domingo, 9 de agosto de 2009

41. ¡En Francia!

No paraba de darle vueltas. Su hermana se había apresurado en satisfacer su curiosidad sin brindarle la oportunidad de exponerla siquiera. Era obvio que deseaba desviar su atención de aquella hoja. En el intento había logrado justo lo contrario. El mapa, marcado en varios puntos, contaba pues con una insospechada importancia. ¿Desde cuando sus preferencias se decantaban por el norte de Francia en lugar de por su adorada Costa Azul? ¿Podía una población cualquiera atraer a una enamorada del lujo, el sol y la playa? Quizás era cierto que planeaba un viaje, pero dudaba que éste tuviera relación con unas vacaciones. ¿Cúal podría ser el motivo para pretender disfrazarlo? ¿Tal vez el paradero de Carla? Sandra aseguraba desconocerlo, pero era obstinada. Carácter de la familia. Posiblemente habría obtenido algún indicio en la llamada de días atrás, momento que su hermano eligió para iniciarse en el “lanzamiento de móvil”, y no pararía hasta localizarla. Era indudable que sabía algo.

Diego tenía derecho a conocer a su hija. Sandra no tenía excusa para negarle dónde se hallaba la madre. Entendía que su intención era proteger a su amiga. Alguien con quien jamás tuvo mucho trato. Sin embargo, no creía que el bebé fuera lo único que le importara a su hermano. No lo veía volando todos los fines de semana para encontrarse con una mujer por un flirteo pasajero. Tras su regreso a la revista se había encerrado aún más en sí mismo. Rehuía todo contacto humano. De hecho, en las últimas semanas sus ojos desprendían fuego.

Estaba decidida. Hablaría con ella. A la puerta de la sala acristalada, la observó colgar el teléfono con expresión de resolución. Golpeó la puerta con los nudillos. Ella dirigió su mirada hacia afuera con sorpresa, casi sobresalto. Entró sin darle tiempo para reaccionar.
- Caye, ¿algún otro problema con los temas de ayer?
- No. En esta ocasión es otro asunto el que deseo tratar contigo.
- Tú dirás - mientras se rebullía en su sillón con un gesto de incomodidad.
- Nuestra futura sobrina - respondió, resuelta a saltarse los rodeos.
La reacción inmediata a sus palabras fue un respingo.
- Carla no ha vuelto a contactar conmigo...
- Sandra – la interrumpió – soy tu hermana. Te conozco. Me extrañó que ofrecieras el puesto a Diego a sabiendas de lo que ello podría traer consigo. Ahora comprendo porqué: le querías cerca. No te ibas a quedar con los brazos cruzados ante una situación que te atañe por partida doble.
Casi en un suspiro, echándose hacia atrás:
- No.
- Y aseguraría que habrás empleado alguno de tus métodos para descubrir el lugar en el que ella se encuentra.
- ¿Qué te hace pensar eso?
- ¿Qué haría una sibarita como tú en una ciudad perdida del norte francés?
- Touché!
- ¿No crees que Diego tiene derecho a enterarse?
- Derecho sí, que sea o no pertinente, es otra cuestión.
- ¿A qué te refieres?
- El dónde no es lo único que acabo de confirmar. No lo ha pasado bien. Necesita tranquilidad y, en estos momentos, nuestro hermano parece un tigre enjaulado dispuesto a saltar.
- No fue un mero escarceo, ¿verdad?
- No, no lo fue. Sospecho que por esa misma razón no le perdona que haya desaparecido, ocultándole que van a tener un hijo. Me figuro que ahora priman la ira, el rencor, sobre los sentimientos que pudo albergar hacia ella.


Entró al edificio de no muy buen humor. Venía de una presentación. Una a la cual no deseaba acudir, y cuya invitación cedió a su hermana, sugiriéndo que era un evento propio de su cargo, que, a decir verdad, aún no sabía cuál era. Pero Sandra, que siempre mostraba un especial interés en recordarle que mantenía el control mayoritario de las acciones y, por tanto, su asistencia a cualquier encuentro era pues obligada y pertinente, se había excusado. Más bien se había negado en rotundo, alegando tener atrasada la lectura de la variedad de informes y estudios con los que él se encargaba de inundarle el despacho. Para colmo añadió que esperaba que no precisara de una niñera para representar de forma adecuada a la revista. Tentado estaba de dejarles a su libre albedrío, a ver si eran capaces de salir de la situación en la que se habían metido. Dedicarse en exclusiva a sus negocios, sus inversiones...

