aunque nunca he entendido porqué os gusta tanto ese restaurante."
Diego piensa que la mujer de hoy es tan interesante como la del otro día.
Carla, con una sonrisa, señalándole el pelo: "Mejor sin gomina", y el traje negro que lleva (con un gesto simpático), "y sin el disfraz de malo." Poniéndose un poco más seria, "siempre tengo una videoconferencia con Joël antes de acostarse y con el cambio de horario con Londres no puedo quedar antes de las 10."
(Como ha venido a trabajar ha dejado a su hijo en Londres. Aquí el pobre se pasaría el día con la nanny inglesa que no conoce Madrid y sólo habla las 4 palabras de castellano que le ha enseñado el niño. Ha hecho un pacto con su ex para cambiarle la semana que tendría que estar con él.)
Carla se despide de Diego. Diego sigue poniendo una de sus sonrisas mientras ella se aleja para hablar con alguien. Se queda hasta el viernes... eso le da tiempo para seguir adelante con su plan de "conquista". Cuanto más dura la batalla... más sabrosa la victoria y viéndola, es indudable que el premio merece la pena.

Pasarela Cibeles. Martes
Carla cena con Diego en el Luxury. En la despedida, Diego intenta acompañarla al hotel, Carla le sonríe y le dice: "Diego, la advertencia del otro día sigue en pie. Hasta mañana".
Diego la ve alejarse con ojos distintos a los de la última cena. Ese este "hasta mañana" no deja muy claro si es una fórmula de cortesía o quedarán mañana, entiende que lo primero. Está muy equivocada si cree que se va quedar de brazos cruzados, sólo le quedan dos noches para lograr su objetivo y cada vez tiene más claro que quiere conseguirlo.

Pasarela Cibeles. Miércoles
Ese día es Sandra quien come en Cibeles con Carla. Sandra comenta que es una pena que haya tan poco modelo masculino. Carla se ríe, "¡no cambiarás nunca! Dime, ¿qué tal con Gonzalo? Ni en un millón de años hubiera pensado que podrías tener algo con Gonzalo".
Sandra le replica: "Yo tampoco, pero chica, que me pilló en un momento tonto y no veas lo bien que me lo he pasado jugando con él, de la misma forma que él estaba acostumbrado a jugar con otras mujeres".
Carla: "¡Eres mala!".
Sandra: "No más que ellos." (Risas de ambas)
Cuando Sandra se entera de que ha quedado varias veces a cenar con Diego se muestra horrorizada, no entiende como puede "salir" con su hermano.
Carla le dice: "Sandra, no estoy ‘saliendo’ con tu hermano. Simplemente hemos quedado un par de veces."
Sandra: "¡Ah! ¿y a eso no lo llamas tú ‘salir’?"
Carla: "Deberías estar contenta de ver que Diego pueda mantener una conversación con alguien sin intentar "apuñalarle", como dirías tú. (Con un guiño y moviendo su dedo índice en círculos) Además, así no lo tienes ‘acechando’ por Bulevar."
Sandra, con uno de sus gestos: "Ten cuidado. Diego puede llegar a ser violento si no consigue lo que quiere."
Carla, con una risa: "¡Por dios, Sandra! ¡No pensarás que va a aprovecharse de mí! ¿a estas alturas?", añade: "No te preocupes, tengo experiencia esquivando viejos trucos de seducción. Después de mi separación no faltó quien pensara que era el momento idóneo para atacar a esta ‘pobre mujer separada’. Además, (riéndose) recuerda que Diego me llamó ‘vieja gloria’."
Sandra, preocupada, conoce a Diego: "Aún así, no me quedo tranquila."
Carla, "vamos a dejar ya de hablar de Diego y termina de contarme qué ha sido de tu vida, el otro día no tuvimos tiempo."

Diego decide cambiar de estrategia, esa tarde la sorprende presentándose en Cibeles al acabar los desfiles. Ella se muestra muy seria y le comenta que ya ve que le ha cogido afición a verse rodeado de modelos. Le dice que lo siente, pero tiene que trabajar. Diego le propone ir a merendar, conoce una cafetería cercana con una tarta de chocolate estupenda.
Carla enarca una ceja mientras le dice: "Creía que no te gustaba el dulce."
Diego le contesta, con uno de sus chistes jocosos, que nunca dijo eso.
"Ya", replica Carla, seria, "pero no parecías tenerle muchas ganas al bizcocho de chocolate de Marga y te aseguro que estaba delicioso".
Diego está a punto de decirle en plan jocoso que seguro que ella también está deliciosa pero,... está claro que eso no sirve con ella. En lugar de eso, le insiste en que las tartas son de las mejores de Madrid.
Carla: "No me tientes. Está bien, te doy poco más de media hora. Un café y un trozo de tarta. Tengo un montón de trabajo." "¿Está cerca?"
Diego asiente.
Carla indica: "Vamos andando."
Diego se ríe mientras le pregunta si está segura, tiene el coche afuera.
Carla le dice: "Segura. Siempre me ha gustado pasear por la ciudad. Lo malo es el frío que hace en febrero. Creo que cambiaré el café y la tarta por una taza de chocolate."
Acabar con una simple taza de chocolate no era la idea de Diego, pero está claro que ella no está dispuesta a más.
A pesar de todo, el Diego que sale con ella no se parece demasiado al Diego que suele hacer sus visitas por Bulevar. Parece otro, sus sonrisas y sus bromas son menos irónicas y desagradables que de costumbre, sus sonrisas parecen sinceras. Sólo le queda una noche... y piensa aprovecharla, se ha tomado muy en serio el acabar en su cama. Ha conocido pocas mujeres como ella, con la que no sirve de nada alardear. No lo reconocería nunca, pero ha disfrutado de la tarde..., de la tarde y de cada una de sus cenas con ella.

