miércoles, 23 de julio de 2008

29. Poder

Desplazó aquel sentimiento de amargura que le embargó tras la ruptura. Lo relegó a un oscuro y recóndito reducto de su cerebro. Como si nunca hubiera tenido lugar. No le sobraba el tiempo para malgastarlo en nimiedades. Esta vez tenía bien agarrada a Sandra y no iba a dejar escapar a su presa. Acababa de rozar el poder con la punta de los dedos, ahora sólo le faltaba sujetarlo con su puño. El ansiado puesto de director, y el control, de Bulevar, serían suyos. Esa panda de inútiles se enteraría de quién era él. El mismo al que habían apartado a un lado. Empezaría mostrándoles… a todos lo que era capaz de hacer. Las gestiones de Alvarito y de su hermana quedarían a la altura del betún.

Desde la llegada de Sandra las cosas parecían haber mejorado, pero, gracias a Olarte, ahora sabía que era pura apariencia, una ilusión de cara a la galería. Su hermana precisaba dinero de forma urgente. Las arcas vacías, las instalaciones y los equipos obsoletos... Al llegar se había visto en la necesidad de pedir un préstamo para modernizarlos. Un fallo en la distribución de la revista, la retirada de última hora de varios anunciantes importantes, y un estancamiento en la tirada de los dos meses anteriores, la habían puesto entre la espada y la pared. Su patrimonio, considerablemente mermado por la vida que había llevado, y por la compra de la antigua deuda, no podía hacer frente al pago que cumplía en breve. Ella intentaba solicitar una prórroga al banco, pero ya había concentrado varios pagarés en uno y era una cantidad demasiado importante. A la empresa no le convenía publicidad gratuita sobre una nueva bancarrota. Ahí era donde él entraba en el juego. Sandra le necesitaba. O lo que era lo mismo, necesitaba su dinero.

Le había otorgado un día para recapacitar sobre su “ofrecimiento”. ¡Qué menos que conceder un plazo de cortesía a su propia hermana! Si aceptaba el trato, él contaría con un jugoso paquete de acciones y propondría su candidatura a la dirección. Con el voto de Sandra y con el que le otorgaban sus, para entonces, recién adquiridos títulos, poco importaba el de los demás.

Sin embargo, algo no salió bien. La tarde siguiente la actitud de su hermana se aproximaba más al desafío que a la de un animal acorralado. Con un categórico “lo tomas o lo dejas”, le ofreció el puesto de director y acciones por un valor muy inferior al que sabía que ascendía lo debido. ¿Quién se había creído que era? ¿Cómo había obtenido una cantidad tan importante de un día para otro? ¿O acaso guardaba un as en la manga y no estaba tan arruinada como parecía? Había sido un error darlo todo por conseguido. La había subestimado, y parece que su hermanita había aprendido algunas cosas desde que estaba al mando. Lo tomaba. Obtendría el control desde dentro.

La noticia del relevo en la dirección no fue muy bien acogida por algunos. Sobretodo por aquellos que tuvieron que recoger sus cosas. Tuvo una semana ajetreada. A la toma del cargo debía sumar sus propios negocios, que no deseaba desatender. Alguien tan válido como él hallaría la manera de compaginar ambos. No tuvo un instante para considerar algo que no fuera trabajo. El problema se presentó el viernes por la tarde, al salir de la oficina. Se sintió sumamente extraño al entrar en su casa. Los últimos había partido directamente de su despacho hacia al aeropuerto, pero en éste no había ni maleta, ni avión, ni hotel... ni la bruja. Carla... No había dedicado ni un minuto a pensar en ella. A recordar sus ojos cuando se despidió: “adiós, Diego”, o el énfasis del “para siempre” que le siguió. Aquellos ojos habían reflejado el dolor que su porte y sus palabras casi lograron de ocultar. Nada debió suceder así.

