lunes, 25 de febrero de 2008

21. Tarde de teatro

Diego se levantó. ¿Qué diablos iba a hacer hasta la tarde en Londres?
El día anterior a estas horas se preparaba para la cacería. La veda del corzo había empezado el 1 de mayo en gran parte de la geografía. Había aprovechado el puente de mayo en Madrid para ir a La Rioja a inaugurar la temporada de caza. Subió el miércoles por la noche, pasó allí el jueves y parte del viernes, hasta que regresó a Madrid a dejar la escopeta y demás enseres, y cogió el avión hacia Londres. La Rioja, buena caza, magnífica bodega, suculenta comida y, en ocasiones anteriores, no faltaron bellas mujeres. Sólo que, en este caso, lo último no le había interesado.
Se quedó pensativo. ¿Realmente le compensaban estos fines de semana en Londres? ¿Tan sólo para pasar un par de noches con ella y regresar a Madrid a primera hora del domingo? No ponía en duda los otros, los fines de semana en los que quedaban en algún sitio, pero estos...
Decidió ir al gimnasio del hotel, otra cosa más a tener en cuenta para elegir un buen hotel.

Llegó a casa de Carla 5 minutos antes de la hora. Le abrió la puerta la que supuso que era la niñera. Alta, corpulenta, de unos cuarenta años y con cara de pocos amigos. Le extrañaba que Carla hubiera elegido una mujer con semejante aspecto para cuidar a su hijo. Detrás de la nanny apareció el hijo de Carla. "Hola, Diego", le saludó.
Diego se sorprendió. No creía que el niño pudiera acordarse de él. Sólo le había visto una vez un par de minutos y de aquello hacía semanas. Chico listo, pensó, seguramente había salido a su madre. El padre no debía de serlo si, tal y como había oído, había cambiado a una mujer por una muñeca.
"Mamá está poniéndose más guapa", prosiguió Joel sin esperar respuesta.
En ese momento apareció Carla, espléndida como siempre que se arreglaba para salir con él. Diego soltó una carcajada al pensar en lo que había dicho el niño y le contestó con un: "tienes toda la razón, chaval".
Carla les miró atónita. Después de la reacción de Diego la primera vez que vio a su hijo, no esperaba verle reírse con él.
Antes de salir Carla besó y abrazó a su hijo. Le hizo prometer que se portaría bien, algo que mucho se temía que no iba a cumplir del todo.

A Diego el musical no le entusiasmó, pero al menos le pareció entretenido. A ella lo que más le divirtió fue el mítico “Money”. “Money makes the world go around”, había repetido Carla con ironía, y con una maliciosa sonrisa añadió “ya ves que la máxima no es exclusiva tuya”.
Llegaron de nuevo a su habitación de hotel. Carla se encontró con una sorpresa, Diego había pedido que subieran la cena.
Las obras de teatro se representaban de ocho a diez de la noche. Los restaurantes londinenses cerraban en su mayoría a las diez y media. No había tiempo para cenar. Solían tener un menú pre teatro, pero a él no le apetecía cenar a media tarde. Lo mejor sería que llevaran una cena fría a su habitación antes de cerrar la cocina.
Carla no esperaba aquel detalle por su parte. Se rió: “Ya veo que no te arriesgas a dejarme otra vez sin cenar.”
Diego hizo caso omiso a su intento de provocación. Le encantaba aquella mirada burlona. Se acercó a ella y la besó.
No eran los besos hambrientos del día anterior, eran cálidos. Se estremeció, como siempre le ocurría con él. Diego le quitó con suavidad la chaqueta y, sin decir ni una palabra, el prendedor del semirecogido que se había hecho en el pelo. Le miró. ¿Era éste el mismo hombre que puso cara agria cuando le pinchó con la canción “Money”? Éste parecía casi cariñoso. Él la acarició y volvió a besarla. Cerró los ojos y contuvo un instante la respiración. La cena que él había encargado podía esperar, ahora necesitaba amar cada centímetro de su piel.