La Blackberry le indicó la llegada de un nuevo mensaje. Un e-mail de Andrea con los datos que le había solicitado por la mañana. Se había traído a su ayudante personal. Alguien eficiente. No como parte del personal que pululaba por allí. Para muestra su sobrina postiza, que andaba dándole palique a un par de adictas a los cotilleos. Se habían equivocado de editorial. Eran idóneas para una de prensa rosa, no para una que pretendiera seriedad en sus publicaciones. ¿Por qué su hermana no aprovechaba su dinero para enviar a aquella jovencita a alguna universidad del pimpampum de las que tanto abundaban últimamente? Al menos estaría ocupada. De camino al ascensor no pudo sino escuchar parte de la charla:

- Me he tirado horas pegada a la pantalla. He tenido que localizar a cierto jefazo de una universidad.
- ¿Has decidido continuar tus estudios? Tu madre estará contenta.

Su hermana, al fin, había decidido hacer algo sensato. Pulsó el botón de llamada y esperó impaciente mientras la tertulia seguía a sus espaldas, a escasos dos metros de él.

- Teniendo en cuenta que era ella la que estaba como loca por hablar con él...
- Estará haciendo uso de sus contactos para conseguirte un buen trato.
- Si piensa que va a deshacerse de mí mandándome al extranjero, va lista.

Sandra se había cansado de su papel de madre adoptiva. Tenía que llegar.

- Aunque me parece que se trata de un viejo lío de juventud.
- ¡Sandra con un profesor universitario! Pensaba que le iban más los cuerpos de gimnasio.

No podía sino asentir. Las predilecciones de su hermana se dirimían por el aspecto, no por el cerebro, del sujeto en cuestión. ¿Por qué tardaba tanto aquel maldito ascensor? ¿Cuánto tiempo llevaba recorrer cinco plantas? Las cotorras seguían sin inmutarse lo más mínimo.

- A lo mejor el hombre en su época estaba cañón. – Alegó la primera.
- Pues te aseguro que en la actualidad estará calvo, con gafas y una tripa de consideración. - Respondió la segunda.
- ¡Cómo eres! - Le reprochó la otra.
- Sí, sí. Ellos se creen que inmunes al paso del tiempo, pero te aseguro que envejecen más y peor que nosotras.
- ¿Lo dices por ti?
- Oye bonita, yo estoy estupenda. ¡Divina!
- No hay más que verte.

Lo que le faltaba: pelea en el gallinero. Dudaba entre darse la vuelta y llamarlas al orden, o mandarlas directamente al paro, cuando la puerta del ascensor se abrió. Su sobrina, que había permanecido muda ante las últimas apreciaciones, le tomó la delantera e impuso paz:

- ¡Chis! Bajad la voz. ¿Queréis que se enteren todos?

Imaginó hacia quién se dirigieron sus miradas. Dio un paso al frente deseando llegar cuanto antes a su despacho. Hasta él llegaron las últimas palabras de Paula:

- Sea como sea, prefiere que no se sepa...

La puerta se cerró. ¿Desde cuando era Sandra discreta en lo que a hombres se refería? Siempre había hecho alarde de su fortuna... y de sus muchos amantes. Seguramente se trataba de un hombre casado.

Dejó el maletín sobre su escritorio. No se quitaba a las chismosas de la cabeza. No, si el foco era Sandra. Profesor, extranjero, ¿secreto?... No cuadraba. ¿Cómo la llamada del supuesto fontanero? Salió en su busca. La encontró en su despacho, con Cayetana. Por su semblante dedujo que el tema de conversación era importante. ¿Referente a la empresa? ¿O quizá le revelaba lo que a él le estaba vedado? Decidió salir de dudas. Empujó la puerta sin llamar, olvidando toda norma de urbanidad, a tiempo para oír decir a la benjamina:
- ... considero que debe saberlo...
Corroboraba en parte sus sospechas.
- ¿Interrumpo?
Cayetana se giró hacia él. Sandra, seca, sólo le preguntó:
- ¿Qué quieres Diego?
- Sumarme a la reunión familiar. ¿Acaso no soy bienvenido?

