miércoles, 2 de abril de 2008

24. Besos a la luz

La mañana del último lunes de mayo Diego aterrizó en Barajas procedente de Londres. En esta ocasión acompañado de Carla.
- Tengo el coche en el aparcamiento. ¿Te acerco a algún sitio?
- Depende... ¿Qué coche has traído esta vez? - Con una de aquellas sonrisas cargadas de ironía.
- El Audi gris. - Con cierto enfado- ¿Le vale a la señora? - Sabía perfectamente porqué se lo preguntaba. Otra de sus manías.
- Puedes dejarme en tu despacho. No me pilla demasiado lejos y - con un gesto travieso – así despierto un poco. Lo malo de tenerte una noche extra en casa es que es otra más que no pego ojo. - Como respuesta a la mirada de enojo de Diego - De lo cual no me quejo.

¿Cómo se le habría ocurrido dejarse liar por ella? Le telefoneó el miércoles anterior y le comentó que tenía un compromiso en Madrid la semana siguiente. Puesto que él iba a Londres aquel fin de semana intentaría concertarlo para el lunes y de esta forma hacer el viaje juntos.
La idea no pareció convencerle, pero ella insistió: “Si cogemos el vuelo de las 6:20 en Heathrow podríamos llegar a Barajas a las 9:40 con el cambio de horario. Si te preocupa el madrugón prometo reservar pasajes en Business para que al menos descanses un poco.” No había encontrado ningún motivo para rechazar la propuesta.

Tras bajar del coche, Carla, divertida ante su insistente seriedad:
- ¿Comemos juntos o prefieres prescindir de mi tal vez non grata presencia?
- Comemos.
- ¿A las...?
- Dos.
- Horario peninsular. - Asintió ella modificando la hora de su reloj. - ¿Algún sitio en especial?
- La terraza que hay al final de la calle.
- Entonces, - se despidió de él - te veo luego.

Al poco de dejarla sonó su móvil. Era Olarte. Insistía en quedar ese mismo día. La mañana la tenía complicada y, desde luego, no consideraba la posibilidad de cambiar la compañía de Carla durante la comida por la de él. Le citó a las 3:30.

Se encontraron a las dos en punto. El camarero les dirigió a la mesa que Diego había reservado para el almuerzo.
- ¿Alguna recomendación? - le preguntó ella mientras ojeaba la carta.

Era una golosa sin remedio. Llegados al postre no había podido resistir la tentación de probar la tarta de queso. Ni siquiera pareció darse por aludida cuando le hizo hincapié en que nunca renunciaba a su consabida dosis de azúcar. Viéndola disfrutar cual niña con un dulce, recordó de nuevo a la devoradora de bizcocho de antaño. Él sólo tomó un café. Pagó la cuenta y se levantaron.

- ¿Te acompaño a Barajas?
Carla se rió.
- ¿No crees que pasas suficiente tiempo en aeropuertos últimamente?
- Sin lugar a dudas. - En los dos últimos meses se había convertido en usuario asiduo.
- Además, no sé si quiero arriesgarme a que te aburras de tanto verme.
- No te diría yo que no.
Ella le dirigió una sonrisa, sabía que no lo decía en serio.
Se miró en sus ojos. Aquellos ojos decían tantas cosas. La acercó a él con suavidad asiéndola por la cintura, Carla se abrazó a su vez a su cuello. Se olvidó por un instante de que estaban en plena calle y la besó.
Ella se separó un poco tras el beso, sin retirar los brazos, y continuó con el juego:
- Quizá te eche de menos hasta el viernes.
Fingió un gesto de enfado por respuesta.
Carla prosiguió:
- Estaba pensando, ¿qué te parece si nos tomamos un fin de semana más relajado? Podríamos reservar habitación en algún sitio bonito: un parador o algún hotel con encanto. Un lugar al que podamos ir en coche desde aquí. Intentaría venir pronto el viernes y nos iríamos ese mismo día, o el sábado por la mañana. Lo que prefieras.

Mientras la escuchaba recordó aquella lejana norma: “nada de nuevos fines de semana en Madrid, en su terreno”. No le proponía quedarse en Madrid, Madrid sería una simple escala. Con un ligero toque de ironía:
- Te hacía una turista incansable.
- ¡Me has pillado! – Sonriéndole – Por otra parte, así podrías descansar de aeropuerto un fin de semana.
- Ya veré. – No estaría mal librarse del avión por una vez. Si podía elegir, optaba por el coche. En coche conducía él.
- Tenemos que hablar de algo muy importante. – El semblante de Carla reflejaba cierta seriedad.
- ¿Corre peligro la seguridad nacional?
Ella negó con la cabeza:
- La nacional, no.
Liberó su cintura y miró el reloj, acababa de recordar que tenía una cita con el inútil de Olarte.
Carla pensó “vuelta a la realidad”. Se soltó con resignación.
- Veo que tienes prisa. Yo también quiero hacer un par de cosas antes de marcharme. - Acercándose juguetona a su oreja, en un susurro - Te llamo mañana.

La contempló alejarse. El traje de trabajo le sentaba francamente bien. La ejecutiva resultaba tanto o más atractiva que la sencilla, e irónica, mujer del día… o la seductora de las noches. Su cara mostraba con claridad cuan complacido se sentía.
En ese momento advirtió la presencia de Olarte. La satisfacción se borró de su rostro. ¿Cuánto tiempo llevaba allí?