Diego se levantó. ¿Qué diablos iba a hacer hasta la tarde en Londres?
El día anterior a estas horas se preparaba para la cacería. La veda del corzo había empezado el 1 de mayo en gran parte de la geografía. Había aprovechado el puente de mayo en Madrid para ir a La Rioja a inaugurar la temporada de caza. Subió el miércoles por la noche, pasó allí el jueves y parte del viernes, hasta que regresó a Madrid a dejar la escopeta y demás enseres, y cogió el avión hacia Londres. La Rioja, buena caza, magnífica bodega, suculenta comida y, en ocasiones anteriores, no faltaron bellas mujeres. Sólo que, en este caso, lo último no le había interesado.
Se quedó pensativo. ¿Realmente le compensaban estos fines de semana en Londres? ¿Tan sólo para pasar un par de noches con ella y regresar a Madrid a primera hora del domingo? No ponía en duda los otros, los fines de semana en los que quedaban en algún sitio, pero estos...
Decidió ir al gimnasio del hotel, otra cosa más a tener en cuenta para elegir un buen hotel.
Llegó a casa de Carla 5 minutos antes de la hora. Le abrió la puerta la que supuso que era la niñera. Alta, corpulenta, de unos cuarenta años y con cara de pocos amigos. Le extrañaba que Carla hubiera elegido una mujer con semejante aspecto para cuidar a su hijo. Detrás de la nanny apareció el hijo de Carla. "Hola, Diego", le saludó.
Diego se sorprendió. No creía que el niño pudiera acordarse de él. Sólo le había visto una vez un par de minutos y de aquello hacía semanas. Chico listo, pensó, seguramente había salido a su madre. El padre no debía de serlo si, tal y como había oído, había cambiado a una mujer por una muñeca.
"Mamá está poniéndose más guapa", prosiguió Joel sin esperar respuesta.
En ese momento apareció Carla, espléndida como siempre que se arreglaba para salir con él. Diego soltó una carcajada al pensar en lo que había dicho el niño y le contestó con un: "tienes toda la razón, chaval".
Carla les miró atónita. Después de la reacción de Diego la primera vez que vio a su hijo, no esperaba verle reírse con él.
Antes de salir Carla besó y abrazó a su hijo. Le hizo prometer que se portaría bien, algo que mucho se temía que no iba a cumplir del todo.
A Diego el musical no le entusiasmó, pero al menos le pareció entretenido. A ella lo que más le divirtió fue el mítico “Money”. “Money makes the world go around”, había repetido Carla con ironía, y con una maliciosa sonrisa añadió “ya ves que la máxima no es exclusiva tuya”.
Llegaron de nuevo a su habitación de hotel. Carla se encontró con una sorpresa, Diego había pedido que subieran la cena.
Las obras de teatro se representaban de ocho a diez de la noche. Los restaurantes londinenses cerraban en su mayoría a las diez y media. No había tiempo para cenar. Solían tener un menú pre teatro, pero a él no le apetecía cenar a media tarde. Lo mejor sería que llevaran una cena fría a su habitación antes de cerrar la cocina.
Carla no esperaba aquel detalle por su parte. Se rió: “Ya veo que no te arriesgas a dejarme otra vez sin cenar.”
Diego hizo caso omiso a su intento de provocación. Le encantaba aquella mirada burlona. Se acercó a ella y la besó.
No eran los besos hambrientos del día anterior, eran cálidos. Se estremeció, como siempre le ocurría con él. Diego le quitó con suavidad la chaqueta y, sin decir ni una palabra, el prendedor del semirecogido que se había hecho en el pelo. Le miró. ¿Era éste el mismo hombre que puso cara agria cuando le pinchó con la canción “Money”? Éste parecía casi cariñoso. Él la acarició y volvió a besarla. Cerró los ojos y contuvo un instante la respiración. La cena que él había encargado podía esperar, ahora necesitaba amar cada centímetro de su piel.
Levantó curiosa la campana protectora de los platos. Tenía hambre. Foie gras, salmón marinado, varios tipos de queso, un postre con chocolate... Sonrió. La conocía bien.
Diego salió del baño, con el albornoz del hotel, para verla aún con la sonrisa y con su camisa puesta. Ella se acercó a él, le dio un tierno beso y le susurró: “gracias”. No entendió porqué se las daba.
En la cama Carla le abrazó para dormir. Diego volvió a sentir su grato calor. Cerró los ojos. Quizá sí le merecía la pena.
