domingo, 26 de octubre de 2008

39. Noticias

¡Corcho! ¡El móvil siempre sonaba en el peor momento! Si Murphy no lo añadió a sus leyes se debió a que por aquel entonces los móviles no existían, no a la falta de veracidad. En lo más interesante: con Alvarito intentando rebatir la propuesta de Diego. Álvaro ya no era director, pero seguía manteniendo sus acciones, lo cual le daba derecho a asistir a las juntas. Y, por más que quisiera negarlo, esta vez sus argumentos no se sostenían. Parecían más producto de las rencillas entre ambos que de una razón fundada. Tras sólo un par de tonos el móvil se calló sólo. Pero, apenas le había dado tiempo al ex director a seguir con su discurso, cuando el dichoso teléfono volvió a sonar. Para colmo Paula le había cambiado el día anterior la melodía por una nada discreta. Todas las miradas se dirigieron hacia ella.
- ¡Ya lo apago! - Número desconocido. Seguramente propaganda... ¡No! Lo silenció y se levantó. - Si me disculpáis. Será sólo un minuto, tengo una avería en casa y llevo dos días esperando al fontanero. No sabéis lo que es ducharse con agua fría. Continuad sin mí.
Descolgó apenas salir por la puerta.

Su salida no sentó muy bien a los demás asistentes, especialmente a Diego, que prosiguió con la reunión deseando que ésta acabase lo antes posible. Sin embargo, su atención no estaba en lo que su principal opositor decía. No le escuchaba. La excusa de su hermana no sonaba demasiado convincente, su expresión de sobresalto tampoco. De pronto una idea surgió en su cabeza y abandonó a su vez la sala, ante los atónitos presentes, sin molestarse en dar explicación alguna. Se hallaban en su despacho. ¿Dónde habría ido? Se encaminó hacia el suyo propio. Abrió la puerta. Allí estaba. Confirmaba su sospecha. No necesitaba un sitio retirado para hablar con el fontanero. Fue hacia ella y le quitó el teléfono de la mano.
- ¿Sandra?
Cerró los ojos. Su voz al otro lado.
- Sandra, ¿estás ahí?
La misma que oía antaño. Primero una vez por semana, después, en los últimos tiempos, hasta tres. La voz enmudeció, un click la sustituyó. Había colgado.

Sandra le había observado en silencio. Había reconocido la señal. Era un juego que tenían ambas cuando eran muy jóvenes. Indicaba vía libre de orejas indiscretas. Diego se volvió hacia ella, en busca de una explicación, sólo le dijo:
- Es una niña. - Carla acababa de visitar al ginecólogo y la había llamado para compartir la buena nueva con ella: era una niña y, a pesar de los resultados de unas pruebas iniciales, la última había sido concluyente, el bebé estaba bien.
¡Niña! Buscó en la lista el número llamante: desconocido. ¡Ni eso! Impotente, estampó el teléfono contra la pared lleno de rabia.

Cayetana les había seguido. ¿A qué estaban jugando? ¡No podían abandonar la junta a su capricho y dejarles esperando! Abrió la puerta justo a tiempo para ver a Diego lanzar el móvil.
- ¿Se puede saber qué os pasa a los dos? - Cada vez estaban peor, las miradas y palabras que cruzaban expresaban puro odio, pero aquello era la gota que colmaba el vaso.
Diego salió sin abrir la boca.
Miró a Sandra:
- ¿Va a contarme alguien qué es lo que ocurre?
- Creo que deberíamos suspender la junta hasta mañana.
- No me refiero a eso. Lo que quiero saber es lo que os sucede a vosotros.
- Es mejor que te sientes, Caye.
- ¡Por fin! Ya era hora de que dejarais de mantenerme al margen.
- Vas a tener una sobrina.
- ¿Vas a adoptar a otra adolescente? No estoy de acuerdo Sandra, pero es tu vida. No lo veo motivo para que Diego y tú estéis en una pelea continua.
- No Caye, esta vez no se trata de mí.
- ¿Entonces?
- De Diego.
- ¡Diego!
- Sí. Va a ser padre.
- ¿Cómo? ¿Con quién?
- Con Carla.
No salía de su asombro.
- Pero... si vive en Londres...
- Vivía. Se reencontraron cuando ella hizo el reportaje para la revista y empezaron a salir juntos. - Los ojos de su hermana asemejaban dos platos – Se veían los fines de semana.
No podía creer lo que oía. No imaginaba a su hermano viajando los fines de semana a Inglaterra para estar con una mujer. Ahora entendía algunas cosas: aquellas semanas de buen humor, su interés por las obras de teatro a las que había asistido últimamente, con quién habría ido a ver “Cabaret”... el cambio radical desde su regreso a la empresa.
- ¿Qué pasó?
- Nuestro querido hermano, como es su costumbre, la fastidió. Carla no le contó que estaba embarazada y cuando él por fin se enteró, ella había desaparecido. Aunque no lo reconozca, está desesperado por encontrarla.
- ¿Desde cuando estás al tanto de todo esto?
- Desde el día que él intentó hacerse con el poder. Ella nos descubrió en plena discusión. Lo dejaron y me lo confesó todo. Diego no me perdona que estuviera enterada y se lo haya ocultado.
- Yo tampoco lo haría.
- Se lo prometí a Carla y, en cualquier caso, no me correspondía a mí darle la noticia.
- ¿Cómo lo ha sabido?
- De la peor forma: por la prensa.