Levantó curiosa la campana protectora de los platos. Tenía hambre. Foie gras, salmón marinado, varios tipos de queso, un postre con chocolate... Sonrió. La conocía bien.
Diego salió del baño, con el albornoz del hotel, para verla aún con la sonrisa y con su camisa puesta. Ella se acercó a él, le dio un tierno beso y le susurró: “gracias”. No entendió porqué se las daba.

En la cama Carla le abrazó para dormir. Diego volvió a sentir su grato calor. Cerró los ojos. Quizá sí le merecía la pena.

martes, 19 de febrero de 2008

20. Al calor de tu piel

Supo que estaba perdida desde el momento en que anheló besarlo. Besar al hosco, gélido y, cuando él quería, encantador Diego de la Vega. Besarle era lo deseaba desde que había llegado al restaurante. Esta vez no hubo tiempo para pasar por su habitación. No se había dejado a sí misma. Llegó cinco minutos tarde para así encontrarlo allí.

Él había insistido en tomar una copa tras la cena. Una copa que apenas probó. Era capaz de hacerla esperar, y esperar él mismo, con tal de demostrarle que él también podía tomarse sus pequeñas revanchas.

El trayecto en ascensor se le había hecho eterno, como eterno el pasillo hasta la habitación. No era la única impaciente. A él le faltó tiempo tras cerrar la puerta para besarla con avidez. Le quitó la chaqueta que llevaba con algo menos de ceremonia que la última vez. Era evidente que la había echado de menos, tanto como ella a él, sólo que él no lo reconocería jamás. Ella no se quedó atrás, la americana de su traje siguió presta a su propia chaqueta, luego la corbata. Empezó a desabotonarle la camisa.

Diego se permitió disfrutar el acostumbrado, esperado, ritual de besos y caricias con el que ella le obsequiaba cuando le libraba de la camisa. No había prisa, se recordó mientras le bajaba la cremallera del vestido, mientras se lo quitaba y la besaba en el cuello. Aquellos besos que tanto le gustaban a ella. El cuello, la nuca, el escote, la espalda, hasta soltar el fino encaje que custodiaba su pecho y perderse en él. Seguir por aquel vientre terso, hasta la remota cicatriz de la cesárea de su hijo. Sentirla estremecer...


Carla se había quedado dormida pegada a él. Su cuerpo desprendía un calor agradable, reconfortante. Le inundó una cierta sensación de paz que hacía mucho que no sentía. Se durmió arropado por el calor y el suave aroma de su piel.

Otra vez aquel despertar solo. ¿Por qué le irritaba? Llevaba toda la vida durmiendo sin compañía por propia voluntad. Lo que hubiera debido resultarle incómodo era el dormir con ella, no el que se marchara al alba.
En la almohada de nuevo una nota, simple, escrita con aquella letra clara y elegante, dándole los buenos días y en esta ocasión con un: "¿En mi casa a las 7:00?"
Había conseguido convencerla para ir aquella tarde al teatro, a un musical, "Cabaret". A él no le gustaban demasiado los musicales, pero Cayetana le había recomendado éste encarecidamente.

