Sola en su habitación se dejó caer sobre la silla. Contempló con tristeza su cama, la misma que, tan sólo unas horas atrás, había compartido con él. Si cerraba los ojos creía sentir aún sus besos, sus caricias, su piel... Había cambiado las sábanas. Olían a él. Aquel aroma, que en ocasiones anteriores la había acompañado tras su marcha, ahora la hubiera vuelto loca. No obstante, nada pudo evitar que, antes de meterlas en el cesto de la ropa, se abrazara a ellas como quien estrecha un preciado tesoro del cual debe desprenderse. Posó de nuevo su mirada en el lecho. No era más que un mueble, una suma de armazón, somier, colchón... Sin embargo, algo le impedía acostarse... Simplemente, no podía.
Él jamás había hablado de sentimientos. Sólo mencionó una vez, aquel sábado que se presentó por sorpresa ante su puerta, un “tal vez me importes tú”. Ansiosa por creerle, ni siquiera prestó atención al “tal vez”, que era lo más significativo de la frase. Fue cuanto él le dijo y le bastó. No necesitó más porque... él parecía demostrar más con actos que con palabras. El señor de la Vega trataba de forma excepcional a sus caprichos. Un caballero... hasta que los despachaba sin el menor miramiento.
En los últimos fines de semana hubiera asegurado que él la quería. ¡Ilusa! Lo supuso el fin de semana que proyectaban visitar Praga. Joel enfermó y ella le telefoneó para cancelar el viaje. Diego, que el domingo anterior había partido negándose a volver otra semana seguida, voló de nuevo a Londres sin pensárselo dos veces. En ese momento comprendió lo que significaba para él, aunque, a la vista de los acontecimientos, erró por completo en su deducción. Dolía recordar.
Diego estaba en su despacho cuando recibió su llamada.
- Lo siento, Diego. Tendremos que suspender el fin de semana. Joel ha pasado la noche con fiebre muy alta. Voy a quedarme con él.
No le habría agradado oír aquello, pero sabía que su hijo era lo más importante. No le iba a servir de nada poner objeciones a su decisión. Sólo contestó:
- Entonces, te veo en Londres.
Ella le había aclarado:
- No voy a abandonar a mi hijo enfermo con otra persona para irme contigo.
- Contaba con ello.- La conocía.
- Será mejor dejarlo para el próximo fin de semana. Podemos ir a Praga, como habíamos planeado, o a cualquier otro sitio.
Diego no cambiaba de opinión con facilidad:
- No.
Permaneció pensativa un breve instante. Durante la comida en su casa no pareció molestarle la presencia de Joel. Incluso estuvo de buen humor. Y si... Deseaba verlo.
- Si quieres, puedes quedarte en mi casa. Aunque me temo que me espera otra noche en vela.
Diego caviló. Prefería la independencia del hotel, sólo que, en esta ocasión, implicaba un riesgo que no estaba dispuesto a correr.
- En tu casa. Reservaré vuelo. Te comunico a qué hora llego.
No se planteó siquiera el no encontrarse ese fin de semana. Le había dado igual su advertencia de no desatender a su hijo por él. Había sido firme, quería estar con ella.
Pero lo que consideró el verdadero indicio de lo que él sentía fue, sin duda, el ejercer de canguro involuntario para que ella descansara. Joel no mejoró el viernes y ella apenas pisó la cama. Diego durmió solo. El sábado por la mañana su pequeño empezó a recuperarse, comió bien y, agotado después de las dos noches febriles, cayó rendido a la hora de la siesta. Se sentaron en el sofá tras el café y ella se quedó dormida sin darse cuenta. Despertó sobresaltada, tapada con una manta que él había encontrado en el dormitorio. ¿Qué hora sería? ¿Cómo se encontraría su hijo? ¿Estaría despierto? Se dirigió preocupada a su habitación, para hallarlos a los dos en un intento de elaborar figuras de papel. Puede que a Diego se le diera bien la papiroflexia, pero era obvio que los niños no. La miró sumamente aliviado al aparecer ella por la puerta. Joel había colmado su paciencia.