Cerró el móvil. Se llevó la mano al vientre. Su niña. Lo único que importaba era que su niña estaba bien. Habían sido unas semanas horribles, llenas de angustia e incertidumbre. Cuando el médico le explicó que los datos que ofrecían los análisis preliminares eran sólo orientativos, pero pesimistas, le invadió la desesperación. El doctor le habló de su edad, de la posibilidad de la amniocentesis. La prueba implicaba riesgos, controlados, inferiores al 1%, pero riesgos. Le indicó que la decisión estaba en su mano, pero que era preferible que pasara el resto del embarazo lo más tranquila posible. Continuaba bastante débil y el estrés añadido no beneficiaría al bebé.
La simple palabra “aborto” la horrorizó. ¿Qué hacer? Durante días la preocupación le hizo sentir una opresión en el pecho que no la dejaba respirar. Resolvió salir de dudas y estar preparada para afrontar el resultado, cualquiera que fuera. Gracias a dios, el bebé se desarrollaba con normalidad.
Llegó a casa. Joel apareció corriendo:
- ¡Mamá!
Se agachó para darle un beso.
- Hola, cariño.
La niñera salió detrás del niño. Ante su aspecto cansado:
- ¿Se encuentra bien, señora?
- Sí, Beth, gracias. - Sonrió, hacía tanto tiempo que no podía sonreír de forma sincera.
- ¿Qué es? ¿Qué es? - Se interesó el pequeño.
- Vas a tener una hermanita. - Le hizo una caricia a su hijo que, tras ver satisfecha su curiosidad, fue de nuevo a jugar.
Se dirigió a la cuidadora:
- Voy a descansar un poco y después podríamos bajar al parque.
Su interlocutora asintió con la cabeza.

jueves, 23 de octubre de 2008

38. Sin rastro

¿Dónde diablos se había metido? Embarazada y con un niño pequeño... Parecía habérsela tragado la tierra. ¡Malditos ingleses estirados! Había viajado hasta Londres para comprobar por sí mismo que su hermana no le había engañado. Ni estaba allí, ni encontró rastro de ella.

Intentó engatusar al conserje de su casa, pensando que tal vez le habría indicado cómo contactar con ella o dónde enviarle la correspondencia. “La señora solicitó que se depositara en su buzón, como de costumbre”, obtuvo por toda respuesta. En su oficina tampoco pudieron darle detalle alguno. Había dimitido tiempo atrás y simplemente se marchó. Tras insistir consiguió que alguien de su entorno más cercano le recibiera. Tuvo que contenerse ante la mirada de aquella pelirroja, que le examinó de arriba y abajo, y le despidió de forma fría. Estaba enterada del lugar en el que se hallaba, estaba seguro de ello. Tal vez era ella misma quien le recogía el correo, pero no pudo sonsacarle nada. Le encaró con odio en los ojos. Había adivinado quién era él antes de hablar siquiera y pretendía protegerla a toda costa.

Pero lo peor fue la visita al despacho de su ex marido. En otra ocasión hubiera disfrutado de las vistas desde uno de los edificios de oficinas más impresionantes de la ciudad. En alguna otra. Acudió allí como última opción. Tenían un hijo en común, no podía negar conocer su paradero. Se presentó como un viejo amigo de toda la vida que deseaba verla. No como el amante que la buscaba, no como el padre del bebé que esperaba. Aquel arrogante había ojeado despectivamente su tarjeta y, altivo, le respondió que lamentaba no poder darle esa información sin conocerlo. Tentado estuvo de contarle qué papel había jugado en realidad en su vida, contestarle que, a diferencia suya, él tenía sangre en las venas y no agua turbia del Támesis. Pero no lo hizo. Regresó a Madrid con lo mismo que había llegado: nada. Carla había intentado borrar sus huellas y había dejado claras instrucciones de no desvelar su nuevo domicilio.


Joanna se quedó pensativa en el despacho de Carla, que ahora ocupaba ella. Cuando llamaron de recepción para comunicarle que un caballero solicitaba, de forma persistente, algún dato sobre la señora Marín, estuvo a punto de sugerir que le dejaran ir sin más. Pero cayó en la cuenta de quién podría tratarse y le hizo subir. Tenía frente a sí al causante de que su amiga hubiera abandonado un trabajo que le había costado considerable esfuerzo conseguir, su casa, su vida...

Alto, pero no en exceso. Carla le sacaría algunas pulgadas con tacones. De aspecto atlético: el traje a medida escondería unos músculos bien delineados. Moreno. Facciones proporcionadas, definidas, casi cinceladas, que denotaban firmeza y seguridad en sí mismo. Un hombre atractivo.

¿Habría vuelto por el niño? ¿Por ella? ¿Por ambos? Su intento de intimidarla no le servía. Jamás la traicionaría. Ella debía tener una buena razón para alejarse y él no podría convencerla de lo contrario. ¿Debía advertir a Carla de aquella visita? ¿Avisarle que él intentaba localizarla? No se encontraba bien. Se vio obligada a dejar la revista días antes de lo previsto. Incluso tuvo que acompañarla al médico. Las náuseas habían empeorado, vomitaba hasta el agua, y su ginecólogo optó por ponerle suero para evitar una deshidratación aguda. Necesitaba tranquilidad y aquella noticia no haría sino restarle la poca que le quedaba. No era el momento.

jueves, 16 de octubre de 2008

Banda Sonora

Esto os lo dedico a todas y en especial a Andrea.

Andrea, ya sé que no es tu tipo de música, pero, de no ser por ti, no habría sabido ponerla y, tal vez, no seguiría dándole al fucsia. ;-)

Gracias por seguir al otro lado.


Hace mucho que quería poner la banda sonora de la historia de nuestros protagonistas, que la tiene. Realmente me hubiera gustado hacer vídeos, pero con mi maña, la falta de ella más bien; el intentar obtener imágenes, además de mi escasez de tiempo... difícil. Aún así hice un vídeo supersencillo, no esperéis gran cosa de él, que también os pongo.


