viernes, 23 de noviembre de 2007

12. Sin normas

La cena con ella, como siempre, excepcional. Al salir del restaurante, le propuso tomar algo.
Carla le miró: "Diego, ¿no estás agotado después de la montería? ¿No sería mejor que nos retiráramos?"
Sí, estaba cansado pero, le habían incomodado las insistentes miradas que otros hombres le habían dirigido a Carla en el restaurante, aunque ella no pareció darse cuenta de nada. Necesitaba una copa. No se le pasó por la cabeza que esa, era la peor idea que se le habría podido ocurrir.
Estaban tomando algo, ella, como siempre, sin alcohol, cuando le sonó el móvil. No tenía ninguna intención de cogerlo pero, volvieron a insistir y viendo el número, no le quedó más remedio que atender la llamada. Le dijo a Carla que tenía que salir un momento.
Carla se quedó sola. Esperaba que Diego no tardara demasiado, era consciente de que, con aquel vestido, llamaba la atención. No era provocativo, jamás se lo hubiera puesto, simplemente sugerente. Lo había comprado con Sandra en enero. Le gustó en cuanto lo vio pero, no era nada adecuado para ir a la oficina o al parque, que eran básicamente las únicas salidas que hacía. Sandra le instó a que se lo probara y luego, a que lo comprara: con aquel vestido le iba a dar un infarto a más de uno, sobretodo a su marido, por imbécil. Al final acabó comprándolo aunque, siempre pensó que el vestido no saldría nunca del armario.
Diego parecía demorarse y finalmente, otro tiburón decidió acercarse ante la posibilidad de abordar semejante presa. Diego apareció cuando Carla le decía muy seria: "Le ruego que no insista. Además, ya le he dicho que no estoy sola."
Diego sintió encenderse al ver a aquel petimetre y le dijo muy seco: "La señora acaba de indicarle que la está molestado." Tenía una pinta bastante fiera y, el aspirante se alejó rápidamente.
Carla le sugirió que deberían irse. Él estuvo completamente de acuerdo.
De camino al coche, esta vez había traído el Jaguar, le hervía la sangre con sólo imaginarla con otro hombre. Era la primera vez que la sangre le bullía de aquella forma por algo que no fuera su ambición de dinero y de poder.
Diego no se dirigió al hotel. Cuando paró el coche, Carla le preguntó: "¿Dónde estamos?"
Él respondió: "En mi casa."

Diego despertó, como de costumbre, solo en su cama. Pero, esta vez su almohada olía a ella y un "buenos días" sonó en la habitación. Carla estaba acurrucada en su butaca. ¿Ella no dormía nunca?
En esta ocasión se había saltado con ella todas sus normas pero, no le merecía la pena enfadarse. No, tras lo de anoche y, sobretodo, porque después de aquel día, ella regresaría a Londres y, simplemente, se acabó, no habría más.
Se fijó en que Carla se había puesto la camisa que llevaba él la noche anterior. Ninguna de sus eventuales amantes había hecho algo así. Él no les daba esas confianzas y, digamos que, a ninguna le había dado tiempo a ello. No le agradó, no estaba acostumbrado a que nadie tocara sus cosas pero, intentó restarle importancia.

Cuando él despertó, Carla estaba intentando poner orden en su cabeza. La pasada noche, Diego, apenas cerrar la puerta de su casa, había empezado a besarla apasionadamente. No dejó de besarla mientras la llevaba hacia su dormitorio o le desabrochaba el abrigo, que quedó tirado en alguna parte. Aquel repentino ardor la pilló totalmente desprevenida, al principio se sobrecogió pero, al final reaccionó. El abrigo y la chaqueta de Diego siguieron el mismo camino, se los quitó ella. Su vestido no cayó en el trayecto porque Diego no encontró la cremallera, camuflada en un lateral. Ya en la habitación, Diego seguía intentando despojarla de su vestido.
"Espera", le susurró ella. Necesitaba respirar. Bajó la cremallera y cerró los ojos mientras el vestido de seda se deslizaba hacia el suelo. En aquel momento tuvo la sensación de que se había desprendido de algo más que de su ropa y se sintió sumamente vulnerable. Abrió los ojos. Diego la miraba como si fuera la primera vez que la viera, se acercó a ella y le dijo: "Eres...". No continuó, como si no hubiera encontrado la palabra que buscaba. Volvió a besarla. "Única", le dijo.
"Única", recordó Carla, aquella noche había sido única. Había habido algo diferente en la forma en que él la había mirado, besado… Y ella, ella estaba de todo menos cuerda. ¿Qué iba a hacer ahora que estaba atrapada?