Pasarela Cibeles. Jueves.
Última noche de Carla en Madrid. La pasarela acaba el viernes y Carla tiene el vuelo a Londres nada más acabar la edición.
Diego llama a Carla y le propone quedar a cenar. Ella le increpa: "Diego, me temo que estás dejando abandonada a alguna de tus amantes y no quiero que luego me odien. En serio, tengo que retirarme pronto, mañana tengo mucho lío. Por la mañana no voy a Cibeles, es el día de los diseñadores noveles, me gustaría ir, pero irá mi grupo. Yo he aprovechado para concertar cita con un par de diseñadores que no han acudido a la presente edición, pero que me interesaría incluir en el reportaje. Además no he parado en toda la semana."
Diego insiste de nuevo.
Carla, con desesperación: "¿Es que los 'de la Vega' no os dais nunca por vencidos?"
Diego, con una de sus bromas: "No. Marca de la casa."
Carla lo deja por imposible: "Está bien, a las 10, pero a un sitio informal, por favor. Si vuelvo a ir al Luxury voy a acabar con complejo y tragándome un palo para quedarme tan tiesa como el maître."
Diego se ríe: "No creo que te dejaran entrar en el Luxury si te oyeran decir eso."
Carla, con voz y aspecto de cansada "No me importa. (Mirando el traje que lleva) Ahora, lo que me apetece es quitarme el ‘uniforme’ de trabajo y, sobretodo, (con un suspiro) ‘bajarme del tacón’."
Diego, de broma: "Marchando un sitio informal para la señora."
Carla piensa, "algo me dice que me voy a arrepentir… ¡Tonterías mías!"

El local escogido por Diego tiene dos plantas: la de arriba es restaurante y la de abajo es un pub, en el que la mayor parte de la música que ponen está en castellano, supone que ella estará harta de escuchar música en inglés. Lo ha elegido con ‘mucho cuidado’.
Después de cenar Diego le propone ir tomar algo en la parte de abajo. Carla se siente tentada, le encanta bailar y ya no recuerda el tiempo que hace que no sale a bailar, la verdad es que hasta venir a Madrid no salía apenas.
Carla: "Veo que me conoces mejor de lo que yo pensaba: primero pato, luego chocolate, ahora baile… ¿Hay alguien que ha estado haciendo los deberes con algún ‘inútil’ propósito?" Amenaza nuevamente a Diego con un dedo mientras le dice: "Una copa tú, algo sin alcohol para mí, y después cada mochuelo a su olivo, Diego".
Diego le pregunta descaradamente si no hay manera de llevarla al 'mismo'.
Ella, "Diego, ¿cuántas veces he de decirte que pierdes el tiempo? Creo que la ‘conocida’ que se ha acercado a ‘saludarte’ durante la cena estaría ‘encantada’ de ir contigo donde tú quieras." (Durante la cena se ha acercado una de las amantes de Diego, un tanto celosa por encontrarle con otra mujer y descubrir que ese es el motivo por el cual no la ha llamado últimamente).
Ya en la parte de abajo Carla se disculpa y va al aseo. Allí, la chica del restaurante se hace la encontradiza con ella. Visiblemente celosa, intenta simular que no la ha visto entrar y la ataca (verbalmente) hablando con una amiga: "No puedo creer que Diego ande perdiendo el tiempo con ‘una vieja’. Aunque, he de reconocer que no está tan mal para la edad que tiene, considerando que hace ya 1000 años que dejó la pasarela". Carla sin perder la sonrisa sale de la cabina y le dice: "Querida, cuando llegues casi a los 38, con un niño que no para, un interminable trabajo de oficina, y un ex como el mío, … entonces hablamos cuanto quieras. (Poniendo cara de comprensión) Además, para tu consuelo, te diré que lo único que tengo de vieja es que soy una ‘viejíiisima’ amiga de la familia y no tengo ‘ninguna intención’ de ser otra cosa. ¡Uf! (Haciendo un gesto con la mano e imitando voz de 'diva') Tengo que dejaros, ‘a mi edad’ hay que retirarse pronto para que no se marquen más las patas de gallo." (Lo último va claramente con sorna porque no tiene ni una sola pata de gallo)
Cuando llega al lado de Diego le comenta: "Veo que te gustan las chicas con uñas, he tenido que esquivar las garras de cierta gata celosa en el baño."
Diego se ríe, ciertamente la gata a la que ella se refiere las tiene bien afiladas. Le da un vaso, ella lo prueba, "Diego, si no me equivoco, este zumo de piña lleva un ‘extra’ que no había pedido. No te va a servir de nada." Deja el vaso en una esquina y no vuelve a probarlo.
Carla decide disfrutar un poco, le encanta bailar y hace mil años que no lo hace. Diego la observa, ella destaca en vaqueros en una sala llena de jóvenes modelos. Esta seguro de que, en estos momentos, más de uno de uno de los presentes le está envidiando y eso que no la conocen...
Tras un rato, ponen "El Rey Tiburón" de Maná, él decide aprovechar la ocasión y le propone bailar. Carla le mira extrañadísima y le pregunta si ‘él’ sabe bailar ‘eso’. Diego, con tono de broma, le responde que entra dentro de las dotes de todo seductor. Ella le mira irónicamente y le dice: "no me lo creo. Pero está bien, comprobémoslo".