A la banda sonora vamos.






0. Primera noche: "El rey tiburón" de Maná
Diego es, sin duda, el rey tiburón, que tiene todo, todo en su vida y, en realidad, está en soledad. Y ya sabemos a quien se comería a besos: a su sirena.

Y viene el Tiburón que tiene todo todo en su vida
Y en realidad está en soledad
Y viene el Tiburón que nunca encuentra sólo anda en busca
Busca su presa amor ya llegó, ya llegó el Tiburón

Soy el rey de la mar Tiburón
El que te come a besos
Pero yo soy el rey del mar Tiburón
El que te come mi amor
ay ay ay bom bom mi sirena de amor
Y ten cuidado del beso







1. Noche de Copenhague: "Cosas que pasan" de El Último de la Fila.

Siempre me ha gustado esta canción. Describe los sentimientos de Diego. Me parece idónea para la noche en la que ya sabemos que, por una vez, se olvidó de todo.

La letra del inicio:

Al ritmo de tus días,
al flujo de tu tiempo, vela que dominas.
Al vaivén que marcas, caprichosa, amor,
a tu calor, me arrimo.

Flor de pradera:
de ti necesito.
De tu esencia me impregné
y ahora estoy atado a ti,
y el sulfuroso reclamo
es el deseo que por ti siento.

Carla es precisamente eso: una "flor de pradera", hermosa y sencilla. Él se impregna de ella, de su esencia, de su naturalidad, de su calidez... Y, como dice la canción, el sulfuroso reclamo es el deseo que siente por ella.






2. En Vela
: "Con los hombres azules" de Manolo García.

Describe el dolor de Carla la noche tras dejarlo, sus sentimientos, todo lo que le ha dicho Diego. La diferencia es que ella no puede irse al desierto con los hombres azules, ella tiene que seguir adelante por sus hijos y por ella misma.

Sobre mis párpados vela
el gallo de la madrugada,
sobre el péndulo que la vigilia mueve.
Tus rotundas palabras, tu cortante gesto
son el gélido viento que silba
por las rendijas de mi pensamiento.
Y es tan grande la tristeza que hoy siento...

Aléjate espejismo del amor eterno,
sólo eres literaria veleidad.
Ni al peregrino das posada
ni al sediento agua
ni al que ansía saber muestras la verdad.

Detesto el tiempo, la ansiedad lamento.
Descansar sólo quiero, junto al calor del fuego,
Me amarro al momento, y lo único que poseo,
con los hombres azules irme al azul desierto.






3. El sabor de otros labios
: "Vendrán días" de Manolo García.

Describe a Diego buscando a Carla en otros ojos, otros besos, otros brazos. Lo que obtiene (caricias mercenarias) no le satisface, porque poco tiene que ver con lo que tenía (caricias sinceras). Se dice a sí mismo que ya se le pasará, que ya la olvidará.

Déjame beber de ti en los labios de mujer extraña,
que hoy necesito el calor de unos brazos
que apaguen mi vana esperanza.
Déjame desnudo de recuerdos. No los necesito.
Que hoy necesito buscarte sin miedos, en otros rostros buscarte.

Dame un lenguaje sin palabras para abrigarme que tengo frío.
Dame besos y caricias olorosas y descalzas.
Dame un mundo sin palabras que yo respire porque me ahogo.
Dame besos y caricias sinceras o mercenarias.

Déjame que escuche esa guitarra que hoy me falta el aire,
que hoy necesito besar otros labios creyendo que beso tus labios.
Déjame perdido en negra noche que hoy el dolor duele,
que hoy necesito buscarte sin miedos, en otros rostros buscarte.






4. Fantasmas
: "Sueño y muero" de Chambao.

Diego acompañado de sus fantasmas.

Excesivamente fucsia para Diego. Se admite la protesta. ;-)

Te cruzaste conmigo, aquel día
y de ese instante, sueño y muero
que en tus labios, quedo mi poesía
que en tus ojos, la luz que no encuentro

Lejos estás y cerca siempre
pues ya nunca me abandonas
que en mi alma hiciste hogar
y tan solo recordarte, me emociona

Algo en mi ser se desgarra
si no me ofreces tu acento
vivo buscando tus huellas
duermo, pensando en tus besos





5. Debilidad: "Tu recuerdo" de La Mari y Ricky Martin

Esta simplemente me encanta. Me imagino así las noches a solas de los dos.

"A veces gris, a veces blanco" le pega a Diego. Carla le recordaría a veces gris (o negro carbón más bien) a veces blanco.







6. De mal en peor: "Amapola" de YSB

Diego en su despacho, en teoría feliz porque casi ha conseguido lo que quería, y de ello intenta convencerse, pero la realidad ya sabemos que es algo diferente.

Aquí he utilizado las imágenes de Amapola, que me venían como anillo al dedo. En cuanto las vi pensé que eran idóneas para la historia de estos dos. Diego acordándose de Carla... su flor de pradera, su amapola.


Un "pequeño" detalle. He utilizado las imágenes de la serie porque no tengo otras. Pero, como me dijo una vez Mónica que le ocurría a ella, a mi Diego no logro ponerle la cara del de la serie. Y ahora que está tan delgado, que apenas se le ve, menos aún. Diego es un hombre fuerte, atlético. Se supone que se pasa los fines de semana de caza, pateando el campo, o si no en el gimnasio.
Para Carla he escogido unas imágenes de Monica Bellucci que, a mí particularmente, me parece guapísima. He intentado encontrar imágenes de sus primeros años de modelo. Para más tarde, cuando se supone que han estado juntos, he empleado unas imágenes de ella más mayor que tienen un aire cotidiano.



martes, 14 de octubre de 2008

37. En lo cierto

Tenía que confirmarlo. Si alguien podía hacerlo, esa era Sandra. Hubo una época en la que ambas parecían uña y carne. Carla fue a hablar con ella tras despedirse de él. Sandra lo sabría.