Carla vio despierto a Diego y le dijo simplemente "buenos días". Le hubiera gustado acercarse a él, besarle. Pero, Diego no parecía tener muy buen despertar, el beso que le había dado la mañana anterior no tuvo buena acogida. Y aquella mañana, ella se sentía frágil, sin ánimo para un rechazo.
Se dio cuenta de que él miraba la camisa. "Lo siento", le dijo, "tenía frío. Mi vestido no abriga demasiado." No creyó que a él pudiera molestarle, no después de lo que habían compartido la noche anterior. Tras ponérsela pensó en su abrigo pero, por alguna razón, no se atrevió a salir de la habitación. Se quedó pensando en la butaca.
Carla, levantándose: "Hubiera podido preparar el desayuno pero, no sé si los solteros recalcitrantes tenéis algo de comer. Además, no quería tocar nada." Estaba segura de que a Diego no le hubiera gustado que ella merodeara por la casa.
Diego no solía desayunar en casa. Estaba de mejor humor que las otras veces, le propuso desayunar fuera.
Carla: "Tengo que pasar por el hotel para cambiarme y recoger mis cosas." Ante la mirada interrogante de Diego, quitándose la camisa: "no puedo ir por ahí como Julia Roberts en Pretty Woman". Diego no parecía entender que no podía ir a desayunar vestida en traje de noche.
En ese momento sonó el teléfono. Diego cogió el inalámbrico que había en la mesita, el número era el mismo de anoche. Seguramente habían llamado al móvil, que estaba en el bolsillo de su abrigo en alguna parte de la casa y, al no cogerlo, llamaron al fijo. Al colgar le dijo a Carla: "tengo que solucionar un asunto urgente."
Parecía despedirla de su casa. Carla: "No te preocupes. ¿Puedes pedirme un taxi, por favor?"
Diego asintió. Tras la llamada le comentó que el taxi llegaría en unos minutos.
Carla se puso sus zapatos de tacón y recogió del suelo la corbata de Diego. Salió de la habitación. En el suelo estaban la chaqueta y el abrigo de Diego, más allá su propio abrigo y el bolso.
Intentó mantener la compostura. Sandra tenía razón, debía de haberse dado un golpe en la cabeza y no lo recordaba. Ella no hubiera hecho ninguna de las locuras que había cometido con él. O a lo mejor, sí era cierto que estaba desesperada y no se había dado cuenta. No, tenía claro que lo segundo no, así que, la única explicación posible era la del porrazo.
Carla se despidió con un triste: "Adiós, Diego." Él no le dio pie para nada más.
En el taxi se sintió fatal. Se iba de casa de... ¿su amante?, sola, vestida de noche siendo ya de día, sin una simple muestra de cariño como despedida, ni una palabra, ni un gesto, después de todo lo que había sentido. Al llegar al hotel y cerrar la puerta, lanzó un doloroso pero firme: "Nunca más, señor de la Vega. Lo que me profesa por las noches no me compensa por los sinsabores de las mañanas."
Aquella noche, él le había demostrado que ella le importaba, le importaba de verdad y por la mañana… Si no se entendía a sí misma, mucho menos a él. Había tenido tiempo para pensar en la butaca mientras él dormía. El hombre de las noches no tenía demasiado que ver con el de las mañanas. Lo único que se le había ocurrido para justificar sus enfados mañaneros era que estuviese arrepentido de acostarse con ella pero, no era muy plausible. ¿Qué razones podría tener él para arrepentirse? La única que parecía haber empeñado algo era ella, y había empeñado mucho, demasiado. Para lo de hoy no iba a buscar explicación, parecía demasiado evidente y no quería, no podía reconocerlo... No podía ni pensar que, después de todo, quizás ella sí habría sido una más que, tal vez, el trofeo de alcoba que nunca fue de nadie, podría haberlo sido de él. No.
Jamás debió acostarse con él la primera noche; la segunda, en su casa, con su hijo en ella, fue algo completamente imperdonable. Pero, de todas todas, podía haberse ahorrado el quedar con él este fin de semana. Debería haber venido a Madrid, resolver los temas que tenía pendientes y haber regresado a Londres.