El día anterior a estas horas se preparaba para la cacería. La veda del corzo había empezado el 1 de mayo en gran parte de la geografía. Había aprovechado el puente de mayo en Madrid para ir a La Rioja a inaugurar la temporada de caza. Subió el miércoles por la noche, pasó allí el jueves y parte del viernes, hasta que regresó a Madrid a dejar la escopeta y demás enseres, y cogió el avión hacia Londres. La Rioja, buena caza, magnífica bodega, suculenta comida y, en ocasiones anteriores, no faltaron bellas mujeres. Sólo que, en este caso, lo último no le había interesado.
Se quedó pensativo. ¿Realmente le compensaban estos fines de semana en Londres? ¿Tan sólo para pasar un par de noches con ella y regresar a Madrid a primera hora del domingo? No ponía en duda los otros, los fines de semana en los que quedaban en algún sitio, pero estos...
Decidió ir al gimnasio del hotel, otra cosa más a tener en cuenta para elegir un buen hotel.
Llegó a casa de Carla 5 minutos antes de la hora. Le abrió la puerta la que supuso que era la niñera. Alta, corpulenta, de unos cuarenta años y con cara de pocos amigos. Le extrañaba que Carla hubiera elegido una mujer con semejante aspecto para cuidar a su hijo. Detrás de la nanny apareció el hijo de Carla. "Hola, Diego", le saludó.
Diego se sorprendió. No creía que el niño pudiera acordarse de él. Sólo le había visto una vez un par de minutos y de aquello hacía semanas. Chico listo, pensó, seguramente había salido a su madre. El padre no debía de serlo si, tal y como había oído, había cambiado a una mujer por una muñeca.
"Mamá está poniéndose más guapa", prosiguió Joel sin esperar respuesta.
En ese momento apareció Carla, espléndida como siempre que se arreglaba para salir con él. Diego soltó una carcajada al pensar en lo que había dicho el niño y le contestó con un: "tienes toda la razón, chaval".
Carla les miró atónita. Después de la reacción de Diego la primera vez que vio a su hijo, no esperaba verle reírse con él.
Antes de salir Carla besó y abrazó a su hijo. Le hizo prometer que se portaría bien, algo que mucho se temía que no iba a cumplir del todo.
A Diego el musical no le entusiasmó, pero al menos le pareció entretenido. A ella lo que más le divirtió fue el mítico “Money”. “Money makes the world go around”, había repetido Carla con ironía, y con una maliciosa sonrisa añadió “ya ves que la máxima no es exclusiva tuya”.
Llegaron de nuevo a su habitación de hotel. Carla se encontró con una sorpresa, Diego había pedido que subieran la cena.
Las obras de teatro se representaban de ocho a diez de la noche. Los restaurantes londinenses cerraban en su mayoría a las diez y media. No había tiempo para cenar. Solían tener un menú pre teatro, pero a él no le apetecía cenar a media tarde. Lo mejor sería que llevaran una cena fría a su habitación antes de cerrar la cocina.
Carla no esperaba aquel detalle por su parte. Se rió: “Ya veo que no te arriesgas a dejarme otra vez sin cenar.”
Diego hizo caso omiso a su intento de provocación. Le encantaba aquella mirada burlona. Se acercó a ella y la besó.
No eran los besos hambrientos del día anterior, eran cálidos. Se estremeció, como siempre le ocurría con él. Diego le quitó con suavidad la chaqueta y, sin decir ni una palabra, el prendedor del semirecogido que se había hecho en el pelo. Le miró. ¿Era éste el mismo hombre que puso cara agria cuando le pinchó con la canción “Money”? Éste parecía casi cariñoso. Él la acarició y volvió a besarla. Cerró los ojos y contuvo un instante la respiración. La cena que él había encargado podía esperar, ahora necesitaba amar cada centímetro de su piel.
Levantó curiosa la campana protectora de los platos. Tenía hambre. Foie gras, salmón marinado, varios tipos de queso, un postre con chocolate... Sonrió. La conocía bien.
Diego salió del baño, con el albornoz del hotel, para verla aún con la sonrisa y con su camisa puesta. Ella se acercó a él, le dio un tierno beso y le susurró: “gracias”. No entendió porqué se las daba.
En la cama Carla le abrazó para dormir. Diego volvió a sentir su grato calor. Cerró los ojos. Quizá sí le merecía la pena.