Entró en tromba en el despacho de su hermana y arrojó sobre su escritorio la revista que le había arrebatado a Bárbara.
- ¿Es cierto?
- ¿Dónde has dejado tu educación?
- ¿Es cierto? – Reiteró, señalando el semanario.
Sandra echó un ojo a la hoja que le indicaba. El nombre de Carla en el titular captó su atención de forma inmediata. Cogió la publicación entre sus manos y leyó para sí:
“George Manley y Carla Marín, tras un largo periodo de negociaciones, han hecho efectivo su divorcio. Algunas fuentes apuntan que el empresario podría formalizar ahora su compromiso con su novia, la modelo y actriz, Erinn Watson.
Por su parte, Carla podría haber rehecho también su vida. Hace poco renunció a su puesto de ejecutiva en W Woman y se trasladó fuera de Londres, donde ha regresado temporalmente con motivo de los trámites. Por el cambio que se advierte en su figura podría estar esperando un hijo con una nueva pareja.”

¡Tenía que llegar! ¡Sabía que tenía que llegar! Carla no era cualquiera, era muy conocida en los medios editoriales. Un par de apariciones en público con Álvaro habían tenido su reflejo en el papel couché. Le extrañaba que su relación con Diego no hubiera saltado a la prensa.
Miró a su hermano con aire indiferente, sin moverse de su sillón.
- ¿Y bien? Es una mujer divorciada. No veo que ello te incumba a estas alturas.
- No te hagas la tonta, Sandra. Sabes muy bien a lo que me refiero.
- Como comprenderás, la vida de su ex no me concierne en absoluto.
Diego apuntó al artículo con un dedo y la miró con fuego en sus ojos. Había entendido perfectamente su pregunta.
- ¿Te importa?
- ¿Es mío? - Su aspecto denotaba auténtica furia.
Se levantó airada, enfrentándose a él desde el otro lado de la mesa.
- ¿Necesitas preguntarlo? ¡Ya veo que no tienes ni idea de con quien has estado!

¡Era verdad! Estaba embarazada y... ¡era suyo! Reaccionó. En aquel papelucho ponía que había abandonado la ciudad. Se dirigió a su hermana:
- ¿Dónde está?
- ¿Acaso te interesa?
Apoyó las manos sobre la mesa para imprimir fuerza a sus palabras.
- No me hagas repetirlo una segunda vez.
- No lo sé. Me comunicó que se iba, pero no a dónde.
No la creía. Si le había confesado que iba a ser tía, también lo habría hecho con su paradero.
- ¿Pretendes que te crea?
- Sospecho que prefirió no arriesgarse. No se fiaba de tus métodos. No sé qué diablos le dirías, pero no quiere volver a oír nada de ti.

Su cara reflejó incredulidad. ¿No le había narrado la escena a la salida de Bulevar?
Sandra meneó la cabeza.
- Una vez más me demuestras que no la conoces en absoluto. Se lo guardó para ella. Jamás me lo hubiera contado. Como tampoco lo hizo motu propio con vuestro primer encuentro. Con sólo verla aquella mañana me di cuenta de que algo le pasaba. Un par de respuestas evasivas y unos silencios me bastaron para averiguar el resto.
Su hermano no pareció inmutarse, sólo replicó:
- ¿Dónde?
- Aunque estuviera al tanto, tú serías la última persona con quien compartiría dicha información. Y ahora, - tajante – haz el favor de salir de mi despacho.

¡Maldito genio de la Vega! Debería haberle dicho que no tenía de qué preocuparse, que el bebé era de otro. Pero había podido con ella el que dudara de los sentimientos de Carla, que pensara que se había metido en otra cama al día siguiente. ¡Su ira! No había mostrado la más mínima preocupación por ella. Embarazada, sola y, a diferencia de ella misma, ni siquiera le inquietaba saber cómo se encontraba. Tal vez Carla había estado en lo cierto al querer evitar esto. Quizás, aunque tarde, había comprendido cómo era su hermano.

36. ¡Mío!

Estrujó la revista en su mano. ¿Sería cierto lo que la cabeza de chorlito de Bárbara estaba chismorreando? Ella... ¿embarazada? ¿De quién? Sintió una ola de furia dentro de sí. ¿Tan pronto se había dejado caer en otros brazos? Descargó el puño libre contra la mesa con toda su fuerza. El dolor físico del golpe no pudo acallar ese otro que sentía en su interior. A él se le hacía insoportable el contacto con otras mujeres y ella... iba a tener un hijo con otro. No era suyo. ¡Imposible! No era ningún imprudente, siempre utilizaba protección. No era una norma, era un mandamiento. No estaba dispuesto a correr riesgo alguno en sus revolcones. Con ella tampoco... La usaron en todas y cada una de las ocasiones. Si bien, dado el cariz perdurable de la relación, llegó a pensar en proponerle emplear algún otro método.

¡Dios! ¡El sábado de Copenhague! - Se dejó caer en su silla. - Esa noche entendió el motivo por el que ella nunca bebía. Apenas una copa de vino y un par de sorbos del cóctel sirvieron... para animarla. Llevaba aquel vestido rojo que la convertía en el centro de tantas miradas. En esta ocasión no le molestaron. Que se contentaran con mirar. El que la tenía por las noches, entre sus brazos, era él. El vestido acabaría, de nuevo, a sus pies.

