jueves, 15 de mayo de 2008

27. En vela

Sola en su habitación se dejó caer sobre la silla. Contempló con tristeza su cama, la misma que, tan sólo unas horas atrás, había compartido con él. Si cerraba los ojos creía sentir aún sus besos, sus caricias, su piel... Había cambiado las sábanas. Olían a él. Aquel aroma, que en ocasiones anteriores la había acompañado tras su marcha, ahora la hubiera vuelto loca. No obstante, nada pudo evitar que, antes de meterlas en el cesto de la ropa, se abrazara a ellas como quien estrecha un preciado tesoro del cual debe desprenderse. Posó de nuevo su mirada en el lecho. No era más que un mueble, una suma de armazón, somier, colchón... Sin embargo, algo le impedía acostarse... Simplemente, no podía.

Él jamás había hablado de sentimientos. Sólo mencionó una vez, aquel sábado que se presentó por sorpresa ante su puerta, un “tal vez me importes tú”. Ansiosa por creerle, ni siquiera prestó atención al “tal vez”, que era lo más significativo de la frase. Fue cuanto él le dijo y le bastó. No necesitó más porque... él parecía demostrar más con actos que con palabras. El señor de la Vega trataba de forma excepcional a sus caprichos. Un caballero... hasta que los despachaba sin el menor miramiento.
En los últimos fines de semana hubiera asegurado que él la quería. ¡Ilusa! Lo supuso el fin de semana que proyectaban visitar Praga. Joel enfermó y ella le telefoneó para cancelar el viaje. Diego, que el domingo anterior había partido negándose a volver otra semana seguida, voló de nuevo a Londres sin pensárselo dos veces. En ese momento comprendió lo que significaba para él, aunque, a la vista de los acontecimientos, erró por completo en su deducción. Dolía recordar.

Diego estaba en su despacho cuando recibió su llamada.
- Lo siento, Diego. Tendremos que suspender el fin de semana. Joel ha pasado la noche con fiebre muy alta. Voy a quedarme con él.
No le habría agradado oír aquello, pero sabía que su hijo era lo más importante. No le iba a servir de nada poner objeciones a su decisión. Sólo contestó:
- Entonces, te veo en Londres.
Ella le había aclarado:
- No voy a abandonar a mi hijo enfermo con otra persona para irme contigo.
- Contaba con ello.- La conocía.
- Será mejor dejarlo para el próximo fin de semana. Podemos ir a Praga, como habíamos planeado, o a cualquier otro sitio.
Diego no cambiaba de opinión con facilidad:
- No.
Permaneció pensativa un breve instante. Durante la comida en su casa no pareció molestarle la presencia de Joel. Incluso estuvo de buen humor. Y si... Deseaba verlo.
- Si quieres, puedes quedarte en mi casa. Aunque me temo que me espera otra noche en vela.
Diego caviló. Prefería la independencia del hotel, sólo que, en esta ocasión, implicaba un riesgo que no estaba dispuesto a correr.
- En tu casa. Reservaré vuelo. Te comunico a qué hora llego.

No se planteó siquiera el no encontrarse ese fin de semana. Le había dado igual su advertencia de no desatender a su hijo por él. Había sido firme, quería estar con ella.

Pero lo que consideró el verdadero indicio de lo que él sentía fue, sin duda, el ejercer de canguro involuntario para que ella descansara. Joel no mejoró el viernes y ella apenas pisó la cama. Diego durmió solo. El sábado por la mañana su pequeño empezó a recuperarse, comió bien y, agotado después de las dos noches febriles, cayó rendido a la hora de la siesta. Se sentaron en el sofá tras el café y ella se quedó dormida sin darse cuenta. Despertó sobresaltada, tapada con una manta que él había encontrado en el dormitorio. ¿Qué hora sería? ¿Cómo se encontraría su hijo? ¿Estaría despierto? Se dirigió preocupada a su habitación, para hallarlos a los dos en un intento de elaborar figuras de papel. Puede que a Diego se le diera bien la papiroflexia, pero era obvio que los niños no. La miró sumamente aliviado al aparecer ella por la puerta. Joel había colmado su paciencia.