Se sentó comodamente en la silla libre, cruzando una pierna sobre la otra, sin que ninguna de las dos dijera nada.
- ¡Vaya! Yo creía haber llegado en plena confidencia... y resulta que se os ha comido la lengua el gato.
Sandra parecía atravesarlo con la vista. Cayetana, en cuya opinión aquella no era la mejor manera de abordar un asunto tan delicado, intentó mediar:
- ¿Te tomas un café conmigo? Sandra y yo ya habíamos acabado.
- Mejor, mucho mejor. Así nuestra hermana mayor y yo podemos continuar cierta conversación pendiente.
- Diego, no es el momento. - Subrayó Cayetana. - Tomemos ese café.
- Es el momento idóneo. ¿No considerarías injusto que compartiera cierta información con otras personas y no con el principal y único interesado?
- Diego... - volvió a repetir ella.
Sandra intervino:
- No te preocupes, Caye. Déjanos.
- ¿Estás segura?
- Sí. Esto debemos resolverlo los dos.
Diego observó como la pequeña abandonaba el despacho. Se quedó frente a la promogénita.
- ¿Y bien? - le interrogó ella.
- Me temo que esa pregunta debería hacerla yo.
A pesar de todo, no parecía dispuesta a soltar prenda. Tendría que insistir.
- ¿Vas a decirme dónde se encuentra?
- ¿Dónde? ¿No te interesa sabér cómo?
- Estoy teniendo mucha paciencia contigo, hermanita. ¿Dónde se ha escondido?
- ¿Escondido? Se ha alejado de ti que, sinceramente, es lo que debería haber hecho desde un principio.
- No pretendo escuchar tus juicios, sólo saber dónde está.
- ¿Para qué quieres saberlo?
- Va a tener una hija mía.
- Hace poco lo dudabas.
En ese punto su hermano perdió parte de su, al menos aparente, calma.
- ¡Es mía! - No podía serlo de nadie más. - Mía... tanto como suya...
- Tú nunca has deseado tener hijos. ¿Por qué te interesa esa niña?
Él lanzó lo que podría considerarse un rugido:
- ¿Qué tipo de desnaturalizado piensas que soy? ¿Me crees de esos que van dejando hijos por el mundo sin importarles nada?

Ni siquiera a día de hoy era capaz de admitir que el bebé no era lo único que quería recuperar. Tal vez necesitara un empujoncito. Se levantó del sillón. Dio la vuelta a la mesa y se sentó en el borde, junto a la silla que instantes atrás había ocupado Cayetana:
- Si te diera a elegir entre ellas y Bulevar, ¿con qué te quedarías?
- ¿Qué intentas? ¿”Venderme” la información?
- Tú solo responde. ¿Carla y tu hija? ¿O la revista?
Los ojos de su hermano habían lanzado una llamarada con solo oír su nombre. Su boca no se abrió. Estaba lidiando una batalla. Sólo sus facciones mostraban la lucha interior. Se aferraba a ese bebé, aún no nacido, para justificarse a sí mismo buscarla con ahínco, anhelar que regresara a su lado. El hombre que se había esmerado toda su vida en no mostrar a los demás que tenía sentimientos, no podía reconocer que los tenía y que estos, además, eran capaces de ganar a sus intereses.
- Sabes que tarde o temprano lo averiguaría. - Fue lo único que obtuvo de él.
- Más tarde que temprano. - Volvió a ocupar su sillón. - ¿Qué harías si te dijera cómo encontrarla?
De nuevo otra mirada como respuesta.
- No se encuentra bien, Diego. - Jean podría haberle dulcificado la situación para tranquilizarla.
- ¿Dónde? - Con un tono de voz muy bajo, que hacía parecer la pregunta una súplica. No una exigencia como las anteriores.
Observó al hombre altivo, a su hermano el orgulloso, cómo, con una involuntaria expresión de dolor y los ojos cerrados, practicamente le rogaba, de la única forma que sabía, que le dijera el paradero de la madre de su hija, de la mujer a la que, a pesar de no reconocerlo, amaba. Cayetana estaba en lo cierto. Diego quería conocer a su hija. Sólo esperaba no arrepentirse.
- En Francia.

¡Francia! Él la buscaba en Italia. Su hermana le había acusado en repetidas ocasiones de no conocerla. Conocía... cada recoveco, cada centímetro de su piel. Sin embargo, apenas nada de su pasado. Salvo su faceta de modelo. Había decidido pues “conocerla” para poder dar con ella. Por algún motivo recordó a Carla moviéndose en Roma como pez en el agua. Su impecable italiano. El recibimiento del anciano dueño de aquel diminuto restaurante. La había llamado “bellissima ragazza”. Era evidente que era cliente desde hacía mucho. El trato fue absolutamente preferente cuando la “ragazza” se rió al revelar ser un año más vieja. Y, sobretodo, aquella sonrisa de bruja al señalar que aún guardaba algún pequeño secreto. Tras indagar, averiguó el misterio: era medio italiana. Hija única, sus padres murieron en un accidente de aviación siendo ella muy pequeña. La crió su abuela, originaria de la Ciudad Eterna y traductora de italiano. No era de asombrar su dominio de la lengua: disponía en casa de la mejor profesora.