Suena la música:



Cha cha cha…
Todos me llaman el pez Tiburón
El rey de los mares salados
Todos me llaman el pez Tiburón
El rey el amante dotado
Ay ay ay
Ahí voy desafiando el amor
En busca de algunas sirenas
ay ay ay ay ay ay
Ahí voy mordiendo el amor
Cuidado sirenas yaaa ha llegado
Y está desenfrenado
Ya llegó el Tiburón

Y viene el Tiburón que tiene todo todo en su vida
Y en realidad está en soledad
Y viene el Tiburón que nunca encuentra solo anda en busca
Busca su presa amor ya llegó, ya llegó el Tiburón

Soy el rey de la mar Tiburón
El que te come a besos
Pero yo soy el rey del mar Tiburón
El que te come mi amor
ay ay ay bom bom mi sirena de amor
Y ten cuidado del beso
ay ay ay ay ay
Ese exceso de amor que ya llegó el Tiburón

Tras acabar el baile, Carla, con una sonrisa, le dice "no ha estado mal, señor tiburón".
Diego no la suelta, mira sus ojos.
Carla, intenta separarse, y en tono de broma: "creo que es hora de que esta sirena se retire al fondo del mar, antes de que algún tiburón quiera zampársela".
"Demasiado tarde" le dice él, la acerca más y la besa. Se separa de él, tiene muy claro qué es lo que él quiere, le mira a los ojos y le dice: "Te dije una vez que no tenía costumbre de ser el trofeo de alcoba de nadie."
Diego intenta retenerla sujetándola suavemente del brazo, ella le mira muy seria, "suéltame, por favor. Esta vieja sirena ya ha tenido bastante con su ex, no quiere saber nada más de tiburones." Él la suelta, ella, enfadada, le dice: "veo a otra sirena que está deseosa de ser devorada. De hecho, casi me muerde a mí por creer que quería quitarle el puesto."
Diego se queda un tanto perplejo, no se lo esperaba. Carla sale, y "la otra sirena" aprovecha para acercarse, el dinero de Diego le resulta la mar de atractivo.
Diego creía que "ya la tenía", sus ojos y el beso que se "habían" dado decían justo lo contrario a sus palabras. Él no era prolijo en besos, usualmente iba "más al grano", los besos eran para quinceañeros y sensibleros. Desde luego no tenía intención de haber montado en público este "numerito" en plan adolescente, pero por fin la tenía a tiro y había aprovechado la oportunidad. Lo cierto es que, aunque no lo reconozca, no lo había podido evitar.
Nicky, "la otra sirena", era increíble en la cama, fuera de ahí no le interesaba en absoluto y tenía muy claro que a Nicky, lo que le atraía era su dinero. (Diego pone una de sus sonrisas) Quizás no estaría mal quitarse el mal sabor de boca de la negativa con Nicky. Sale del local con Nicky, al menos la noche no se presenta tan mal.
Diego está con Nicky, pero no se la puede quitar a ella de la cabeza. Entre el beso que acababa de darle Nicky y el de ella... no entendía porqué, veía la diferencia. La cama de Nicky merecía la pena, la de ella no la había probado. Duda, había puesto demasiado empeño en conseguirla a ella, se lo había tomado como un reto personal y no la podía dejar escapar tan fácilmente…