Este fin de semana también lo había pasado en casa. Después de que Joel preguntara por él, no había razón para que no lo hiciera. Había compartido gustosa su casa, la vida de su pequeña familia... Ahora, que todo había acabado, compartirían lo más importante: un hijo.
Lo descubrió el martes por la mañana. Era regular como la luna llena. Tras un retraso de 8 días, no le quedó más remedio que admitir la posibilidad y hacerse la prueba. El resultado fue “positivo”: estaba embarazada. Si bien no había sido buscado, sí era bienvenido. Era hija única, no quería que Joel estuviera solo, como ella. Deseaba un hermano para él, pero la separación de su marido no lo había hecho posible.
No era una noticia para comunicar por teléfono, sino en persona. Pretendía habérselo dicho ese fin de semana. Aunque eran tantas las cosas de las que tenían que hablar... Mucho se temía que a él le iba a costar asimilarlo y, con Joel en casa, pensó que era mejor posponerlo para el siguiente, en el que estarían solos.
Había algo más que quería contarle. A principios de año se planteó el trasladarse a Madrid, pero George no cesó de poner impedimentos. Cuando reconoció lo que sentía la idea había retomado fuerza, y el embarazo había sido determinante para decidirse. George seguiría en su empeño de obstaculizar, pero al final tendría que aceptarlo. Se mudaría a Madrid antes del comienzo del curso escolar. Una vez allí, le daría tiempo a Diego antes de proponerle que vivieran juntos. Sería muy duro para él pasar de ser independiente a convivir con otra persona, un bebé y un niño que no era suyo.
¿Qué había hecho tan mal en su vida para que sus errores recayeran sobre sus hijos? Joel veía a su padre unos pocos días al mes. Y, lo peor, lo más doloroso, aquella diminuta criatura que crecía en su interior jamás conocería al suyo. Se llevó una mano al vientre de forma inconsciente. ¿Qué iba a explicarle a su pequeño? ¿Que su padre desconocía su existencia? No tenía derecho a ello. Sin embargo, en su cabeza aun resonaban las palabras “capricho”, “estorbo”. ¿Calificaría a su hijo de igual manera? ¿Sería un tropiezo en su vida del cual tal vez quisiera deshacerse? ¿Qué podía esperar de un hombre al que no le importaba pasar por encima de su propia hermana, cuantas veces fuese necesario, para conseguir sus propósitos? ¿Cómo podía haber estado tan ciega para amar a alguien así?¿Qué tipo de venda se había puesto en los ojos esta vez?
Él jamás había hablado de sentimientos. Sólo mencionó una vez, aquel sábado que se presentó por sorpresa ante su puerta, un “tal vez me importes tú”. Ansiosa por creerle, ni siquiera prestó atención al “tal vez”, que era lo más significativo de la frase. Fue cuanto él le dijo y le bastó. No necesitó más porque... él parecía demostrar más con actos que con palabras. El señor de la Vega trataba de forma excepcional a sus caprichos. Un caballero... hasta que los despachaba sin el menor miramiento.
En los últimos fines de semana hubiera asegurado que él la quería. ¡Ilusa! Lo supuso el fin de semana que proyectaban visitar Praga. Joel enfermó y ella le telefoneó para cancelar el viaje. Diego, que el domingo anterior había partido negándose a volver otra semana seguida, voló de nuevo a Londres sin pensárselo dos veces. En ese momento comprendió lo que significaba para él, aunque, a la vista de los acontecimientos, erró por completo en su deducción. Dolía recordar.
Diego estaba en su despacho cuando recibió su llamada.
- Lo siento, Diego. Tendremos que suspender el fin de semana. Joel ha pasado la noche con fiebre muy alta. Voy a quedarme con él.
No le habría agradado oír aquello, pero sabía que su hijo era lo más importante. No le iba a servir de nada poner objeciones a su decisión. Sólo contestó:
- Entonces, te veo en Londres.
Ella le había aclarado:
- No voy a abandonar a mi hijo enfermo con otra persona para irme contigo.
- Contaba con ello.- La conocía.
- Será mejor dejarlo para el próximo fin de semana. Podemos ir a Praga, como habíamos planeado, o a cualquier otro sitio.