Al parecer su antecesora enfermó, a la par que ella empezaba su carrera sobre la pasarela, para perecer poco después. La investigación también había servido para darse cuenta de que Sandra no era en modo alguno la inconsciente que todos habían creído. Fue tras morir la abuela de Carla cuando ella la invitó por primera vez a pasar unos días en la finca de Cantabria. Su hermana, quien parecía no preocuparse por nadie que no fuera ella misma, procuró arroparla ante la pérdida de su única familia. La amistad entre ambas iba más allá de unas meras noches de fiesta, como él había supuesto. Ahora intentaba protegerla de él, de su hermano. La anteponía a su propia sangre y, en cierto modo, dolía...

Después de sus descubrimientos pensó que tal vez poseería alguna vivienda en Italia o conservaría algún allegado. Decidió buscarla allí... erróneamente.

Levantó la vista. Sandra, que había permanecido en silencio, estudiando cada reacción suya, comprendió perfectamente lo que le pedía: más detalles.
- ¿Debo fiarme de ti, Diego? ¿Puedo confiar en que, por una vez en tu vida, harás lo correcto?
Movió la cabeza de forma afirmativa.
- Espero no tener que lamentarlo. - Grave – Lille.

¡Lille! ¿Dónde diablos estaba eso?

9 comentarios:

Io dijo...

¡Qué alegría que hayas vuelto a escribir!

Me ha gustado el relato. Es una situación muy dinámica, muy real y muy bien escrita.

Lo de la revista y Boulevard me suena de algo... :) pero es que yo no veo mucho la tele. Si es así, me parece además una idea muy original. Y muy romántica!!! Me encantaría saber si llegan a encontrarse, y qué sucede entonces.

Me gusta cómo escribes, cómo expresas. Sigue haciéndolo, porfi, no dejes de escribir.

Un besazo, guapetona!

Elvira dijo...

¡Qué bien que te hayas animado otra vez! El relato (capítulo) mantiene el interés todo el rato, el lector está atento para ver qué pasa. ¡Qué intriga! Sigue y no lo dejes, guapa! Besos

Anónimo dijo...

Hola Khata,

Ha valido la pena esperar. A pesar del tiempo transcurrido los personajes continuan manteniendo mi expectación hasta la última frase.
Continua y que termines de disfrutar del verano.

Aislyn

Elena Rosa de Plata dijo...

Hola guapisima

Ya se te echaba de menos por aquí a tí y tu historia, así que así es difícil decepcionarnos.

Ha sido muy sorprendente la revelación del pasado de Carla, la verdad que me ha pillado tan de sorpresa que supongo que el propio Diego. Realmente teníamos presente a la Carla de ahora y no también a la de antes.

Muchos besitos, yo ando entre el descanso de las vacaciones y mi mini trabajo de profesora particular de una prima mía.

Katha dijo...

Hola chicas,

Os he cambiado ligeramente el final. Hoy me he dado cuenta de que Sandra se habría rendido demasiado pronto. Ahora primero le dice que está en Francia y luego, tras la reflexión de Diego y preguntarle si se puede fiar de él, le daría el nombre de la ciudad concreta.

Yo ando perdida por tierras castellano-leonesas, "aprovechando" una conexión wi-fi que he descubierto cerca.

Tengo que dejaros.
Besos a todas y muchas gracias por vuestra compañía.

CHAO

Elena Rosa de Plata dijo...

Acabo de ver tu comentario en mi blog personal xDDDDDDDD.

Pues ya ves, yo tampoco veía a los Pacos menos ese día que es que estaba de vacaciones en un hotel en Roquetas de Mar. Por lo demás, ná de ná.

PD: Por cierto ¿puedes o no puedes leer el blog? jajajaja

Anónimo dijo...

Hola Khata

Este mediodia haciendo "zapping" porque en la tele siguen tan inspirados como siempre, he acertado a dar con la FDF en el momento justo que empezaban "Yo soy Bea",( a las 2 del mediodia) la buena , la nuestra, la de Beíta, Alvarito, Dieguito el malo, Sandra antes de Sonsoles, Barbarita...
No sé, por si sientes nostalgia.
Pero no tratan muy bien a los sufridos feonautas...sólo ponen un cápítulo y con los sabidos cortes publicitarios.
Espero que el verano te haya ido bien, y nos "regales" más a menudo otro de tus "trocitos de cielo".
Hasta pronto. Aislyn.

Elvira dijo...

Acabo de poner tu grabado favorito de Utamaro en mi blog. Un beso

Io dijo...

Hola guapetona!

Gracias por tu visita. Siempre es una alegría tener noticias tuyas.

Yo también he venido a ver si has escrito algo nuevo, pero está visto que estamos las dos de capa caída :(

En fin, los genios de la literatura siempre se hicieron de rogar :)

Espero que estés bien, y que esta ausencia de entradas de deba a un problema de tiempo nada más.

Cuídate.

Un besazo!