Por su parte, a Diego no le gustó dejarla marchar así, como si la echara de su casa. Ella no se lo merecía pero, tenía que solventar algo sin demora. En cualquier caso, había decidido que esta había sido la última vez. Lo mejor era olvidarlo todo.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

11. La Rana, las tres Princesas y el Ogro

Queridos blognautas,

Ayer fue una noche casi, casi perfecta. Álvaro dijo que iba a llevarme a cenar a un sitio especial. Así que, imaginándome que iríamos a uno de esos restaurantes carísimos que tanto le gustan, me vestí para la ocasión. Lo que no esperaba, era el motivo. Justo antes del postre me pidió que me casara con él. Al parecer, llevaba mucho tiempo deseando preguntármelo pero, dado todo lo que habíamos pasado, había decidido esperar un poco. No quería volver a escuchar un "no" por respuesta. Por supuesto, la respuesta fue un ”sí” tan grande como el pedrusco que tenía el anillo que me ofreció. Le señalé que se había excedido con el tamaño de lo que yo creí que era un brillante. Él, con una sonrisa, me indicó que nada era demasiado para mí pero, que no era un brillante. “¿Ah, no?”, le respondí yo, que de brillantes sólo sé que son carísimos. “No”, insistió él con otra de sus sonrisas, mientras ponía el anillo en mi dedo, “es un diamante princesa”.
No sé vosotros pero, yo he tenido que informarme en Internet de la diferencia. Según he leído, brillante denota el tipo de talla o forma del diamante, princesa es una talla distinta. Va a ser cierto eso de "nunca te acostarás sin saber una cosa más". Supongo que alguien como Bárbara no hubiera tenido ese problema.
Álvaro me confesó más tarde, que eligió ese anillo para no se me olvidara que soy su princesa. Otro guiño a nuestra noche en el cobertizo, como el del reloj con la inscripción que me regaló por Reyes. En el fondo va a resultar que es un romántico.

Por cierto, con tanta felicidad se me olvidaba contaros porqué la noche no fue del todo perfecta y es que, como muchas de las cenas que hemos tenido hasta el momento, ésta también estuvo a punto de truncarse. Álvaro me dijo que iba al baño pero, dada su tardanza, creo que debió olvidar el anillo en el coche. Espero que no le suceda lo mismo en nuestra boda, como suele ocurrir en las películas.
Mientras esperaba a Álvaro, casi se me cae el alma a los pies cuando vi entrar en el restaurante a Diego de la Vega. ¿El deporte de este "ser" sería el estropearme todos los momentos felices de mi vida? La inquietud que sentí al verlo se tornó en asombro al comprobar que esta vez no venía solo, como es su costumbre, sino que iba acompañado. Increíblemente, había mujeres que soportaban su compañía. La extrañeza se convirtió en estupefacción. La mujer que lo acompañaba, era ni más ni menos que … no lo adivinaríais en la vida … ¡La Guapísima!, arrebatadora en la llama que era su vestido. No lo digo sólo yo, lo decían las miradas furtivas de los hombres de las mesas que había alrededor, las cuales dudo mucho que se dirigieran a él. Sin embargo, a favor de él, he de decir que era la primera vez, en los casi dos años que le conozco, que no llevaba incorporada su cara de acelga. Con una mujer como Carla a su lado, lo contrario hubiera sido un pecado, incluso para él.
No me vieron. Ella sólo tenía ojos para él, cosa que no entiendo, y él, parecía más preocupado por las miradas que le dirigían a ella, que por ver quién había en el restaurante.
Cuando Álvaro llegó, ya estaban en su mesa así que, gracias a dios, no vio a Diego, o se hubiera ido todo al traste por el odio acérrimo que ambos se tienen. En ese momento Álvaro sacó el anillo y ya no volví a acordarme de ellos.