Carla está en su hotel, se ha cambiado de ropa, ha encendido su portátil para intentar centrarse en el trabajo. Está enfadada con ella misma, ¿está loca o qué? ¿A qué ha venido todo este ‘jueguecito’ que se ha traído con él? Sabía perfectamente lo que él quería y lo peor, ha estado apunto de dejarse llevar. ¡Dios!, conoce a Diego desde hace años, y no le apetece pasar a engrosar la lista de un hombre que para colmo no parece tener escrúpulos. Lo que le ha contado Sandra debería haberle dejado helada la sangre en las venas. Y ella, como parece que es una estúpida, se ha dejado atraer por Su cara más amable. "Carla", se dice, "el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Y tú, has estado a punto de llevarte la palma. ¿Es que no escarmentaste con tu ex? Parece que no."
Llaman a la puerta de su habitación. Es Diego. Carla muy seria, le abre la puerta, y sin dejarle pasar le dice: "Creía que había dejado las cosas claras. No creo que nos quede nada más por aclarar."
Diego sin decir ni una palabra la besa de nuevo.
Carla se separa y cerrando los ojos le dice: "¡Hum! (abriendo los ojos) Si la otra sirena estaba tan dispuesta a dejarse devorar, ¿por qué vienes a mí?"
Diego intenta decir algo.
Carla, seria, haciendo un gesto con la mano y meneando la cabeza, "No te molestes en negarlo. Puedo ver cuánto se ha acercado a ti por el olor de su perfume. Tengo un olfato finísimo. De hecho, podría haberme ganado la vida como perfumista."
(Ella piensa, "mi marido no supo jamás que fue así como empecé a sospechar. Cuando dejó de ser tan cuidadoso y las duchas de después de sus escarceos se las daba en casa de ella, justo antes de venir a casa. Podía oler el perfume de otro gel de baño en su piel.")
Diego la besa de nuevo. Ella cierra los ojos (real y figuradamente), los abre y le dice: "señor tiburón, habrá que borrar el aroma de la otra sirena, si pretende que ‘ésta’ se quede con usted". Él entra y cierra la puerta.
"Diego", le susurra ella, "desde mi separación, no …".
Él no la deja acabar, a ella ‘sí’ que se la comería a besos.
"... ha habido nadie", termina ella mentalmente. "¡Dios!", piensa ella, "mañana me arrepentiré, sé que me arrepentiré".

A la mañana siguiente.
Diego duerme profundamente. Carla se levanta, se ducha mientras piensa: "cómo si no hubiera tenido bastante con la ducha que ‘nos dimos’ anoche", recoge todo y sale de la habitación. ¡Esto es ya lo que le faltaba! Huir como una chiquilla de su propia habitación. ¿Se puede saber qué excusa se había puesto a sí misma la noche anterior? ¿Acaso había sido tan patética como para sentirse halagada por el hecho de que él rechazara a una de sus amantes, de veinte y pocos años, para venir a ella?
Se dirige a recepción, el encargado le sonríe y le saluda: "Buenos días señora Marín, ha madrugado usted mucho". "Sí", responde ella, "tengo una cita importante a primera hora". El encargado la conoce desde los muchos años que lleva siendo clienta del hotel y siempre le ha parecido "una señora", no parece tener buena cara. "¿Se encuentra usted bien?", le pregunta.
Ella le responde: "Sí, muchas gracias. Si no les importa, dejaré mi equipaje en consigna, pasaré a recogerlo antes de ir al aeropuerto." Antes de salir añade, "la tarjeta de la habitación se la entregará el señor De La Vega, si pregunta por mí le ruego que le indique que he tenido que salir de forma urgente." (Ni valor he tenido para dejarle una nota, piensa).
El encargado disimula la sorpresa que le ha producido oír esto último, está acostumbrado, aunque no lo esperaba de ella.
Carla sale del hotel y se dirige a las oficinas del diseñador con el que tiene concertada la primera cita de la mañana.

En las oficinas del diseñador:
Tras saludarse, él le dice: "Estás magnífica, como siempre, casi te perdonaré el no ponerte un diseño mío por lo bien que te sienta el que llevas." Ella esboza un intento sonrisa.
Él continúa: "Aunque, hoy no te veo muy buena cara. ¿No te encuentras bien? ¿Quieres tomar algo?"
Ella le responde: "Hoy no he dormido bien (más bien no he dormido nada, piensa), si no es mucha molestia, te agradecería un café".
Él, "ahora mismo lo pido. Me alegro de que te hayas acordado de mí".
Ella, "no, soy yo la que te agradece que me hayas hecho un hueco en tu agenda. Me encanta tu ropa, es elegante, sencilla y práctica, en especial tus vestidos. No podía dejar de incluirla en el reportaje aunque este año hayas decidido no acudir a Cibeles. (Con un intento de sonrisa) Pese a todo, he de decirte que, con esa manía tuya de hacer los pantalones para mujeres con pocas curvas … (con una risa añade) después de mi embarazo ¡me los tienen que arreglar todos!"