Comió con su hermana el martes. Hacía tiempo desde su última visita a Bulevar y, por tanto, hacía mucho que no veía a Cayetana. Decidió invitar a su hermana al Luxury. Fue directo a su despacho, prefería no cruzarse con Sandra.
Cayetana, sorprendida, aceptó la invitación de Diego. Durante la comida, el desconcierto de Cayetana fue en aumento, su hermano parecía de un humor excelente, incluso se interesó por algo más que las últimas novedades en la revista. ¡Le había preguntado qué tal le iba "a ella"! ¿Qué habría desayunado aquella mañana? Fuera lo que fuera le había sentado bien, debería tomarlo más a menudo.
A Diego la sola idea de otro sábado en Londres sin nada que hacer hasta la noche le disgustó en extremo. Se le ocurrió que podrían ir al teatro. A ella debía gustarle, venía del teatro aquella vez que no la encontró en casa. Si había alguien que podría recomendarle una obra esa era Cayetana. Le preguntó durante la comida.
Cayetana, extrañada, le comentó que, sin duda alguna, lo mejor que había visto últimamente era Cabaret. ¿Con quién pensaría ir Diego al teatro? Conociéndole no creía que la pregunta fuera desinteresada.
Cabaret aparecía en la cartelera de Londres. Diego llamó aquella tarde a Carla y le propuso ir. Era ella la que llamaba los martes por la mañana. Esta vez no había sido así. ¿Había echado de menos aquella llamada? Debía de estar muy ocupada y no se fijó en el llamante, ya que le contestó en inglés. Él se rió.
"Lo siento, Diego. Estoy liadísima. Acabo de salir de una reunión. Hemos estado toda la mañana tratando unos temas para el siguiente número. Apenas hemos tenido 10 minutos para comer un sandwich en la misma sala."
Consiguió convencerla para ir a ver la obra. No era fácil que dejara a su hijo.


Carla había salido de la habitación del hotel con pesar. Diego no sabía lo que le costaba abandonarlo por las mañanas, con él aún dormido y, en lugar de los deseados beso y caricia, una nota. No podía irse sin dejarle una pequeña nota, algo de ella. Aún recordaba la primera noche y aquella huída sin sentido. No quería que fuera como aquel día.

Llegó a su casa, se quitó la ropa y fue directamente a la ducha. Sintió el agua fresca y se encogió. ¿Cómo se le había ocurrido salir con un hombre que vivía a mil kilómetros de distancia? Un hombre que era como era. Los fines de semana no daban para más y a ella se le empezaban a quedar escasos. Sin contar con fines de semana como éste. Le gustaría poder compartir con él algo más que la cama por la noche, una cama que la abrasaba, pero a él la mínima perspectiva de vida familiar parecía producirle urticaria. Cerró el grifo. Perdida. Atrapada. Era absurdo seguir escondiéndose tras eufemismos. Estaba enamorada de él.

Salió de la ducha, se secó, se vistió. Apenas eran las 8 y su hijo ya estaba despierto. En eso había salido a ella.
Se dirigió a la cocina a preparar el desayuno antes de que Joel despertara a Beth. La pobre ya le hacía el favor de quedarse con él por la noche, lo menos que merecía era no madrugar en fin de semana.

viernes, 1 de febrero de 2008

19. La Otra Sirena


Cuando despertó el sábado la encontró vestida y absorta en una guía de la ciudad. Estaba seguro de que la habría ojeado previamente en el avión y tendría unas cuantas propuestas que hacerle. En Roma apenas le hizo falta guía, parecía conocer bien la ciudad.

Carla levantó la vista de su lectura. Al verle despierto le dio los buenos días con una sonrisa un tanto pícara. Diego cayó en la cuenta de un pequeño detalle. En Roma ella había despertado, como siempre, la primera, pero le había esperado para colarse con él en la ducha. Claramente, hoy no era el caso. Sonrió para sí mismo. ¿Una pequeña revancha por su mala contestación de la noche anterior?