Una vez en la habitación, Carla, desinhibida, no recordó las acostumbradas precauciones... Hasta en eso había sido distinta. Con las otras era él mismo quien se ocupaba de ello, sin embargo, en sus noches, era ella quien se encargaba... con suma delicadeza. Puede que ella no estuviera en disposición de acordarse de tales menesteres, pero él sí. ¿Por qué no lo hizo? ¿Tal vez el alcohol le afectó más de lo que había imaginado?

Miró a la nada. La evocó encima de él, bromeando: “Señor de la Vega, voy a tener que aprovechar que le tengo en mi poder, y que hoy estoy un tanto achispada, para confesar... que me tiene usted... atrapada.” Dio media vuelta en la cama con ella. Ahora sí que estaba atrapada. Esperaba oír su risa, pero no fue así. Sólo esbozó una sonrisa y le susurró “mi amor”. Sus ojos ya no se burlaban, no había rastro de ironía en su voz. No albergó duda alguna sobre la sinceridad de aquellas dos simples palabras. - Apoyó la cabeza en su aún dolorida mano.- Y él, que no se permitía a sí mismo ningún fallo, la besó... y se olvidó del resto.

A la mañana siguiente era demasiado tarde para arrepentirse. Era una mujer sana, cuyo mayor vicio eran los dulces, y que elegía muy bien a sus compañeros de alcoba. No tendría por qué pasar nada. Jamás cruzó por su mente que, como resultado, pudieran tener un hijo. Su hijo. Si era suyo, ¿por qué diablos no se lo había comunicado? ¿Acaso creía que por haberlo dejado se desentendería de todo?

De pronto vino a su memoria la imagen de Carla abrazada a su cuello aquel fatídico lunes: “tenemos que hablar de algo muy importante”. Tras lo sucedido, no había dado consideración alguna a esas palabras. Y, después, al despedirse de él ante la puerta de Bulevar, había enfatizado un “todo lo que te pierdes”. Si había algo primordial en la vida de Carla, era su hijo. Para ella no había nada más importante que un hijo.

¡Maldición! ¡Ella lo sabía! Sabía que estaba embarazada, que esperaba un hijo suyo, y se fue sin decírselo. Si se lo hubiera revelado aquel último fin de semana, él jamás habría... La ira se apoderó de él. Nada le daba derecho a ocultárselo, a negarle algo que también era de él, a privarle de su hijo.

domingo, 12 de octubre de 2008

35. Debilidad

Furioso, echó a Richard de su despacho. No permitía que nadie, y menos un afeminado, por muy conocido de toda la vida que fuera, pusiera en tela de juicio su actividad sexual. Todo por negarse a contratar a la modelucho que él había seleccionado. Le indicó que acudiera a las agendas de Gonzalo y Alvarito. Seguro que allí le sobraban candidatas donde elegir. Fue entonces cuando él, evidentemente molesto, comparó sus gustos en mujeres. ¿Quién diablos se creía? ¿Pensaba que aquel par de ineptos sin dos dedos de frente eran mejores que él por intentar tirarse a cuanta minifalda se cruzara en su camino? Él sabía mantener ese tipo de asuntos en un plano aparte. Además, prefería las arquitectas, economistas, abogadas. Las mujeres con cerebro, aunque sólo fuera para pasar un buen rato.

Lo que le sacaba fuera de sí era que no le faltaba razón. Había pasado de una vida sexual plena a una... desastrosa. Hasta la fecha, los jadeos y gemidos de sus compañeras de alcoba le habían proporcionado el placer de las cosas bien hechas. Ahora llegaban a irritarle... porque no eran los suyos. Le gustaba escuchar los de ella, le estimulaban, le excitaban. La presión de unos dedos sobre sus hombros, antaño otro motivo de satisfacción, apenas soportable sabiéndolos distintos a los suyos. Los roces de ellas... prácticamente insufribles al cerrar los ojos y recordarla recorriendo su cuerpo. Sus manos, su boca. Inevitable la comparación entre los intercambios habituales y lo que había saboreado a su lado.

Pero, para su absoluta sorpresa, lo que añoraba eran los momentos de callada intimidad, a los que nunca concedió importancia. Los ratos en el sofá cuando ella, tras acostar al niño, y ganar por unos días su particular batalla contra la gomina, jugaba con su pelo. Cuando, envuelta en sus brazos, le miraba con aquellos ojos que hablaban sin necesidad de palabras. O el calor de su piel desnuda al dormir. Instantes de debilidad en los se planteaba si olvidarla no sería la opción equivocada e ir a buscarla la correcta. A diferencia de él, no era orgullosa, pero sí tenía amor propio. Estaba seguro de que le daría con la puerta en las narices. Él no era ningún pusilánime que se dejara doblegar por un sentimiento, cuanto menos para gimotear frente a su cancela.

34. De mal en peor

Había olvidado el móvil encima de su mesa, tuvo que regresar a por él. La oficina estaba desierta, a excepción de la luz en el despacho de Diego. No le extrañó. ¿Descansaría alguna vez?

Con el teléfono por fin en su bolso, descendió en el ascensor. Al abrirse encontró una estampa que no hubiera imaginado: su hermano, maletín en mano, delante del cartel del reportaje que Carla había realizado meses atrás. La expresión de su rostro dejaba claro que el sufrimiento había comenzado. Pulsó el botón para mantener las puertas abiertas. No quería perdérselo ni que él detectara su presencia. Le vio salir. ¿Se repetiría aquel mudo saludo cada noche?