En Bulevar
Al final de la mañana se dirige a Bulevar, Sandra se ha empeñado en mostrarle el montaje del reportaje y las fotos de la semana anterior antes de mandarlos a rotativas. En la reunión están Cayetana, Richard, Sandra y Teresa Trigo que, como en el caso de "Mujeres de Verdad", va a patrocinar el reportaje. (Álvaro y Bea se habían ido de viaje esa misma mañana por el ya pasado San Valentín, el día anterior. Álvaro había demostrado ser clásico en ese aspecto y preparó un viaje a Paris.)
En la reunión en la sala de juntas, también despacho de Sandra, Carla apenas abre la boca ni opina demasiado sobre el reportaje. Teresa Trigo está encantada con el reportaje, de hecho, le ofrece a Carla ser la imagen de su marca de cosméticos, es justo el tipo de mujer que buscan, moderna, trabajadora y madre. Cerca de la línea del reportaje de "mujeres de verdad", tendrían como imagen a una mujer hecha a sí misma, en vez de la acostumbrada modelo de apenas veinte años a la que no le ha dado tiempo a tener ni media arruga.
Carla le dice que se siente halagada, pero no puede volver por el momento a Madrid a nuevas sesiones de fotos.
Richard interviene: "Será por fotos, tengo ‘montoones’ de fotos. Lo difícil ha sido escoger unas pocas para el reportaje".
Richard ofrece a Teresa Trigo enseñarle más fotos. Se dirigen al despacho de Cayetana para verlas. Sandra disculpándose, le pide a Carla que se quede un segundo para hablar con ella, no tiene buena cara.
Tras salir todos del despacho, Sandra le pregunta "¿Se puede saber qué te pasa? Si estuvieses en Jamaica no estarías más ausente de lo que estás ahora."
Carla con un intento de sonrisa y una mirada triste: "¿Tanto se me nota?"
Sandra: "Me temo que sí. ¿Quieres un café?"
Carla: "No gracias, ya he tomado uno esta mañana. Si no fuera porque no suelo beber te diría que necesito una copa."
Sandra se acerca a ella: "Me estás preocupando."
Carla: "¿Has oído aquello de ‘hay días en los que es mejor no levantarse’?"
Sandra, un poco desconcertada: "Sí, ¿y?"
Carla: "Pues que hay días en los que es mejor no acostarse … o al menos es mejor hacerlo ‘sola’ ".
Sandra pone cara interrogante.
Carla continúa, "ya ves, parece que a los casi 38 se cometen los errores que no se cometieron a los 18".
Sandra: " A ver, ‘Doña Errores’, ¿se puede saber de qué error me estás hablando?" Con la cara de mujer fatal que sólo ella sabe poner, uno de esos gestos con la mano llevándosela al escote, y de broma, "conociste ayer a un polaco ‘impresionante’, has pasado con él una ‘noche loca’ y por la mañana, cuando te has despertado, te había robado todas las joyas... (cambiando de cara y de voz) que no tienes, porque tú casi nunca llevas joyas, ¿o qué?"
Carla: "Sandra, déjate de bromas que hace muchos años que nos conocemos."
Sandra: "¡Pues ya me contarás de qué me estás hablando!"
Carla: "Ya sabes que lo pasé bastante mal con toda la historia de mi separación."
"No se te habrá ocurrido volver con tu ex, ¿verdad?", exclama Sandra asombrada.
"No", le responde Carla, "y no es porque él no lo haya intentado. Casarme con él fue un error garrafal, lo único bueno ha sido mi hijo. Separarme fue la decisión más acertada, lo único que lamento es haber tardado tanto en quitarme la venda de los ojos. De hecho, fui yo la que pidió la separación".
Sandra: "Pues ya me dirás."
Carla, "Joanna, la directora artística de la revista y amiga mía, me propuso lo que, según ella, era un remedio infalible para olvidarme del mal trago de mi separación."
Sandra: "A saber, ¿algún brebaje misterioso?"
Carla, con media risa: "No, algo mucho más mundano, más de ‘tu estilo’, digamos."
Sandra: "Un buen revolcón."
Carla: "¡Exacto! Me proponía tener lo que ella llamaba ‘a one night stay’, ya sabes, un lío de una noche".
Sandra, divertida: "¿Tú?" (Moviendo la cabeza y una de sus manos) "A ver, me refiero al hecho de que no has tenido un rollo de una noche en tu vida, con esa idea 'romántica' que tienes del amor (y que de tan poco te ha servido, piensa Sandra)" "Un buen revolcón es magnífico para liberar tensiones, incluso dicen que mejora el cutis y da brillo al pelo, … deberías hacerle caso a tu amiga."
Carla: "Le contesté que yo había sido un poco mojigata toda mi vida."
Sandra, con un gesto de su mano: "Doy fe de ello."
Carla: "Y que no me apetecía mucho la idea."
Sandra: "Lo que yo decía, no sabes lo que te pierdes."
Carla: "Pues, como no se puede decir nunca ‘de este agua no beberé’ … (Sandra vuelve a mirarla de forma interrogante) anoche tuve mi ‘one night stay’ particular."
Sandra, extrañada: "¿Particular? Tu amiga te proponía tener un trío, ¿o qué?"
Carla: "No, me refiero que tuve un 'one night stay', pero a mi manera."
Sandra: "Ahora ya no entiendo nada. ¿Qué quiere decir ‘a tu manera’?"
Carla: "A mi manera."
Sandra pone cara de no entender nada: "Bueno, ¿y quién ha sido el afortunado en cuestión?"
Carla la mira con tristeza y no abre la boca.
Sandra se queda pensativa, no reacciona, de repente la mira preocupada: "¿Diego?"
Carla sigue sin abrir la boca.
Sandra, con cara de espanto: "¡Por dios! ¿Cómo se te ha ocurrido? (casi gritando) ¡con Diego!"
Sandra continúa, "¿se puede saber qué te echó en el agua? Porque tú no bebes alcohol, no lo has hecho nunca y por lo que acabas de decirme sigues sin hacerlo."
Carla, intenta reír, recordando el zumo de piña con Cointreau, "No creas que no lo intentó".
Ante el reiterado silencio de Carla, Sandra le pregunta: "no se comportaría como el energúmeno sin sentimientos que es, ¿no?"
(Carla se queda con la mirada perdida, recordando la noche pasada, mientras piensa "No, incluso me besó la cicatriz de la cesárea de urgencia que tuvieron que hacerme cuando nació Joel. Mi ex evitaba rozarla." Con cara de asco, "mientras yo estaba en el quirófano teniendo a nuestro hijo, él estaba en un ‘viaje de negocios’, acompañado de su amante, como descubrí mucho después. El mismo día que me enteré de ello concerté una cita con el mejor abogado de divorcios de todo Londres.")
