jueves, 6 de marzo de 2008

23. Sobremesa indigesta

El martes Diego se encontraba fuera de su despacho en una auditoria importante. Al notar el móvil vibrar no tuvo necesidad de mirar el número para saber quien le llamaba. Puntualidad británica. Lo detuvo con cierto fastidio. Debería haber acabado ya. Habían empezado a primera hora de la mañana, pero no tenían visos de finalizar antes de la hora de comer.

Una vez en el restaurante, dudó con el móvil en la mano.
La comida en su casa el domingo anterior podría haberse considerado agradable... hasta que se malogró.
Carla no había exagerado. Los tallarines sabrosos. Del segundo tuvieron que prescindir, por problemas “de cocina”, y conformarse con la ensalada.
Él se partía de risa:
- Definitivamente la gastronomía no es lo tuyo.
Carla le amenazó muy seria con una cuchara:
- No puedes decir que no te avisé.
De postre: fresas con helado de yogur. En Londres, prácticamente un lujo.
El niño apenas le había resultado molesto. Era un mocoso bastante despierto y se acostó la siesta al poco de terminar el postre.
Fue entonces, mientras tomaban un relajado café de sobremesa, cuando su ya casi ex marido tuvo la feliz idea de llamar. Carla dio un respingo en cuanto oyó el teléfono, debía tener el número identificado por la sintonía. Cogió el inalámbrico y se apartó un poco para hablar. Su cara y su tono de voz iban transformándose por momentos. Alcanzó a escuchar algunas frases: “no cesas de poner impedimentos y luego vuelves de nuevo a las andadas”, “yo me quedaría con él siempre, pero, por si no lo recuerdas, también necesita a su padre”.
Ahí lo tuvo claro. Su ex no quería quedarse con su hijo el próximo fin de semana. ¡Maldita sea! No estaba dispuesto a pasar dos fines de semana seguidos en Londres.
Carla colgó el teléfono disgustada. Le bastó mirarlo para saber que había entendido el tema de la conversación y que la situación no era en modo alguno de su agrado.
- No pienso volver a Londres la próxima semana.
Ella le había dirigido una mirada de desánimo:
- Sentiría mucho que no vinieras.
- ¿No piensas hacer nada?
- ¿Qué propones? ¿Qué amenace a George para que haga algo por lo cual debería desvivirse: pasar tiempo con su hijo?
- No, es más fácil quedarte de brazos cruzados.
- No, intento proteger a mi hijo. - Enérgica. - Tiene suficiente con que sus padres se hayan separado. No quiero que nos vea pelear por su custodia o por ver quien se queda con él un fin de semana.
- En ese caso, no me esperes.
- Nunca te he pedido nada. - Con decisión - Me gustaría verte, pero eres libre de decidir qué es lo que más te conviene.
Carla parecía decepcionada y él había partido hacia Madrid furioso.

Miró de nuevo el teléfono. ¿La llamaba o no la llamaba? Carla resolvió su conflicto. Llamó en ese instante.
- Buenas tardes. Veo que esta vez eres tú el ocupado.
Su voz era la de siempre, no detectó ningún signo de aspereza después de lo ocurrido el domingo.
- Buenos días. Aún no he comido.- Respondió desabrido contemplando el poco apetecible entrante que tenía frente a sí.
- Ya veo. ¿De ahí el mal genio?
No contestó. Frunció el ceño e hizo un gesto al camarero para que lo retirara.
- No te entretendré mucho.- Continuó ella. - No quiero ser un obstáculo entre tú y algún suculento plato que te devuelva el sentido de humor. ¿Qué hacemos este fin de semana?
¿Y ella se lo preguntaba? Seguía enfadado. Ella no tenía la culpa de que su marido fuera un impresentable. Simplemente no podía ir a Londres. Había dicho que no lo haría y tenía intención de cumplirlo. Pensándolo bien, era en parte culpable, se había casado con él.
- Depende de tu ex.- Lo dijo sin acritud. No era justo hacerla responsable. Después de todo, se estaba divorciando.
- Por eso te llamo, creo que ha entrado en razón y ha decidido posponer su… viaje.
Respiró aliviado.
- ¿Te apetece algún sitio en especial? - Le preguntó ella.
- No, te dejo sorprenderme. - El lugar era lo que menos le importaba.
- Me temo que voy a defraudarte. ¿Qué te parece Praga? - Su tono era ahora más jovial.
- ¿Dónde está el truco? - La propuesta era demasiado normal para ella.
- No hay. - Riéndose - Esta vez he decidido librarte de mis ocurrencias.
- Entonces, - sonriendo – y sin que sirva de precedente, tendré que fiarme de ti.
- Voy a hacer las reservas. - Con un ligero toque de ironía – Buen provecho y... buen humor.
Miró complacido el solomillo con verduras que acababan de servirle. Estaba hambriento. La satisfacción era doble.