Diego no cambiaba de opinión con facilidad:
- No.
Permaneció pensativa un breve instante. Durante la comida en su casa no pareció molestarle la presencia de Joel. Incluso estuvo de buen humor. Y si... Deseaba verlo.
- Si quieres, puedes quedarte en mi casa. Aunque me temo que me espera otra noche en vela.
Diego caviló. Prefería la independencia del hotel, sólo que, en esta ocasión, implicaba un riesgo que no estaba dispuesto a correr.
- En tu casa. Reservaré vuelo. Te comunico a qué hora llego.
No se planteó siquiera el no encontrarse ese fin de semana. Le había dado igual su advertencia de no desatender a su hijo por él. Había sido firme, quería estar con ella.
Pero lo que consideró el verdadero indicio de lo que él sentía fue, sin duda, el ejercer de canguro involuntario para que ella descansara. Joel no mejoró el viernes y ella apenas pisó la cama. Diego durmió solo. El sábado por la mañana su pequeño empezó a recuperarse, comió bien y, agotado después de las dos noches febriles, cayó rendido a la hora de la siesta. Se sentaron en el sofá tras el café y ella se quedó dormida sin darse cuenta. Despertó sobresaltada, tapada con una manta que él había encontrado en el dormitorio. ¿Qué hora sería? ¿Cómo se encontraría su hijo? ¿Estaría despierto? Se dirigió preocupada a su habitación, para hallarlos a los dos en un intento de elaborar figuras de papel. Puede que a Diego se le diera bien la papiroflexia, pero era obvio que los niños no. La miró sumamente aliviado al aparecer ella por la puerta. Joel había colmado su paciencia.
Este fin de semana también lo había pasado en casa. Después de que Joel preguntara por él, no había razón para que no lo hiciera. Había compartido gustosa su casa, la vida de su pequeña familia... Ahora, que todo había acabado, compartirían lo más importante: un hijo.
Lo descubrió el martes por la mañana. Era regular como la luna llena. Tras un retraso de 8 días, no le quedó más remedio que admitir la posibilidad y hacerse la prueba. El resultado fue “positivo”: estaba embarazada. Si bien no había sido buscado, sí era bienvenido. Era hija única, no quería que Joel estuviera solo, como ella. Deseaba un hermano para él, pero la separación de su marido no lo había hecho posible.
No era una noticia para comunicar por teléfono, sino en persona. Pretendía habérselo dicho ese fin de semana. Aunque eran tantas las cosas de las que tenían que hablar... Mucho se temía que a él le iba a costar asimilarlo y, con Joel en casa, pensó que era mejor posponerlo para el siguiente, en el que estarían solos.
Había algo más que quería contarle. A principios de año se planteó el trasladarse a Madrid, pero George no cesó de poner impedimentos. Cuando reconoció lo que sentía la idea había retomado fuerza, y el embarazo había sido determinante para decidirse. George seguiría en su empeño de obstaculizar, pero al final tendría que aceptarlo. Se mudaría a Madrid antes del comienzo del curso escolar. Una vez allí, le daría tiempo a Diego antes de proponerle que vivieran juntos. Sería muy duro para él pasar de ser independiente a convivir con otra persona, un bebé y un niño que no era suyo.
¿Qué había hecho tan mal en su vida para que sus errores recayeran sobre sus hijos? Joel veía a su padre unos pocos días al mes. Y, lo peor, lo más doloroso, aquella diminuta criatura que crecía en su interior jamás conocería al suyo. Se llevó una mano al vientre de forma inconsciente. ¿Qué iba a explicarle a su pequeño? ¿Que su padre desconocía su existencia? No tenía derecho a ello. Sin embargo, en su cabeza aun resonaban las palabras “capricho”, “estorbo”. ¿Calificaría a su hijo de igual manera? ¿Sería un tropiezo en su vida del cual tal vez quisiera deshacerse? ¿Qué podía esperar de un hombre al que no le importaba pasar por encima de su propia hermana, cuantas veces fuese necesario, para conseguir sus propósitos? ¿Cómo podía haber estado tan ciega para amar a alguien así?¿Qué tipo de venda se había puesto en los ojos esta vez?