Sandra ve la última cara que pone ella y, preocupada, insiste: "¿Carla?"
Carla la mira y le responde: "No, para ser Diego, puede decirse que estuvo encantador."
Sandra, en parte aliviada y con un gesto: "¡Mira que me extraña!"
Sandra vuelve a quedarse pensativa, la mira y, con tono de terror en su voz, le pregunta: "Lo de ‘a tu manera’ … no querrá decir que te gusta Diego, ¿verdad?"
Carla sigue sin abrir la boca.
Sandra, con un gesto afirmativo: "Ósea, sí." "Por favor, dime que te has dado un golpe en la cabeza y has quedado temporalmente trastornada."
Carla, con voz triste: "¡Ójala!"
Sandra, pensando en el posible número de amantes de su hermano, sin atreverse ya casi a preguntar: "no estarías tan loca, como para no utilizar protección, ¿verdad?"
Carla procura esbozar otra sonrisa: "No. La utilizamos. Las dos veces."
Sandra ya no sabe qué cara poner, "¡las dos veces!", con sorna, "seamos francas, acostarse con él y 'disfrutarlo', más que un error, yo lo definiría como un milagro".
Carla: "Sandra, por favor."
Sandra, al ver la cara de su amiga, "perdona, no pretendía ofenderte, simplemente no me cabe ‘nada’ en la cabeza. Creo que yo también estoy empezando a necesitar un copazo."
Carla, con la mirada triste: "Sandra, (moviendo la cabeza en modo de negación) no es lo último".
Sandra, perpleja: "¡Ah! ¿’Aún’ puede haber algo más?"
Carla, con la mirada perdida, "es el primer hombre con el que tengo ‘algo’ … después de mi ex."
Sandra: "Pues después del trauma de esto, me temo que va a ser el último".
Carla, con un movimiento de mano y levantándose de la silla, "Sandra, de verdad, no estoy para bromas."
Sandra: "Perdona de nuevo, no era mi intención." Intentando ser comprensiva, "Si hay alguien que pueda entenderte soy yo. También he cometido algún que otro error que ha traído cola (recordando cuando se acostó con Álvaro)".
Carla, anda de un lado para otro del despacho, se detiene, se sienta, con cara y voz de desesperación, mira a Sandra: "Sandra, realmente no sé qué ha sido peor, si acostarme con él sabiendo que yo iba a ser sólo ‘una más’, o dejarme engatusar ‘por la cara amable’ que me ha mostrado en estos días." (Con lo último se refiere al hecho de que le gusta Diego) Moviendo la cabeza, muy enfadada consigo misma "No sé cómo he podido, después de lo que me contaste el miércoles. Sus oscuras maniobras para obtener el poder de Bulevar. Decidí no volver a verle la cara nunca más, pero fue a buscarme a Cibeles y me propuso algo tan ‘inaudito’ en él y tan ‘inocente’, como tomar un trozo de tarta. Ya ves, los hay que venden su primogenitura por un plato de lentejas y yo me dejé embaucar por una taza de chocolate." Tras una pausa, y más enfadada aún si cabe, pero con tristeza, "¿Se puede ser más imbécil?" Con un movimiento de cabeza, un gesto con la mano, "¿A quién quiero engañar? Es inútil que intente buscar una excusa, no la tengo".
Sandra está con los ojos como platos. Carla no ha visto la cara de incredulidad que ha puesto Sandra cuando ha comentado lo del trozo de tarta: "¿Diego? ¡Imposible!"
Carla levantándose, continúa, "y para ‘rematar’, esta mañana he ‘escapado’ de mi habitación mientras él seguía dormido."
Sandra piensa: "¡qué Diego se quedó a dormir! ¡Debió acabar agotado!" Le dirige a Carla una mirada interrogativa.
Carla: "Sandra, me sentía fatal, no podía quedarme. ¿Qué iba decirle?", con voz de ironía " un ‘me lo he pasado muy bien, si vas alguna vez a Londres hazme una visita’. Sabes que nunca se me ha dado bien fingir."
Sandra, pensativa, le comenta "conociendo a Diego, me preocupa su reacción."
Carla: "no pienso volver a Madrid hasta dentro de mucho, mucho tiempo." Cambiando de cara, "Sandra, necesito un favor".
Sandra: "Dime".
Carla: "He dejado mi equipaje en el hotel, les indiqué que pasaría a recogerlo antes de dirigirme al aeropuerto. No tengo ganas de volver al hotel. Además, tendrías que haber visto la cara de sorpresa del recepcionista cuando le he dicho que ‘el señor De la Vega’ le entregaría la tarjeta de mi habitación. Por favor, ¿podrías enviar a alguien para que me lo trajera?".
Sandra: "No te preocupes, mandaré a Jota".
Carla: "Muchas gracias. Llamaré al hotel y le daré una autorización a Jota para que no tenga ningún problema." Volviendo al tema de Diego, "Sandra, lo que más me molesta es lo transparente que soy. Supongo que, aunque conseguí esquivarle la primera vez, percibió que no resistiría a una segunda batida".
Sandra no entiende nada de lo último, pero prefiere no preguntar.
Carla, intentando animarse: "¡Hasta tengo una anécdota graciosa! Roberto, al ver la cara qué debía de tener esta mañana, me ha dicho que me ‘perdonaba’ el ir a verle con un diseño que no era suyo. ¡Y ya sabes como es! Le conozco. En circunstancias normales no habría cometido semejante fallo y supongo que él lo sabía. Eso sí yo, mientras, intentando mantener el tipo, hablando de tendencias, de tejidos, de tonos y demás. ¡Cómo si me importaran algo!"
Sandra la mira, pensando en todo lo que le ha dicho. "El primero después de mi ex". Si no había habido nadie después de su ex era claramente porque a ella no había querido, siempre sobraron hombres que la rondaran. No le había detallado apenas nada de su separación, pero estaba claro que lo había pasado mal y que callaba más de lo que contaba. ¿Qué diablos podía haber visto en Diego? ¡En Diego! No servía de nada que ella intentara disfrazarse la verdad a sí misma con la absurda historia de la "one night stay". La conocía, ella no era de las mujeres que tenían solo sexo, la noche pasada había significado algo para ella, nada para él ... Ella lo sabía antes de acostarse con él y no podía perdonárselo a sí misma. Ese el error al que se refería.
"Las dos veces". Si Diego se había quedado a una segunda, la primera debía haber sido de órdago.
"Conociendo a mi hermano", piensa Sandra, "no tiene ni idea de lo que tuvo anoche."