De todas formas, no tengo ni idea de qué habrá podido suceder entre el último día en Bulevar, aquel en el que se enfrentaron, y anoche, para que “la Bella contra la Bestia”, se haya convertido en “la Bella con la Bestia”. No sé si recordáis cuando os dije que esperaba que el Johnny Farrel de Carla no fuera el mío propio. Está claro que no lo es, ahora bien, espero que tampoco sea Diego de la Vega, o va a hacerla sufrir lo que no está escrito y estoy segura de que ella no lo merece.

Como resumen de la noche, creo que podría escribirse un relato titulado “la rana, las tres princesas y el ogro”. El papel de rana redimida recaería en Álvaro, las tres princesas seríamos Carla, mi anillo y yo (para Álvaro soy su princesa). Por último, el personaje de ogro le correspondería, sin duda alguna, a Diego de la Vega, que ha debido de lanzar algún hechizo contra la primera de las tres.

Os dejo blognautas, tengo un montón de cosas que hacer para preparar nuestra boda.

Una blognauta con anillo.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

10. Noche de hotel

En el hotel
Carla va a inscribirse en recepción. El recepcionista, el mismo de la última vez, se sorprende al verla llegar acompañada del señor de la Vega. Quizá había pensado mal la última vez y había algo entre ellos. En ese caso, no creía que a ella le hiciera mucha gracia enterarse de que él había estado en el hotel con otras mujeres en las últimas semanas. Menos mal que la discreción era una de las máximas de todo hotel, ello le evitaría el disgusto.
Carla se dirige a Diego: "¿Me esperas en el restaurante? La reserva está a mi nombre. Dejo la maleta en la habitación y me reuno contigo en un par de minutos."
A Carla le hubiera gustado darse una ducha y cambiarse de ropa pero, no iba a poder ser. Estaba claro que a Diego no le gustaba esperar y hoy ya la había esperado bastante en el aeropuerto.
Carla tenía razón, el restaurante era excelente y ambos disfrutan durante la cena. Diego puede relajarse con ella. Después de estar todo el día rodeado de ineptos, véanse Bárbara y Olarte, era agradable estar con alguien inteligente y ocurrente, para variar. Diego puede reírse con ella, y no de ella, como hace con el resto.
Tras la cena suben a la habitación.

En la habitación
Carla había conseguido reservar la misma habitación en la que estuvo la última vez y no puede evitar cierta curiosidad. Diego en modo alguno era un romántico, no se preocuparía por cosas tales como la habitación.
Carla, con mirada burlona: "¿Vas a contarme el porqué de esta habitación? ¿Es algún tipo de fetiche? ¿O acaso es como la habitación de Barba Azul y esconde algún tenebroso secreto?"
Diego se arrepiente de haberle dicho que reservara aquella habitación.
Carla se acerca un poco a él, de broma: "¿No me dirás que te acuestas con todas las ocupantes de esta habitación y por eso te acostaste conmigo aquella noche?"
Lo que le gustaría saber, lo que necesitaría saber, es porqué se acostó con ella aquella noche, porqué insistió tanto en Londres, porqué lo había dado por supuesto cuando le llamó. Diego, motu proprio, había ido a buscarla al aeropuerto, aquello era algo que no esperaba. Quizá, después de todo, ella no fuera una diversión temporal. Conociéndole, no creía que soliese tener tales atenciones con sus amantes.