Carla se había sentido desalentada ante la negativa de Diego a volver el siguiente fin de semana. Creía significar algo para él. Lo entendió mejor tras reflexionar. No debía ser plato de buen gusto permanecer solo en Londres. En Madrid seguramente habría ido de caza, o a algún selecto club, pero allí estaba fuera de su entorno. Aún así había venido varios fines de semana sólo para verla. Había esperado que el siguiente estarían los dos solos. En realidad, el motivo de su enojo era quería pasar más tiempo con ella. Le telefoneó con el mismo ánimo de los otros martes.

lunes, 3 de marzo de 2008

22. ¿Golf o pasta?

Cuando Diego despertó Carla estaba vestida, agachada de espaldas a él, recogiendo del suelo su pasador. La melena suelta sobre sus hombros, el pelo tan oscuro como sus ojos. Un instante más y la bruja de ojos negros habría desaparecido para no volver a aparecer hasta el viernes siguiente.
De pronto no sintió deseos de regresar a Madrid, a jugar al golf con algún eventual inversor. Detestaba el golf, pero, junto a la caza, de la que sí disfrutaba, era la mejor actividad al aire libre para hacer negocios.
Carla se levantó y se dio media vuelta. Al verle despierto sonrió y le saludó con un alegre.
- Buenos días. ¡Hum! Hoy veo al señor muy madrugador.
Tras el comentario, ligeramente mordaz, se acercó para darle el beso que tanto había ansiado las otras mañanas antes de irse.
Definitivamente no, hoy no se encontraba con ánimo para un monótono partido de golf.
- ¿Comemos juntos? – Le propuso.
Ella le miró con cierto aire de tristeza. Diego intuyó lo que iba a decirle. Su hijo. Se adelantó.
- Puedes dejarlo con su niñera un par de horas.
Negó con la cabeza.
- Beth tiene derecho a su propia vida, ya hace bastante quedándose las noches de los fines de semana que vienes. Además, son los únicos días que puedo comer con él.
No fue consciente de la cara de desencanto que puso al oírla. Ella sí. Se quedó pensativa un instante. ¿Y si le invitaba a comer? Era más que evidente que no le gustaban los niños, pero la tarde anterior parecía divertido ante algo que había dicho Joel. ¿Podría soportar por un rato a un niño revoltoso?
- Si te atreves, te invito a comer con nosotros.
Diego dudó ante la elección que se le presentaba. Un mocoso frente a un tedioso partido de golf.
Carla se rió al ver su expresión dubitativa.
- Antes de que tomes una decisión, debo advertirte algo. A las ejecutivas ex modelos no se nos da demasiado bien la cocina… Por decirlo de una forma… suave.
Diego se rió a su vez.
- No se puede decir que me animes mucho.
- Todo depende de tu espíritu aventurero.
Volvió a reírse. El campo de golf podía esperar.
- Acepto la invitación. Pero, si sufro alguna indigestión, tengo en nómina al mejor despacho de abogados de Madrid para demandarte.
Carla, visiblemente contenta:
- Entonces seré yo quien corra el riesgo, señor de la Vega. En mi casa a la una y media.
Le besó de nuevo y se dirigió a la puerta. En el umbral añadió:
- Espero que le guste la pasta. Es lo único que cocino de manera aceptable.
La vio salir y sonrió. Sí, le gustaba la pasta. Era pronto. Aún podía dormir un poco más.