Sandra, suspira y le dice a Carla: "Creo que, definitivamente, y digas lo que digas, voy a preparar algo de beber para cada una. Espérame un segundo, voy a ver qué encuentro en el despacho de Álvaro."

Diego en Bulevar
A la semana siguiente, Diego llega a Bulevar con la misma cara de pocos amigos de siempre. Álvaro pretende llamar a seguridad pero Sandra interviene: "Déjalo Álvaro, quiero hablar con él", y mirando a Diego, "en mi despacho".
En el despacho de Sandra, Diego se muestra sumamente desagradable.
Sandra: "¿Se puede saber qué pretendías con Carla, Diego? ¿Es que te faltan amiguitas últimamente y te aburres? O, ¿cómo ya no te permitimos hacer tus apariciones estelares por Bulevar necesitas otros entretenimientos?"
Diego, aparentando ser tan desagradable como siempre: "No veo qué puede importarte mi … llamémoslo ¿vida sentimental?"
Sandra: "Absolutamente nada, Diego, de no ser porque en este caso el objetivo de tus desmanes ha sido una amiga mía y no entiendo cómo, conociéndola desde hace tanto tiempo, se te ha podido ocurrir, AHORA".
Diego, con una de sus desagradables sonrisas: "Sinceramente, sigo sin comprender tu interés, hermanita".
Sandra, enfadada: "¡Tú que vas a entender!"
Diego, sonriente: "No veo qué puede interesarte el tema, ni el número, de mis compañeras de alcoba. (con una desagradable sonrisa) No sé si llegará a igualar al de ‘Alvarito’, pero (con actitud hiriente) te advierto que suelo ser más ‘selecto’ ".
Sandra, "No tientes a tu suerte, Diego." Prefiere no darse por aludida con este último comentario. Contundente añade: "Estoy segura de que Álvaro ‘jamás’ tuvo el placer. Lo que no entenderé NUNCA es cómo lo tuviste tú."
Diego sin para de sonreír de forma desagradable: "Eso dice muy poco de tu opinión sobre mis ‘aptitudes amatorias’, Sandra".
Sandra, enfadada: " Diego, haz el favor de contener tu lengua. No has tenido a una mujer como ella en tu vida. No la merecerías ni aunque vivieses un millón de años."
Diego: "Francamente, Sandra, sigo sin entender este ‘drama’ por una noche de … ¿diversión?." Sandra le dirige una mirada de odio. Diego añade: "Máxime, cuando ambas salíais juntas a menudo, y ya sabemos todos lo ‘recatada’ que ha sido siempre tu vida… (con uno de sus gestos de manos y sus caras desagradables) si obviamos claro, los minutos en los que te hiciste pasar por monja para engañarme".
Sandra: "Diego, me das asco. Haz el favor de salir ahora mismo de mi despacho y no volver jamás por Bulevar." Imperativa, "Diego, ¡sal ahora mismo de mi vista!"
Diego se despide con un "hasta luego, ‘hermanita’ " acompañado de uno de sus gestos y sus sonrisas irónicas. Está saliendo por la puerta cuando Sandra añade con enfado: "Por cierto, y aunque no te interese en absoluto, te diré algo, a ella le horrorizaba la idea de que los hombres se le acercaran sólo por ser la chica de la portada, la puerta de su dormitorio era más infranqueable que Fort Knox."
La cara de Diego cambia al oír eso.
Sandra insiste en echarle: "¡He dicho fuera, Diego!"
En ese momento llega Richard, muy satisfecho, a enseñarle a Sandra la portada con Carla para el siguiente número de la revista. Diego se queda mirando la foto. Sandra insiste: "¿A qué esperas, Diego? ¿A que llame a Seguridad?" Diego no parece oírla.
Richard mira a Diego y le pregunta con su característico estilo: "¡Uy!, Diego, ¿se te ha acabado la gomina?"
Diego parece despertar de su momentáneo letargo, "sin gomina y sin traje de malo". No se había dado cuenta de que esa mañana no se había puesto gomina. Sale del despacho de Sandra.
Diego piensa que su hermana tenía razón en una cosa, había sido una noche excepcional. Si bien, (con una de sus características sonrisas) no había resultado del todo acertado el símil de la sirena y el tiburón. A no ser que, además de dejarse devorar, las hermosas sirenas devoraran voraces tiburones, igual que devoraban marinos en la Antigua Grecia.
(Con una cara más seria) En este caso no era sólo la voz de la sirena ("Diego") sino también sus ojos lo que no podía quitarse de la cabeza, aquellos enormes ojos negros.
La mencionada noche pensó que era una pena que ella volviera tan pronto a Londres, la aventura bien podría haber merecido algún día más. Siendo sincero, si las noches con ella eran siempre así, no le hubiese importado que se quedara el mes entero.
Lo que no entendía era el afán "protector" de su hermana. Le enfureció que ella se hubiera largado a la mañana siguiente, además de "tocarle" su orgullo masculino. Se supone que fue él, quien se había afanado por llegar hasta su cama, y había sido ella, marchándose de esa forma, la que había dejado muy claro que para ella había sido una mera aventura más. Lo que tampoco le cuadraba dentro de la historia, era el comentario de su hermana sobre Fort Knox.