Diego ha terminado de enfadarse, estaba claro que ella y la maldita habitación iban a estropearle la velada, de nuevo.
Carla, con el mismo tono: "Si sigues mirándome con esos ojos no sé si asustarme y llamar a la seguridad del hotel."
Diego, irritado: "¿No callas nunca?"
Carla, suavemente: "No."
Estaba claro que el tema de la habitación no le había hecho gracia ninguna. A ella la habitación le daba igual, a ella le importaba él. Joanna tenía razón, no podía seguir autoprotegiéndose toda la vida. Podría tocarle llorar o reír pero, al menos, lo habría vivido.
Carla se acerca aún más a él: "Diego, si vas a quedarte conmigo esta noche, tendrás que abandonar tu faceta de malo y … (con una sonrisa, refiriéndose al pelo engominado) tal vez podríamos hacer algo con este pelo."
Diego la mira, ella había cambiado el tono burlón por uno muy suave, como si quisiera apaciguarle ahora que ya estaba consiguiendo sacarle de sus casillas, y había otra expresión en sus ojos.
Carla, con voz aún más suave: "Diego..."
Diego la interroga con mirada de enojo.
Carla: "Estaba pensando si, para alejar tus malas pulgas y mis ironías, te gustaría darte otra ducha conmigo."
Carla no espera respuesta y esta vez es ella quien le besa a él.

A primerísima hora de la mañana
Diego se levanta casi de madrugada. Esta vez Carla no ha necesitado pedirle que se quedara, simplemente no le apetecía marcharse. De hecho, le molestaba tener que irse ahora.
Carla se despierta y lo ve vestido: "¿Pasa algo, Diego?"
Diego, seco: "Voy de montería". (Esos eran los planes sin mujeres que tenía para aquel fin de semana.)
Carla, desperezándose, con voz de pena: "¡Pobres animales! ¿Qué habrán hecho ellos para que unos señores de alta alcurnia se entretengan pegándoles tiros?" (Carla no entendía que la caza pudiera calificarse de deporte. Se cazaba para comer, no por deporte.)
Diego la miró malhumorado, ¿cómo se las apañaba ella para añadir siempre leña al fuego?
Carla pensó que, para el poco tiempo que podían compartir, él la dejaba para ir a matar a unos animales que no le habían hecho nada. Realmente no era muy halagador. ¿Sólo la quería para un rato de cama? Intentó tomárselo con buen humor. A lo mejor era un compromiso que había adquirido antes de que ella le llamara. Seguramente era así porque, se había quedado en silencio cuando ella le preguntó si quería cenar con ella, como si ya tuviera otros planes.
Carla, con un suspiro: "Señor de la Vega, usted sí que sabe cómo hacer que una mujer se sienta halagada."
Carla se rió ante la cara que puso Diego: "Es broma. Te dije en serio que tenía cosas que hacer en Madrid. Pero, ¿podrías hacerme un favor?"
Diego, no podía imaginar qué favor se le habría podido ocurrir a ella, muy serio le pregunta: "¿Cuál?"
Carla: "Perdónale la vida algún 'animalito' por mí."
Diego: "¿No lo estarás diciendo en serio?"
Carla: "Completamente." Ante el mal humor de Diego, acercándose a él: "¿Siempre se levanta usted con el pie izquierdo, señor de la Vega?"
Con ella parecía que no había otra, noches increíbles y mañanas de mal humor.
El malhumor de Diego se debía, como aquella mañana en Londres, a que no le quedaba más remedio que admitir lo obvio. Ella empezaba a gustarle de verdad. La diferencia entre ella y sus otras amantes era, que ninguna de las otras había sentido nunca nada por él y, por supuesto, él jamás había sentido nada por ellas.
Carla, de pie junto a él, le da un beso a modo de despedida: "¿Te veo luego o, la montería dura todo el fin de semana?"
A Carla no le faltaba razón, normalmente se quedaba de montería hasta el día siguiente pero, esta vez no, esta vez volvería para estar con ella. Había reservado mesa para cenar en un restaurante de lujo, a sabiendas de que ella prefería los restaurantes un poco más informales. Era una forma de demostrarse a sí mismo que tenía la sartén por el mango.
Diego: "Vengo a recogerte a las 9:30. Tengo reserva en uno de esos restaurantes (con ironía) que tanto te gustan."
Carla le miró divertida: "¿Tipo Luxury?"
Diego: "Peor aún."
Carla, continuando con la broma: "Deduzco entonces, que no me dejarán entrar en vaqueros …" Se rió de nuevo y continuó: "No te preocupes, a las 9:30 estaré lista y vestida como una Cenicienta … (con un guiño) sin harapos."