Cuando llegó a la mañana siguiente la foto de Carla había desaparecido de la entrada. Se instaló en su cómodo sillón, delante de un aromático capuchino, antes de enfrentarse a la pila de informes que había en su escritorio, y a los que Diego ya habría anexado sus propios comentarios. Debía reconocer su incansable labor como director. Alvarito tenía percha, pero, al comparar las gestiones de ambos, no había color. La situación de Bulevar había mejorado de forma considerable. La de la revista, no la de su hermano. Trabajo, sólo trabajo. Trabajo para cerrar los ojos a lo que era cada vez más evidente: la echaba de menos.

Se disponía a darle un sorbo a la taza cuando Caye llamó con los nudillos.
- ¡Buenos días! ¿Puedo pasar?
- Adelante. ¿Te pido un café?
- No, gracias. Ya he desayunado. Quería hablar contigo.
- Tú dirás.
- Sobre Diego. - Mientras se sentaba en una de las sillas.
- ¿Qué ha hecho ahora?
- ¿Tienes idea de qué le ocurre?
- ¡Qué cosas tienes! ¡Qué le va a pasar! ¡Qué es Diego! ¿Te parece poco?
- Últimamente no es el mismo. Se pasa la vida metido en el despacho. Desayuna allí, come allí. A veces pienso que hasta duerme.
Por lo visto no era la única en haberse dado cuenta del cambio de su hermano.
- Sabes que jamás se ha distinguido por relacionarse con los que él considera... seres inferiores.
- Sí, pero ahora vengo de calmar a Richard tras la trifulca que han tenido esta mañana.
- ¿Con Richard?
- A Richard no le ha hecho gracia que Diego ordenara descolgar la portada de la edición de marzo.
La de Carla.
- Estaba orgulloso de ella. – Continuó Cayetana. – Le ha reprochado que quitara esa y mantuviera la de “Las Feas”. Así que, nuestro hermano, ha mandado retirar ambas.
- ¡Vaya! ¿Le ha dado por finiquitar algo más? Cuando empieza no para.
- Las modelos.
- ¡Cómo! Creía que lo suyo era disparar a los ciervos.
- No te burles. Richard ha montado en cólera cuando Diego se ha negado a contratar a la modelo que había elegido.
- ¿El motivo?
- No era de su agrado. Le ha dicho que escogiera cualquier otra.
- ¡Caramba! ¡Nos ha salido otro Alvarito! Imponiendo sus gustos en mujeres.
- Richard le ha replicado que Alba Pereira era una de las mejores. Casi llegan a las manos cuando Diego le ha respondido que modelos de medio pelo sobraban a patadas.
- No te preocupes. No creo que la cosa sea para tanto.
- Eso es porque no has tenido que aplacar a Richard.
- Tenemos presupuesto. Podemos darle libertad a la hora de seleccionar otra. Eso lo apaciguará un poco.

Alba Pereira seguía el prototipo de las musas de Richard: morena, hermosa, con una elegancia innata. Una mujer del estilo de Cayetana... y de Carla. La cosa estaba peor de lo que pensaba. No sólo no quería verla a ella, tampoco a ninguna que se la recordara.

domingo, 5 de octubre de 2008

33. Fantasmas

Cerró la puerta tras de sí. Atrás quedaba la ruidosa ciudad. Dentro, sólo le esperaba silencio... y soledad. Una soledad con la que siempre había convivido, pero que en los últimos tiempos se le hacía insoportable. Al dejar el llavero sobre el posallaves, el espejo del recibidor de diseño le devolvió, por un instante, la imagen de ambos besándose. Era un espejismo. Al mirar de nuevo, el reflejo sólo le mostró su rostro agriado y el traje negro que lo acompañaba. No debería haberla traído aquel sábado.

Necesitaba una copa. Se dirigió hacia el mueble bar del salón. Allí estaba a salvo de visiones. Se sentó en el sofá tras probar la bebida. El encuentro con Anna había reavivado recuerdos que le asaltaban a todas horas. No podía imaginar que la echaría tanto de menos. Se decía a sí mismo que era normal tras más de dos meses con ella, cuya cama podía considerarse un placer... dulce y salado, suave e intenso. No era fácil encontrar una mujer así. Anna era lo más parecido, o eso creía hasta el momento. Después de la cita con su abogada favorita pensó en alguien puramente interesado, como Nicky: llegar, acostarse y marcharse. Sin lugar para conversación o para algo personal... como besos. Antes le complacía... Ahora le había dejado un gusto amargo que el fuerte licor no era capaz de borrar.

En su dormitorio le asaltó otra imagen de aquella noche: el vestido de Carla resbalando por su cuerpo hasta el suelo, su mirada al abrir los ojos. Aquel par de negros verdugos que, junto al sabor de sus besos, le acosaban. La bruja se hacía difícil de olvidar.

Apagó la luz. Debía descansar. Tenía la agenda repleta para el día siguiente, desbordada. Sandra se burlaba constantemente: “¿Pretendes despedir a toda la plantilla y llevar la empresa tú solo?”. Trabajar le ayudaba a no pensar. Cerró los ojos. Los abrió horas más tarde para encontrar... su espalda desnuda, su melena sobre la almohada. Extendió el brazo para alcanzar su hombro, pero su mano sólo halló aire justo en el momento en el que sonó el despertador. ¡Maldito trasto! Había pasado media noche dando vueltas y sonaba cuando al fin había conseguido dormir. Se levantó. Le esperaba una dura jornada. Se afeitaría, tomaría la acostumbrada ducha rápida y saldría hacia Bulevar.