Preparó sus enseres de caza. Después de tantos fines de semana fuera, éste no le apetecía quedarse en Madrid.

miércoles, 9 de julio de 2008

28. Decisiones

Estaba a punto de amanecer. Comenzaba un nuevo día. Debía continuar con su vida. Se dirigió a darse una ducha. En el baño descubrió el frasco de colonia que él había dejado olvidado la víspera. Estiró el brazo para cogerlo de la estantería. El señor de la Vega era, sin parecerlo, un tanto coqueto: su champú, su gomina... su colonia. Impelida por algún resorte lo abrió y dejó escapar unas notas de aroma. Entornó los ojos y contuvo la respiración. Diego... No pudo evitar llorar con aquel frasco entre sus dedos, derramar las lágrimas que había contenido desde la tarde anterior.

Entró puntual en su despacho, como cualquier otro martes, y se sentó. Levantó el auricular para telefonear a Sandra.
- ¿Diga?
- Soy yo.
- ¡Carla! ¿Estás bien?
- Sí. Quería preguntarte si habías considerado mi propuesta de ayer.
- No acabo de verlo. Ese dinero es tuyo. – Carla le había ofrecido, para ayudarla, los ingresos que obtuvo como imagen de la empresa de Teresa Trigo.
- Te dije en su día que no lo necesitaba. Además, no hice ningún trabajo adicional al reportaje de Bulevar para conseguir ese contrato.
- Reportaje que realizaste prácticamente gratis.
- Insisto.
- No te niego que me vendría bien.- Aunque seguía sin ser suficiente, le permitiría un pequeño respiro y una posición más fuerte frente a las ambiciones de Diego. - Sólo lo aceptaré como préstamo.
- Como quieras.
- Les comunicaré a mis abogados que redacten los documentos pertinentes.
- No necesito papeles, Sandra.
- Lo prefiero así.
- De acuerdo.
- Ofreceré como garantía un paquete de acciones de la revista.
- No. – Un no rotundo.
- No lo admitiré de otra forma. Además, en caso de problemas adicionales, no podrían estar en mejores manos que custodiadas por la madre de mi sobrino.
Cerró los ojos. Había tomado una determinación, pese a que no le gustara.
- Sandra... he decidido no contarle nada... al menos por el momento.
- ¿Estás segura?
- Mi hijo no merece un padre sin moral ni conciencia. - Un hombre que era capaz de todo con tal de lograr sus objetivos.
Sandra meneó la cabeza. Diego no tenía ni idea de hasta qué punto la había armado esta vez.
- Sé que es tu hermano, no obstante, te ruego que no se lo digas.
Podía comprenderla. Sin embargo, le pedía algo con lo que era imposible que estuviera de acuerdo o que fuera imparcial. Aunque tal vez era mejor que no conociera la verdad de forma inmediata, darle tiempo para reflexionar. En cualquier caso no le correspondía a ella darle la noticia, sino a Carla.
- Puedes confiar en mí.
- Gracias.
- ¿Qué vas a hacer?
- Estoy evaluando abandonar Londres. - No quería arriesgarse a encontrarlo algún día de nuevo frente a su puerta.
- ¿Adónde irías?
- No lo sé.
- ¿Me mantendrás al corriente?
- Te llamaré.

Apenas había colgado cuando Joanna llamó a la puerta con la intención de solicitar su opinión sobre el enfoque fotográfico para un artículo. Carla tenía un gusto exquisito y amplia experiencia en el tema. Con sólo verla supo que le había ocurrido algo. A ella, no a Joel. De haberle sucedido algo a Joel ella no estaría allí. Sabía que no querría hablar del tema, si bien sospechaba que aquel misterioso hombre con el que salía tendría mucho que ver.
- ¿Te encuentras bien?
- Sí, una noche de insomnio. ¿Algún problema ayer en mi ausencia?
- No, sólo requiero tu sabio consejo. - Lo dijo con una mueca de broma, pero ella ni siquiera reparó en ello.
La contempló mientras analizaba el contenido de la carpeta que acababa de entregarle. El viernes era una mujer feliz, con un brillo intenso en los ojos, como cada vez que se acercaba el fin de semana. Solicitó el lunes por asuntos personales y hoy... sus ojos sólo reflejaban desolación. Dudaba mucho que hubiera sido una simple pelea, habían vuelto a hacerle daño.