Este fin de semana también lo había pasado en casa. Después de que Joel preguntara por él, no había razón para que no lo hiciera. Había compartido gustosa su casa, la vida de su pequeña familia... Ahora, que todo había acabado, compartirían lo más importante: un hijo.
Lo descubrió el martes por la mañana. Era regular como la luna llena. Tras un retraso de 8 días, no le quedó más remedio que admitir la posibilidad y hacerse la prueba. El resultado fue “positivo”: estaba embarazada. Si bien no había sido buscado, sí era bienvenido. Era hija única, no quería que Joel estuviera solo, como ella. Deseaba un hermano para él, pero la separación de su marido no lo había hecho posible.
No era una noticia para comunicar por teléfono, sino en persona. Pretendía habérselo dicho ese fin de semana. Aunque eran tantas las cosas de las que tenían que hablar... Mucho se temía que a él le iba a costar asimilarlo y, con Joel en casa, pensó que era mejor posponerlo para el siguiente, en el que estarían solos.
Había algo más que quería contarle. A principios de año se planteó el trasladarse a Madrid, pero George no cesó de poner impedimentos. Cuando reconoció lo que sentía la idea había retomado fuerza, y el embarazo había sido determinante para decidirse. George seguiría en su empeño de obstaculizar, pero al final tendría que aceptarlo. Se mudaría a Madrid antes del comienzo del curso escolar. Una vez allí, le daría tiempo a Diego antes de proponerle que vivieran juntos. Sería muy duro para él pasar de ser independiente a convivir con otra persona, un bebé y un niño que no era suyo.

¿Qué había hecho tan mal en su vida para que sus errores recayeran sobre sus hijos? Joel veía a su padre unos pocos días al mes. Y, lo peor, lo más doloroso, aquella diminuta criatura que crecía en su interior jamás conocería al suyo. Se llevó una mano al vientre de forma inconsciente. ¿Qué iba a explicarle a su pequeño? ¿Que su padre desconocía su existencia? No tenía derecho a ello. Sin embargo, en su cabeza aun resonaban las palabras “capricho”, “estorbo”. ¿Calificaría a su hijo de igual manera? ¿Sería un tropiezo en su vida del cual tal vez quisiera deshacerse? ¿Qué podía esperar de un hombre al que no le importaba pasar por encima de su propia hermana, cuantas veces fuese necesario, para conseguir sus propósitos? ¿Cómo podía haber estado tan ciega para amar a alguien así?¿Qué tipo de venda se había puesto en los ojos esta vez?

26. De sorpresa en sorpresa

Cuando llegó de nuevo ante el despacho de Sandra dirigió la mirada hacia dentro. Su amiga parecía enfadada a la par que preocupada. Tomó aire antes de llamar a la puerta de cristal. Sandra levantó la vista. Pareció sorprendida al verla allí. No había advertido su presencia fuera del despacho durante la pelea con Diego. Entró y la abrazó.
- ¿Cuándo has llegado? - Apreciaba a su amiga, pero el tono de la pregunta delataba que no era el mejor momento para una visita.
- Hace rato. Venía a verte y lo he presenciado todo.
Suspiró.
- Supongo que hay imágenes que valen más que mil palabras. Mi hermano sigue siendo el mismo de siempre. No desaprovecha una oportunidad para salirse con la suya.
Carla, con tristeza:
- Sandra, jamás me he metido en la vida de nadie, a excepción del asunto de Álvaro, pero... ¿qué quería Diego de ti?
- ¡Qué pregunta! ¡Qué va a querer! Lo de siempre: el mando, las riendas, el poder.
- No te lo pregunto por curiosidad, necesito saberlo.
Se fijó en ella. Había cierta ansiedad en sus palabras.
- Nadie se enterará por mí de nada de lo que me cuentes.
Eso era cierto. Discreta, amiga de sus amigos. No era algo que conviniera airear, pero en ella se podía confiar.
Carla escuchó en silencio, con la mirada perdida, lo que Sandra le relató de su disputa con Diego.
- Estoy segura de que su mano anda por medio. Nunca ha asimilado no ser él el director. No es la primera vez que recurre a alguna treta para conseguirlo.
Carla negó con la cabeza.
- Me temo que disiento. Más bien diría que acaba de averiguarlo y ha acudido a sacar provecho de ello. – El Diego que había dejado tras la comida poco tenía en común con el que encontró en Bulevar. Suponía que se habría puesto al corriente de la situación en algún punto intermedio.