Sintió el chorro fresco en el que se preveía otro asfixiante día de calor. Dejó correr el agua sobre él deseando que pudiera llevarse consigo aquella desazón que no le abandonaba. ¡Qué diferente de aquellas otras duchas en su compañía! Cerró el grifo y se secó de forma mecánica. Gomina en mano se miró en el espejo. Entornó los ojos para escuchar el eco de un “me impide pasar los dedos entre tus rizos”. Su pelo rizado era el culpable de que utilizara gomina. El suyo era liso y sedoso.
Traje negro, corbata oscura. Todo sin cambio. Una de sus sobrias camisas. Las ocasiones en las que ella se las ponía... Aquel día la rutina de aseo le estaba resultando una ardua tarea. Por algún motivo que no llegaba a entender, la tenía presente de forma constante. Su colonia. Contempló el frasco, uno nuevo, el anterior lo había olvidado en Londres. Renegaba de la gomina, de sus trajes, de sus corbatas... Excepto de su fragancia, ésta le gustaba. Recordó el último fin de semana solos, en Praga. Vestidos para bajar a desayunar se acercó a él, rozó su cuello con la nariz y le susurró “¡qué bien hueles!” de tal forma... Tuvo que llevarla de nuevo a la cama, entre risas y protestas: “¿Es que nunca tiene usted suficiente, Señor de la Vega? Voy a empezar a pensar que me utiliza para el sexo.”

Sexo. Él jamás había sido dado a los excesos de Alvarito. Para él siempre había sido un mero entretenimiento, en ningún caso una obsesión. Sexo fue lo que tuvo la noche pasada. Le dejó vacío y con una sensación de hastío profundo. En cambio, con ella, le llenaba... pero nunca le bastaba. Quizás... porque nunca fue simple sexo. La razón por la cual echaba en falta a su bruja a todas horas era... que la quería. La quería, y la había echado de su lado haciéndole creer que para él no había sido... sino sexo. Entre otras lindezas, la había llamado “capricho”. ¿Qué iba a decirle esta vez? ¿Que después de todo había admitido lo que sentía? No había vuelta atrás, jamás le admitiría de nuevo, se lo había dejado bien claro.

Apretó con fuerza su carísima “eau de cologne” y reprimió los deseos de llorar. Sólo le restaba seguir adelante... y olvidarla.

32. El sabor de otros labios

- ¿Piensas cargar a la empresa las horas extras?
Levantó la vista de la pantalla. Era su hermana. Sandra no paraba de azuzarle. Parecía regodearse en ello.
- ¿No sabes llamar a la puerta?
- Lo he hecho. Sólo que debías de estar demasiado ensimismado en tu tarea para oírlo.
- Alguien ha de trabajar en esta empresa de ineptos.
- Y tú has decidido hacerlo por todos.
- ¡Déjame en paz!
- A veces me pregunto que tomas para desayunar, Diego, que te agría para todo el día. Sospecho que has sustituido por limón el zumo de naranja que beben los demás mortales.
- No tengo tiempo para aguantar tus sandeces.
- Pues deberías tomártelo y relacionarte con el resto del género humano. Tal vez te sorprendería. - Salió del despacho cerrando la puerta tras de sí.

Consideró las palabras de su hermana. De su apartamento a la oficina y de vuelta a casa. Con la excepción de las cacerías los fines de semana. Los únicos compañeros que había admitido en los últimos tiempos habían sido el portátil y la escopeta. ¿Cuánto hacía que no salía y acababa la velada con una hermosa mujer? Desde... ¿Por qué demonios no había habido ninguna otra? ¿Acaso era él hombre de guardar estúpidas ausencias? Su hermana estaba en lo cierto: era hora de disfrutar un poco. Pero no le apetecía cualquier compañía, quería una mujer de verdad... ¡Anna!

Vio el nombre en su móvil: Diego de la Vega. Tras varios meses sin saber de él, tenía la desfachatez de llamarla. Tentada estuvo de no cogerlo, pero, con él, la diversión, sin complicaciones, estaba garantizada.
- ¡Cuánto tiempo, Diego! ¿A qué se debe tu llamada? ¿Necesitas asesoría legal? - Era una broma, dudaba mucho que precisara los servicios de una abogada matrimonial.
- No.
- Lo imaginaba. ¿Y bien?
- Invitarte a cenar.
- Sabes que soy una mujer con una agenda muy apretada.
- Eso es precisamente lo que me gusta.
- ¿Un halago?
- Lo pretendía.
- Tal vez intente buscar un hueco, aunque no garantizo que lo encuentre.


Entró con Anna en la habitación. Había escogido un hotel en la otra punta de la ciudad, uno en el que nunca había estado. Ella no pudo menos que bromear sobre su elección:
- ¿No podrías haber reservado en uno más remoto? Cualquiera diría que intentas evitar que tu esposa te pille in fraganti.
Aquellas palabras trajeron a su mente... olvidadas ironías. La contempló. Atractiva, inteligente, ingeniosa... Siempre fue un placer pasar un rato juntos. Se acercó a ella y cedió a la tentación de soltarle el pelo. Cerró los ojos. Deslizó los dedos entre su melena castaña... mientras los imaginaba entre oscuros cabellos.
A ella le extrañó el gesto. ¿Desde cuándo era dado a ese tipo de delicadezas?
Volvió a mirarla. Tenía unos bonitos ojos color miel, sin embargo, añoró perderse en otros… negros como la noche. No quería pensar. La besó. Al hacerlo, evocó... el sabor de otros labios.
Una vez en la vera de la cama empezó a desvestirla con suavidad. Ella correspondió haciendo lo propio con su chaqueta, su corbata, su camisa... Pero él... echó en falta un lejano mar de besos y caricias. Tumbados, la abrazó. No pudo evitar recordar… el calor de otros brazos, el aroma de otra piel.