Cuando Diego se marchó, le estaban entrando ganas de quedarse de cacería hasta el día siguiente pero, a las 9:30 en punto estaba en la puerta de la habitación de Carla.
En la montería les había extrañado que "de la Vega", que era de los que siempre se quedaba hasta el domingo, dijera que tenía asuntos pendientes y volvía a Madrid. Alcanzó a oír que alguien sugería que, tal vez, el "asunto pendiente" se trataba de alguna hermosa mujer. No se molestó en contestar.
Carla, al abrirle la puerta, le recibió con una sonrisa y un: "¡Lista para el baile! Tan sólo coger el abrigo."
Estaba realmente espléndida con su vestido rojo. "Endiabladamente hermosa", pensó Diego, recordando el comentario de la cacería.

lunes, 12 de noviembre de 2007

9. En el aeropuerto

Diego en su despacho.
Diego no volvió a acordarse de Carla hasta que, tal y como le comentó que haría, le llamó el viernes por la mañana.
Carla: “¿Te pillo en mal momento?”
Diego, seco: “No.”
Carla: “¿Te parece bien que cenemos en el hotel? Tienen un restaurante magnífico. (Con una sonrisa) De hecho, conozco al jefe de cocina y te aseguro que no tiene nada que envidiar a los chef más reputados.”
Típico de ella”, piensa Diego, “lleva años alojándose en el mismo hotel. Seguramente alabaría sus platos y pediría felicitarle en persona.”
Diego: “Bien.”
Carla: “¿Te llamo cuando llegue?”
Diego: “¿A qué hora llegas?”
Carla: “Depende del retraso de Iberia, en teoría a las ocho y media de la tarde.”
Diego, sin saber muy bien porqué, le pregunta: “¿Viajas en business?”
Carla soltó una carcajada al otro lado del teléfono: “Diego, no soy tan sibarita como tú. Es un vuelo corto, no tengo ningún problema en viajar en turista.”
A Diego el comentario no le hizo demasiada gracia. Tras colgar el teléfono, llamó a su secretaria y le encargó que averiguara el número de vuelo de Iberia, procedente de Londres, con hora esperada de llegada las 8:30 de esa tarde.
Su secretaria suspiró: “¿Este hombre no se levanta nunca de buen humor?” Iba a tener que buscar otro trabajo, este empezaba a no compensarla.

En el despacho de Carla
Tras colgar el teléfono, entra Joanna para tratar unos asuntos con ella. Al acabar, fija su vista en la maleta que había en una esquina y la interroga con la mirada.
Carla le responde: “Fin de semana fuera de casa. Tengo varios asuntos.”
Joanna, con picardía: “¿De qué tipo?”
Carla la mira seria, sin responder.
Joanna, imaginándose el tipo de los mismos: “¡Ya era hora!”
Carla: “No.”
Joanna, descorazonada: ¿No?
Carla: “Me gusta, me gusta de verdad.”
Joanna: “¿Y cuál es el problema?”
Carla: “Son varios.”
El principal en el que pensaba Carla era, que no tenía muy claro qué significaba ella para Diego, ¿una diversión pasajera, tal vez?
Joana, meneando la cabeza: “Carla, la idea era que te animaras un poco, no acabar de nuevo con el corazón destrozado.”
Carla, con un esbozo de sonrisa: “Ya me conoces.”