No entendió porqué Carla, que acababa de llegar de Londres, y desconocía el tema, parecía tan segura al decir que no estaba de acuerdo en que Diego tuviera algo que ver con el asunto. Ella comprendió su duda.
- He comido con él y creo que no estaba al tanto de lo que me has comentado.
La contempló atónita. ¡Carla comiendo con su hermano! La última vez que se vieron en Bulevar parecían dos contrincantes midiendo sus fuerzas.
- De hecho, he venido esta mañana de Londres... con él.
Sandra estaba estupefacta. Sospechaba lo que eso significaba.
Carla aclaró:
- Después de lo que le acabo de oír... y poniéndome en plan melodramático... podríamos decir que en los últimos meses hemos dado rienda suelta, él a sus bajas pasiones... y yo... a mi amor... por media Europa.
¡Dios santo! ¡Estos dos juntos! Pero, ¿cómo? Ahora comprendía que Carla necesitara conocer el motivo de la discusión. Intuía que ella habría reprendido a su hermano por su comportamiento y éste, fuera de sí, le habría soltado alguna barbaridad. Daría así por finalizada una relación que no entendía que pudiera haber empezado siquiera. Decididamente eran demasiadas cosas para una sola tarde. Se dirigió a Carla, que parecía cabizbaja en su silla:
- Creo que hoy necesitamos esa copa más que la última vez.
Ella levantó la vista y le dijo con amargura:
- En esta ocasión sería capaz de tomármela, sólo que, no puedo.
Cerró los ojos esperando no oír...
- Vas a convertirte en tía.
Lo que acababa de escuchar.
Carla prosiguió:
- Diego no lo sabe.
- Te has vuelto loca. - No era una pregunta, sino una afirmación. Lo dijo con pesar. No había otra explicación para que la Carla que ella conocía de toda la vida, la sensata, la que tenía los pies en el suelo, y la mujer que tenía delante fueran la misma persona.
- No me mires así, Sandra. Sólo olvidamos las precauciones una noche... y podría echársele la culpa al vino.

Recordaba aquella noche. Copenhague, la cena en el Tívoli, la mesa con vistas al lago, el parque iluminado... Diego, encantador como sólo él podía serlo cuando quería, insistió en que probase el exquisito vino que había elegido. Su sonrisa al brindar “por las hermosas sirenas”... Ella respondió al brindis con un “por los tiburones”. El final de la velada en un café con música, los sorbos que tomó de aquel cóctel “apto para golosas”, como lo había denominado él con ironía.
Cuando llegaron a la habitación había intentado ponerse seria:
- Diego, creía que tenías claro que no te hacía falta emborracharme para llevarme a la cama.
Bromeaba, no estaba ebria, pero, a ella, que nunca bebía, un poco de alcohol le bastaba para achisparse.
Diego se había reído y había continuado la broma.
- ¡Hum! Podrías haberme avisado antes... y me hubiera evitado las molestias.
Le quitó el abrigo con galantería, apartó su melena con una caricia y la besó en el cuello.
Era capaz de hacer que una mujer se sintiera querida... sin serlo.

lunes, 12 de mayo de 2008

25. Tu capricho

Olarte se acercó. Por su expresión podía adivinar que había presenciado toda o parte de la escena. Se encendió de forma instantánea. ¿Cómo se le habría ocurrido besarla a la vista de todos?

- ¡Caramba, Diego! Cuando esta mañana me dijiste que estabas muy ocupado - con sorna - no esperaba este tipo de ocupación.
- Mis asuntos personales no son de tu incumbencia, Olarte.
- Si a mí me parece estupendo. Sólo que, después de pasarte la vida criticando a Álvaro, no te hacía con una modelo. - Había reconocido a Carla.
- ¡Ni se te ocurra compararla a ella con una de las conquistas de Alvarito! – con enojo - ¿Me oyes bien? - Ella no tenía nada en común con aquellas muñecas insulsas que habían rondado siempre al niño bonito de Álvaro.
- No te enfades. Hay que reconocer que sigue siendo un bellezón y, en cualquier caso, ya era hora de que se te conociera una novia.
- Creo que estás confundiendo los términos. – Jamás había pensado en ella como su novia, era... su amante, la mejor que había tenido, pero no una novia.
- Lo que he visto no deja lugar a muchas dudas. Además, tendríais unos niños muy guapos.
- ¡Quieres dejar de decir tonterías! No estoy dispuesto a discutir mi vida privada con nadie, y menos contigo. – Empezaba a ponerse furioso, quería cambiar de tema. - ¿Para qué me has llamado?
- Relájate. Lo que tengo que contarte te va a interesar.