Tras la conversación Sandra mostraba cara de preocupación. No le agradaba dejar a Carla embarazada y sola. Joel era su única familia.
Entre unas cosas y otras apenas había pegado ojo en toda la noche. El viernes se agudizaron los problemas de la revista. Se proponía tratar en persona con el banco, solicitar un aplazamiento de los pagos pendientes, pero la aparición de su hermano en escena lo complicaba todo. Carla le brindó ayuda desinteresada. Conociéndola podía imaginar lo que le debía doler el dejarle ese dinero para que se defendiera del hombre al que había confesado amar.

¡Cuán diferentes! ¿Cómo diablos habían acabado juntos? Parecía que lo que intuyó en su día, a pesar de las apariencias iniciales en aquel encuentro que les preparó, había demostrado ser cierto. El interés de Diego no había sido algo repentino, venía de lejos. Fue la única razón que se le ocurrió para aquellas inusuales galanterías: las flores, las cenas, ir a buscarla a Cibeles... Insistió hasta colarse en su cama. Una cama que debía desear lo bastante como para no conformarse con una única vez, e incluso para quedarse a dormir. Su propósito habría sido desquitarse por un insatisfecho anhelo del pasado. Sin embargo, no contó con que “la mujer” le gustaría aún más de lo que debió hacerlo la muchacha de antaño. Suponía que, tras enterarse de su llegada con motivo del reportaje, no se resistió a realizarles una visita para verla. La llamó “vieja gloria” a sus espaldas, quizás esperando que así fuera. Pero, al darse la vuelta, descubrió a una mujer espléndida que era capaz de ponerle el punto sobre las íes sin tan siquiera perder la sonrisa.

Las desgarradas palabras de ella: “él a sus bajas pasiones...”. Diego no necesitaba salir de Madrid para pasar un buen rato. No le faltarían amantes a las que, o bien les resultara atractivo él... o bien su dinero. Sin embargo, Carla estaba en Londres y él no había dudado en volar hasta allí para encontrarse con ella. Su hermano, que lo último que quería eran “complicaciones”, había salido con alguien en pleno proceso de divorcio y con un hijo. Sin olvidar el embarazo. El frío, el cerebral Diego, jamás hubiera cometido semejante desliz. Su amiga había mencionado el vino. Un par de copas de caldo podían hacer estragos en ella, pero a él dudaba que le afectaran. Nunca le había visto ebrio. Su autocontrol jamás se lo permitiría. ¿Sería muy descabellado pensar que, tal vez enamorado, podría haberse olvidado de todo por una noche?

Obtuso, sieso. No reconocería que estaba colado por ella, pero era indudable que iba a sentir perderla. Sólo precisaba tiempo para empezar a lamentar su ausencia, y ella quería contemplarlo desde primera línea. No le movía únicamente el recrearse con el sufrimiento del impasible Diego de la Vega. Su principal motivación era otra: no se resistía a perder a su sobrino y a su amiga. Si Carla estaba en lo cierto y, a diferencia de ocasiones anteriores, él no había tenido implicación alguna en la situación de la revista, la explicación podría ser bien simple: habría estado demasiado ocupado en aprender a disfrutar de la vida para acordarse de sus triquiñuelas habituales. Si había una oportunidad de arreglar aquello, que su hermano recapacitara y conociera una pizca de la felicidad que nunca había parecido tener, ella quería estar allí para aprovecharla. Le necesitaba en Bulevar. ¿Cómo lograrlo? No estaba dispuesta a ceder ante sus pretensiones. Con el préstamo de Carla podría cumplir parte del pago al banco y negociar el resto. Tendría que tenderle algún “caramelo” para retenerlo allí sin demasiado peligro. Ese dulce sería el ansiado puesto de director, aderezado con un paquete de acciones por el resto del montante del pagaré. Ello implicaba dejar fuera por una temporada a Álvaro, y tal vez a Bea. No obstante, tenía claras sus prioridades. Iba a ser un juego arriesgado, pero a Sandra de la Vega... siempre le gustó jugar.