En el aeropuerto
Por la tarde, Diego, sin saber muy bien porqué, va a buscar a Carla. Ella le había dicho que quedaban en el hotel, ¿qué diablos hacía él allí? Para colmo, el vuelo llegaba con retraso y él no era precisamente un hombre paciente.
Carla, con su equipaje de mano, ve a Diego y sonríe, no esperaba verlo allí. ¡Dios! Le gustaba hasta con abrigo y traje negros… y con la dichosa gomina. Al llegar donde está él, le dedica una de sus sonrisas y un: “¡Qué inesperada sorpresa, señor de la Vega! ¿A qué debo este honor?”
En el aparcamiento, Carla sonríe de nuevo al ver el enorme Mercedes de Diego. ¡Cómo no! Negro.
A Carla no le gustaba el negro, el negro para ella significaba la ausencia de color, y el color era vida.
Carla, con una sonrisa irónica: “Diego, no hacia falta que vinieras a buscarme en Mercedes. A mí, no necesitas impresionarme.”
A Diego tampoco le hizo gracia este comentario y le respondió serio: “Si pretendiera impresionarte no hubiera traído este.” (Hubiera llevado el deportivo.)
Carla se rió, refiriéndose al coche que hubiera traído entonces: “Negro también, supongo.”
Lo último tampoco contribuyó a mejorar el humor de Diego.
Carla con otra sonrisa irónica: “Diego, creo que mi compañía no te está resultando demasiado agradable… (con voz muy suave) ¿Prefieres que coja un taxi como era mi idea?”
Esta vez fue Diego el que soltó una carcajada: “¡Eres capaz!
Carla le miró y le dedicó una sonrisa sincera: “Gracias por venir a buscarme. Hacía mucho que no me recibía nadie en un aeropuerto.”

Diego estaba enfadado consigo mismo por haber ido a buscarla pero, eso no era culpa de ella. El ofrecimiento de coger un taxi le hizo gracia porque, ella era la única persona que, conociéndolo, se atrevería a hacerlo.

Por su parte, Carla pinchaba a Diego por dos motivos, el primero porque era un poco su forma de ser, el segundo, y principal, como defensa. Era consciente de que empezaba a estar colgada, y aquello no tenía visos de llegar a ningún lado.

domingo, 4 de noviembre de 2007

8. Diego y sus "moras"

Diego en Madrid

Diego ha logrado apartar temporalmente a Carla de su mente. Unos días después de su regreso de Londres, durante una comida de negocios, se encuentra en el restaurante con Anna Ballester, una antigua amante a la que hace tiempo que no veía.
Anna había trabajado en el despacho de abogados del que él era cliente, por supuesto, el mejor de la ciudad. Se acostaron juntos de forma esporádica durante una temporada, hasta que Anna empezó a salir con otro hombre y se trasladó a Barcelona. Le sorprende verla de nuevo en Madrid.
Anna era la mejor en su especialidad, derecho matrimonial, una rama que él no iba a necesitar nunca, (una desagradable sonrisa) por eso tuvo un lío con ella. Anna era como él, fría, calculadora, Carla la hubiera definido como una tiburona. Para una abogada de prestigio, aquello parecía casi una necesidad. Seguía su misma máxima, el fin justifica los medios, aunque no tan a rajatabla como él. Se entendían perfectamente y, en la cama, querían lo mismo, pasar un buen rato y punto.

Anna había regresado a Madrid bastante escarmentada de su relación, más que nunca, deseaba algo sin compromisos ni ataduras de ningún tipo. Diego era perfecto para eso, los dos buscaban lo mismo.
Quedaron ese fin de semana. Tras la cena, acabaron en el hotel de la última vez... y en la habitación de la última vez. Esta vez no había sido planeado. Diego llamó al mismo hotel por comodidad, cuando reservó habitación le preguntaron "¿La misma habitación, señor de la Vega?". Él había respondido de forma afirmativa, sin pensar que se refería a la habitación en la que había estado con Nicky, la de Carla. Cuando le dieron la tarjeta y se fijó en el número no le hizo ninguna gracia pero, haber cambiado la habitación habría sido un gesto de debilidad por su parte y no estaba dispuesto a ello.
La chica le había preguntado si deseaba la misma habitación, porque la última vez él había insistido en que quería esa en concreto, de hecho tuvo que cambiar otra reserva para dársela, a cambio de lo cual, recibió una buena propina.

