martes, 30 de septiembre de 2008

30. Trabajo

Se repanchigó en el sillón. Su hermano acaba de salir enfurecido de su despacho. Tal vez debería aflojar un poco la cuerda, pero el juego le resultaba tan divertido... que no podía contenerse. Le encantaba hacerle saltar y últimamente era algo que lograba con suma facilidad. Supervisaba cada uno de sus movimientos. Diego necesitaba su aprobación para casi todo. No en vano ella seguía controlando la mayoría de las acciones de la revista. Aquello era algo que el orgulloso Diego no podía soportar. Debía admitir que lo hacía por puro placer, ya que había demostrado ser un excelente gestor. Muchísimo mejor que Alvarito. De haberlo sabido tal vez hubiera hecho antes el cambio.

Álvaro y Bea se sintieron traicionados cuando les comunicó su decisión: Diego pasaría a ser el nuevo director. A Bea sólo pudo decirle que confiara en ella, era temporal y tenía poderosas razones que no podía contarle. Ella no entendió que no hubiera agotado todas las opciones para solucionar la situación de la revista. Cualquier cosa era preferible a claudicar ante Diego. Cuando su motivo para actuar así era precisamente él.

Con Álvaro se fueron Bea y Gonzalo. Diego había asumido las funciones de los tres. No tuvo nada que objetar en cuanto a las financieras, que hasta el momento había realizado Bea. Su hermano era un hacha en lo que a finanzas se trataba, pero no era el más indicado para ejercer de director de publicidad. Las relaciones sociales no eran su punto fuerte. Sin embargo, le había sorprendido, resultó ser un buen negociador. Logró lo que no había hecho Gonzalo. Concertó reuniones con las empresas que habían retirado sus anuncios y no solo consiguió recuperar varios contratos, sino que se firmaron algunos nuevos de considerable cuantía. Ella asistió a aquellos encuentros en los que Diego desplegaba su mejor sonrisa. Pura apariencia. Al salir de la sala la sonrisa se borraba y su pétrea cara no podía ocultar la amargura instalada en su interior. Cada día ofrecía un aspecto más sombrío, ya ni siquiera les obsequiaba con sus antiguas ironías. Encerrado en su despacho, apenas salía para comer. El primero en llegar, el último en marcharse. No parecía tener vida fuera del recinto. Diría que necesitaba estar ocupado, trabajar sin descanso para no pensar. Aquellas cuatro paredes se habrían convertido en un refugio contra sus propios pensamientos. ¿Qué rondaría al frío hombre de negocios a solas en la oscuridad de su habitación? ¿Echaría en falta la calidez de su amante? ¿Buscaría olvidarla cada noche en otros brazos?

Lo cierto es que la única beneficiada en toda aquella situación estaba siendo la empresa, cuyas cuentas poco a poco se estaban saneando. En cuanto a ella, estaba obteniendo un máster en gestión empresarial... y otro en reacciones humanas. ¿Cuánto tiempo tardaría el hombre de hielo en derrumbarse? ¿Cuánto más en derretirse sus pies?
La que le preocupaba era Carla, no sabía nada de ella desde hace semanas.