El martes por la mañana Carla llamó a Diego cuando éste estaba en su despacho. Sonrió para sí mismo. La llamada de los martes empezaba a ser costumbre.
Carla le comunicó que Joel se quedaría con su padre ese fin de semana. Con George nunca se sabía. "¿Cómo quedamos?"
Continuando con su estrategia de alejar a Carla de Madrid, le propuso un nuevo viaje: "¿Dónde quieres ir?"
Carla conocía algo a Diego. Le pareció demasiado generoso por su parte que le dejara escoger destino, teniendo en cuenta que fue ella quien optó por ir a Roma. Decidió provocarle un poco: "¡Hum! ¿De veras puedo elegir? Te advierto que puedo tener mucha imaginación."
Diego conocía ese tono. Le siguió la broma sospechando que podía oír alguna extravagancia. "Sorpréndeme", le contestó.
Carla, claramente jugando: "Estoy pensando… ¿qué tal la luna?"
Diego soltó una carcajada. No, aquello, no se lo esperaba: "A 20 millones el pasaje me iba a salir un poco caro." Esta vez organizaba él el viaje. "En cualquier caso, en un fin de semana no te iba a dar tiempo." Firme. "Decido yo."
Carla se rió. Ya contaba con ello.
Diego continuó: "Te lo comunico cuando lo tenga todo preparado."
Carla se despidió: "Esta bien. Te veo el viernes."
Carla le comunicó que Joel se quedaría con su padre ese fin de semana. Con George nunca se sabía. "¿Cómo quedamos?"
Continuando con su estrategia de alejar a Carla de Madrid, le propuso un nuevo viaje: "¿Dónde quieres ir?"
Carla conocía algo a Diego. Le pareció demasiado generoso por su parte que le dejara escoger destino, teniendo en cuenta que fue ella quien optó por ir a Roma. Decidió provocarle un poco: "¡Hum! ¿De veras puedo elegir? Te advierto que puedo tener mucha imaginación."
Diego conocía ese tono. Le siguió la broma sospechando que podía oír alguna extravagancia. "Sorpréndeme", le contestó.
Carla, claramente jugando: "Estoy pensando… ¿qué tal la luna?"
Diego soltó una carcajada. No, aquello, no se lo esperaba: "A 20 millones el pasaje me iba a salir un poco caro." Esta vez organizaba él el viaje. "En cualquier caso, en un fin de semana no te iba a dar tiempo." Firme. "Decido yo."
Carla se rió. Ya contaba con ello.
Diego continuó: "Te lo comunico cuando lo tenga todo preparado."
Carla se despidió: "Esta bien. Te veo el viernes."
Colgó el teléfono. Estaba bastante complacido de cómo se habían desarrollado las cosas. Ella no le estorbaba en absoluto. Apenas cruzaban una llamada o un correo durante la semana para concretar cómo quedaban. Pero, había una cosa bien cierta, tenía muy claro que la dejaría en cuanto se interpusiera en su camino. De momento aquello no parecía probable. Poniendo una de sus sonrisas. No había nada por lo que preocuparse.
Pensó un instante dónde podrían ir. Algún sitio original. No tardó mucho en encontrarlo, ni en encargar que hicieran las consecuentes reservas. No pensaba escatimar, el mejor hotel y los más prestigiosos restaurantes. Una vez estuvo todo listo le mandó un mensaje indicándole el lugar.
Cuando Carla lo leyó, no podía creer el destino que él había escogido. Muerta de risa, y como excepción a lo habitual, le llamó una segunda vez: "Diego, ¡por dios! ¿Cómo se te ha ocurrido? ¡Copenhague! ¿No te basta con una sirena de carne y hueso que necesitas además una de bronce?"
Diego no pudo evitar reír ante semejante comentario. Tras colgar de nuevo el teléfono, pensó que una de las cosas que le gustaban era que se reía con ella. No conocía a una mujer que se riera tanto como ella. Era algo que no había cambiado con los años. Su risa le recordó el primer día que la vio en Bulevar.
Diego no pudo evitar reír ante semejante comentario. Tras colgar de nuevo el teléfono, pensó que una de las cosas que le gustaban era que se reía con ella. No conocía a una mujer que se riera tanto como ella. Era algo que no había cambiado con los años. Su risa le recordó el primer día que la vio en Bulevar.
Aquel día entró en la cafetería, practicamente vacía, para pedir uno de los deliciosos bocadillos de tortilla de Marga. Marga estaba charlando animadamente en la barra con una chica morena de pelo largo. La chica en cuestión se rió. Una risa alegre, contagiosa.
Marga, al verle, le preguntó: "¿Tú por aquí, Dieguito?"
La chica se dio media vuelta. En la mano, un tenedor con un trozo de bizcocho de chocolate. Tenía unos enormes ojos negros. Le dedicó un "hola" y una sonrisa.
Las modelos no bajaban a la cafetería, ni se reían o saludaban, y mucho menos comían chocolate.
Marga le cogió cariño a Carla. Cada vez que ella aparecía en Bulevar le preparaba el bizcocho de chocolate al que era poco menos que adicta.
Con cara de repulsión recordó como Alvarito y Gonzalo acudían entonces como moscas a la miel. Jamás se mezcló con ellos.
Habían pasado muchos años desde aquello. La chica había acabado en sus brazos, sin caer en la cama de los otros dos.
El viernes por la noche, en la habitación del hotel, Diego estaba prácticamente dormido. Carla se acercó a él. Mimosa se abrazó a su espalda y le dio un beso en el cuello. Diego abrió los ojos de forma apenas perceptible y se durmió.
Carla, abrazada a él, recordó al adolescente huraño y desabrido que ni tan siquiera se dignaba a mirarla o dirigirle la palabra. ¡Cuánto habían cambiado las cosas! Ahora anhelaba que llegara el viernes para verlo. Aunque, la tristeza de viernes como éste era el alejarse de su hijo.
Con Diego, la que parecía haber vuelto a la adolescencencia era ella. Habían quedado en la sala de espera VIP del aeropuerto. Tuvo que contenerse para no correr hacia allí tras bajar del avión. Una vez en ella, hubo de reprimir el impulso de besarlo. Él la recibió con un abrazo.
Nadie que conociera a Diego podría imaginar el tipo de amante que podía llegar a ser. Obviamente no era un hombre cariñoso, pero con ella era atento, considerado, ardiente... Aquella mañana en Bulevar, a Sandra le había parecido imposible que alguien pudiera disfrutar con él. Ella disfrutaba cada minuto. Por las noches le hacía sentir como si ella realmente fuera única. Por el día, desde la última discusión en su casa, se habían acabado las caras agrias y el mal humor. Exceptuando la advertencia de esta noche de no despertarle pronto para ir a ver cualquier cosa. Ella le había pinchado acusándole de dormilón. A cambio recibió un soberano gruñido. Tuvo que apaciguarlo con un beso y la promesa de no ejercer de despertador mañanero.