Se vistió sin prisa. Anna le observó pensativa. ¿Qué diantres había pasado? ¡Diego besando! Diego no era partidario de besos. Los besos eran personales y él dejaba muy claro que aquello era algo impersonal. Para no gustarle, tenía que reconocer que besaba bien, realmente bien. No era el único detalle que la había descolocado. Hasta el momento cada uno se había quitado su ropa, que quedaba pulcramente colocada en sendas sillas. Si bien, era lo suficientemente galante para ayudarla con alguna cremallera. Ahora se habían desnudado el uno al otro y las prendas se hallaban amontonadas en el suelo.
Diego procuraba que su eventual pareja de alcoba gozara con él. Intuía que el motivo no era otro que ser el mejor en todo, lecho incluido, no su compañera en cuestión. En esta ocasión la había mimado como jamás hiciera en encuentros anteriores. Había puesto especial ahínco en que ella disfrutara. Aunque lo que más la desconcertó fue su mirada perdida. Solía saltar de la cama, nada más acabar, con cara de satisfacción. Esta noche permaneció sentado al borde unos instantes, con aire de tristeza. A diferencia de ella, el revolcón no le había complacido en absoluto. Sólo se le ocurría una explicación: una mujer. Una con quien el sexo habría sido... muy personal, y a la que era evidente que echaba de menos. Debería enfadarse, tal vez, incluso sentirse utilizada. Pero, el que alguien pudiera encontrar un hueco en el inexistente corazón de Diego, le pareció inverosímil y lo que provocó fue... su curiosidad. Sólo le preguntó:
- ¿La conozco?
Diego, sin querer entender la pregunta, no contestó.

miércoles, 1 de octubre de 2008

31. Náuseas

Se refrescó con agua. Levantó la vista. El espejo le devolvió, a juzgar por su palidez, la imagen de un fantasma. Cada mañana se veía obligada a recurrir a los “polvos mágicos” para poner algo de color en su rostro. ¡Aquellas náuseas! No cesaba de vomitar. No lograba retener nada de lo poco que comía. De seguir así, tendría que consultar a su médico.

Con tanta ida y venida, la plantilla en pleno se daría cuenta del embarazo de la directora de contenidos. “No Men Allowed”, así era como los graciosos se referían a ella por el número de proposiciones que había declinado desde su separación. Alguno incluso se había atrevido a sugerir que la infidelidad de su marido podría haberse debido a su, tal vez, poca disposición en la cama. Los “supuestos” caballeros británicos podían ser tan crueles como el resto si no conseguían sus propósitos. Los había rechazado a todos. Cerró los ojos e intentó contener la lágrima que pugnaba por asomar. A todos, salvo a él.

Oyó el ruido de la puerta al abrirse. No le convenía que nadie la viera con aquel aspecto. Respiró tranquila. Era Joanna, que entró visiblemente preocupada.
- ¡Dios Santo, Carla! ¿Me puedes explicar qué te pasa? Cada día pareces más demacrada. Por la oficina corre el rumor de que padeces un trastorno alimentario.
Intentó sonreír, pero su cara sólo reflejó una mueca. La gente, ante su pérdida de peso y las visitas al baño, había deducido que sufría bulimia.
- No, Joanna. Debemos hablar, pero no aquí. Vamos a mi despacho. – Ya no lo sería por mucho tiempo, en unos días lo dejaría libre. Acababa de presentar su dimisión. Había alcanzado un principio de acuerdo con George y le urgía abandonar la ciudad antes de que su estado se hiciera evidente.

Le señaló una silla mientras ella misma se sentaba en otra.
- ¿Vas a contarme por fin lo que te sucede?
- Estoy embarazada.
- ¡Cómo! – Aquello no se lo esperaba. - ¿Y el padre?
- Lo dejamos sin que pudiera decírselo.
- ¿No lo sabe?
- No. Y no debe saberlo. Te ruego la máxima discreción a ese respecto. Nadie debe enterarse.
- ¿En estos tiempos?
- Créeme, es lo mejor. -Tomó aire para continuar. - Dejo la revista.
- ¡No lo estás diciendo en serio!
- Sí. Me traslado fuera de Londres. Prefiero que tampoco se conozca a dónde.
- Empiezas a asustarme. ¿Con quién salías? ¿Con un capo de la Cosa Nostra?
Un nuevo gesto, intento de sonrisa, hizo aparición en su semblante.
- No. – Sólo con un alguien al no que no había querido ver como era en realidad.
- ¿Lo has pensado bien?
- He meditado sobre ello. No es una decisión tomada a la ligera. Más, cuando atañe a mis hijos. – A los dos. No había sido fácil encontrar un lugar que reuniera los requisitos. Deseaba irse de Gran Bretaña, no obstante, el sitio elegido debía estar relativamente cerca y bien comunicado con Londres, para que Joel pudiera ver a su padre los fines de semana acordados. Debía contar con un colegio internacional para que Joel pudiera continuar su educación en inglés, con un buen hospital para el nacimiento del pequeño...
- No es necesario que te diga que puedes contar conmigo, ¿verdad?
- No, Joanna. - Movió levemente la cabeza de un lado a otro. - Lo sé. Discúlpame por no haber mantenido antes esta conversación. Tenía que resolver algunos detalles y, sobretodo, no quería hablar sobre ello.

La contempló. Ahora comprendía el cambio desde la mañana que entró en este mismo despacho y ella ofrecía un aspecto triste. De todas formas, su actitud le parecía un tanto novelera y nada propia de ella. ¿Qué le habría hecho aquel hombre para que actuara así? Conociéndola, se quedaría con la incógnita.