Tras salir Diego, Sandra no tiene ánimos para hacer caso a Richard, le dice que en principio la foto que ha elegido para la portada le parece magnífica, que se la enseñe a Álvaro.
Sandra está enfadada, Diego ha estado desagradable hasta para ser Diego. Menos mal que ‘ella’ no había oído esto. Si hubiera llegado a hacerlo, en lugar de los tres tímidos sorbos que le dio a la copa que le preparó, se la hubiera tomado entera de un trago.
Empezaba a creer que podía ser cierto aquel refrán que jamás entendió: "la suerte de la fea, la guapa la desea". Carla siempre temió que los hombres sólo se fijaran en su físico y no vieran a la mujer que había dentro. Su marido le había salido rana y ahora, no se le había ocurrido otra cosa que poner sus ojos en el indeseable de Diego, algo que ni la propia Carla entendía y, Diego, le había salido rana total. Al menos Bea había logrado que Álvaro se enamorara de ella.
Ella apreciaba mucho a ambas, las dos la habían ayudado en distintas etapas de su vida. Si hubiera recurrido a Carla tras su desaparición, estaba segura de que ella le hubiera apoyado, además de regañado, en eso se parecía a Bea. Pero se enteró de que estaba a punto de separarse y, conociéndola, consideró que ya tenía bastante con lo suyo.
Como le había dicho a Echegaray padre después de la junta de accionistas sobre la reducción de formato, Diego no se echaría una novia en la vida y le daría un infarto antes de los cuarenta, con esa forma de ser que tenía. La pena es que no sabía la mujer a la que había dejado escapar, no abundaban mujeres como ella. Una pena.