La noche con Anna fue levemente mejor que con Nicky. ¿Qué había pasado esta vez? Anna era ambiciosa, inteligente, atractiva,... justo como le gustaban a él las mujeres. ¡Aquella maldita habitación!

La cosa hubiera quedado así si no fuera porque el martes ocurrió algo que no esperaba, le llamó Carla. Joel se quedaba aquel fin de semana con su padre y ella iba a aprovechar para ir a Madrid a supervisar unos temas que tenía pendientes. ¿Qué podría tener ella pendiente en Madrid?
Carla le preguntaba si le gustaría cenar con ella el viernes o el sábado, esta vez invitaba ella. Diego reflexionó, no tenía previsto volver a verla pero, ¿realmente le importunaba tanto otro revolcón con ella? Pensándolo fríamente, lo mismo le daba ella que otra y, sinceramente, ella era estupenda dentro y fuera de la cama. El domingo regresaría a Londres y él daría el asunto por concluido.
Carla, ante el silencio de Diego, intentando poner un tono jocoso que no sentía: “Hum, ya veo que no te apetece o, que tienes otros planes.”
Diego pensó que ciertamente tenía otros planes pero, sin mujeres. Las últimas veces, exceptuándola a ella, no había sentido ningún tipo de satisfacción y había decidido dedicarse a otra actividad el fin de semana.
Diego, de forma involuntaria, le preguntó: “¿Has reservado ya habitación?”
Carla: “No, iba a hacerlo ahora en el hotel de siempre.”
Diego: “Procura que sea la habitación de la última vez.”
Carla, riéndose: “¡Por dios, Diego! ¡Es un hotel! Todas las habitaciones son iguales.”
Diego, autoritario: “La de la última vez.”
A Carla no le cabía duda, él había dado por sentado que iban a acabar otra vez en la cama. Respiró: “Esta bien, intentaremos darle el capricho al señor. Iba a reservar por Internet pero, llamaré por teléfono.”
Diego no dijo nada.
Carla continuó: “Te llamo el viernes para concretar sitio y hora.”
Ambos colgaron el teléfono.
Si se acostaba con ella, Diego quería que fuera en aquella habitación, pensó que sería una manera de demostrarse a sí mismo que tenía la situación controlada.

Carla recapacitaba en Londres. Había estado más de media hora con el teléfono en la mano, dudando en llamarle o no. Como le había dicho a Sandra, era el primer hombre que le interesaba desde su separación.
Joanna siempre tenía la misma discusión con ella: “Tienes que salir un poco. No puedes quedarte encerrada en casa, en plan monje, porque tu marido fuera un imbécil”.
Cuando Álvaro apareció en Londres y Joanna vio que Carla se animaba un poco pensó “ya está”. Pero, no tardó en darse cuenta de que Carla no quería nada con él, simplemente era un viejo amigo, su marido le había hecho mucho daño y ella no estaba dispuesta a abrir su corazón de nuevo. Fue entonces cuando le propuso tener “a one night stay”, si no quería tener algo serio, al menos sí, un poco de diversión.
Pero, Carla no era mujer de tener diversiones, era una mujer de sentimientos. Ella sabía que Diego no era el hombre que necesitaba. Sin embargo, no podía evitar que le gustara, cuando estaba con ella perdía aquel aspecto adusto que parecía tener con el resto. ¿Qué ganaba quedando con él este fin de semana? ¿Acostarse de nuevo? Le había dicho la verdad cuando él estuvo en Londres, si no tenía compañía en su cama era porque no quería. Lo que a ella le hacía falta no eran “revolcones”, era un poco de amor y no creía que él pudiera dárselo.