Tras irse Olarte sintió como crecía su ira. Cuando empezó a verse con ella decidió que jamás se interpondría en sus intereses. Parece que no lo había cumplido. Olarte le llamó el viernes por la tarde, pero él, a punto de salir hacia el aeropuerto, ni siquiera cogió la llamada. Carla le esperaba en Londres, no tenía tiempo, ni ganas, para escuchar las necedades de Olarte. Sin embargo, esta vez no eran estupideces, sino noticias interesantes, lo que tenía que comunicarle. Podría haber tenido esa jugosa información desde el viernes. No podía permitir que algo así volviera a suceder. En cualquier caso, lo primero era lo primero: comprobar lo que le había dicho Olarte y, sobretodo, actuar de inmediato al respecto.


Lo último que tenía en mente antes de coger el avión de vuelta era hacer una visita a Sandra en Bulevar. No pensaba contarle nada de lo suyo con Diego. Intuía que él no quería que fuera vox populis. Además, Diego no se llevaba demasiado bien con su hermana, por decirlo de alguna manera. No le agradaba tener que ocultárselo a su amiga, pero ya habría tiempo.

Cuando llegó delante del despacho de Sandra se encontró con una estampa que no esperaba: Diego y Sandra discutiendo acaloradamente. Daba la sensación de que Diego la estaba presionando, aunque ella no parecía dejarse achicar. Carla se quedó delante de las cristaleras del despacho, inmóvil.

Diego, dando la discusión por concluida, se dio media vuelta y la vio afuera. ¿Qué hacía allí? Debería estar camino a Barajas, no allí. Salió furioso, agarrándola de un brazo, la increpó:
- ¿Qué diablos haces aquí?
Prácticamente la arrastró hacia la salida. Estaba demasiado confundida para poder responder, se limitó a mirarle atónita. Una vez afuera reaccionó:
- Diego, ¡por dios! ¡Es tu hermana! ¿Hay algo tan importante como para enfrentarte con ella de esa manera?- Ella no tenía hermanos, no entendía cómo él podía menospreciar y vapulear a las suyas.
Después de lo acaecido con Olarte, el que Carla se inmiscuyera en "sus intereses", hizo que Diego terminara de montar en cólera y que la descargara sobre ella:
- Nena, tu condición de lío de fin de semana no te da derecho a entrometerte en algo que no te incumbe.
¿Había oído bien?
- ¿Qué?
- No pensarías que podía tener algo serio con una ex modelo, - señaló el traje que llevaba - por mucho disfraz de ejecutiva que te pongas.

Sintió una punzada. La misma que al enterarse de las infidelidades de George, sólo que ésta... dolía aún más. Le miró y le respondió con toda la dignidad de la que fue capaz:
- No, supongo que eso sería... rebajar al señor.
- Me alegro de que lo entiendas. He de reconocer que has resultado ser un capricho - con una de sus sonrisas - muy agradable. Aunque, sinceramente, estás empezando a convertirte en un estorbo.

Necesitaba algo en lo que apoyarse, pero no tenía nada. Cerró los ojos un instante. No iba a demostrar la más mínima flaqueza ante él. Respiró para recuperar las fuerzas que sentía que le faltaban. Las palabras brotaron de su boca con rotundidad:
- Entonces, sólo me resta decirte: adiós, Diego. Y, esta vez, para siempre.
Se dirigió a la entrada de la revista. Tras apenas un par de metros, se dio la vuelta hacia él para añadir:
- Espero que el dinero y el poder que tanto ansías te compensen por todo lo que te pierdes. Ahora, si me disculpas, voy a hablar con Sandra. Después de la escena que he presenciado, puede que me necesite.
Entró con paso firme. De algo habían de servirle los años de modelo que él tanto despreciaba.

Esta vez, en lugar de una sonrisa mientras ella desaparecía de su vista, la cara de Diego mostraba una expresión de aflicción. ¿Por qué había sido tan cruel con ella? No se lo merecía. Podrían haberlo dejado de una manera civilizada, no así. Era una mujer admirable. Otra le hubiera montado algún numerito. Ella se había limitado a contestarle con una entereza que ya quisieran otros para sí. Meneó la cabeza. Iba a echarla de menos.