Durante el desayuno Carla le sugirió una ruta por el centro. Ella y su manía de ir andando a todos lados. Él acostumbraba a conducir alguno de sus coches, no a mezclarse con el vulgo.
Carla reprobó su cara de contrariedad: "No me dirás que un experto cazador como tú, le teme a un paseo turístico, ¿verdad?"
Ante el nuevo gesto de enojo de Diego, Carla añadió en el mismo tono: "A no ser que prefieras utilizar el medio de transporte típico danés: la bicicleta."
Diego respiró, no era cuestión de empezar a discutir por la mañana. Tocaba caminar.
Partieron de la plaza del ayuntamiento tomando la calle peatonal por excelencia, Stroget, comercial y bulliciosa, algo a lo que no estaba habituado. Atravesaron varias plazas con edificios singulares y llegaron al variopinto Nyhavn, el Puerto Nuevo, que a ella pareció fascinarle.
De camino al símbolo de la ciudad, pasaron delante de los palacios de la familia real y vieron el cambio de guardia que tenía lugar al mediodía. A Diego no le emocionaba el evento y lo demostraba. Carla le reprochó su actitud: "Señor de la Vega, está tan tieso que me inclino a suponer que en realidad es usted un guardia real. Sólo le falta cambiar el color del ‘uniforme’". El uniforme de la guardia era de color azul marino. Carla consideraba el abrigo y los trajes negros de Diego su uniforme particular.
Diego la miró malhumorado. Carla le desafío a su vez con una mirada y una sonrisa traviesas. Estaba claro que le gustaba provocarle.

Cuando llegaron delante de La Sirenita, Carla, con ojos burlones: "Señor de la Vega, ahí tiene usted a ‘su otra sirena’, aunque le advierto que le costará un tanto hincarle el diente." Haciendo alusión a que se trataba de una estatua encaramada a una piedra cercana a la orilla. Diego, con fingido enfado, la acercó a él agarrándola por la cintura. Desde luego no era precisamente la sirena del cuento en la que estaba pensando. Aunque empezaba a plantearse si, en vez de una sirena, no se trataría de una bruja. Carla se rió. Lo había entendido. Basta de ironías.

A Diego, como buen hombre de negocios, no le gustaba dejar nada al azar. Tenía mesa, a la una, en Noma, uno de los restaurantes más conocidos. Ella estaba acostumbrada al horario continental, a él le costaba un poco más.
La tarde fue tranquila. Carla, conociendo la poca, o ninguna, paciencia de Diego, pensó que era mejor no abusar de visitas turísticas por ese día.
A la noche le esperaba una sorpresa. Cenaron en "The Paul", el mejor restaurante del Tivoli, el parque de atracciones de Copenhague. El restaurante cerraba en los meses de invierno, durante los cuales el parque clausuraba. La apertura había tenido lugar el 17 de abril, la semana anterior. Diego habría reservado allí al contar el restaurante con una estrella Michelín, y ser el Tivoli uno de los puntos a no perderse. Las vistas al lago y las miles de bombillas que iluminaban los jardines, hacían del emplazamiento un lugar romántico. Algo inconcebible en Diego. Carla sonrió para sí misma. Seguro que él no tenía ni idea de todo aquello, simplemente se habría dejado llevar por el prestigio del establecimiento.
La cocina de gourmet del chef Paul resultó exquisita y Carla incluso se animó a tomar algo de vino durante la cena.
Acabaron la velada en uno de los cafés con música más famosos de la ciudad. A Carla le resultaba todo de lo más divertido, demasiado perfecto para el estirado señor de la Vega.

Al día siguiente, cuando despertó, ella seguía dormida. Debía estar cansada. Decidió dejarla descansar. Se levantó. Echó un vistazo al montón de ropa esparcida por el suelo. El vestido rojo de Carla destacaba sobre su traje oscuro. Ya en el baño se afeitó y entró en la ducha. Llevaba escasos dos minutos bajo del agua, cuando apareció ella y se metió con él. Definitivamente, era una bruja.

Hicieron alguna otra visita esa mañana y tomaron algo en una de las múltiples terrazas de Nyhavn, la pintoresca y colorida zona del puerto que tanto le había gustado a ella la jornada anterior. Poco después se dirigieron al aeropuerto. El vuelo de Carla salía a primera hora de la tarde. Tenía que llegar pronto para recoger a su hijo. Tras despedirse, Diego se quedó pensativo. El fin de semana le había resultado corto. Lo peor era que el próximo tocaba en Londres.