- ¡Ya lo apago! - Número desconocido. Seguramente propaganda... ¡No! Lo silenció y se levantó. - Si me disculpáis. Será sólo un minuto, tengo una avería en casa y llevo dos días esperando al fontanero. No sabéis lo que es ducharse con agua fría. Continuad sin mí.
Descolgó apenas salir por la puerta.
Su salida no sentó muy bien a los demás asistentes, especialmente a Diego, que prosiguió con la reunión deseando que ésta acabase lo antes posible. Sin embargo, su atención no estaba en lo que su principal opositor decía. No le escuchaba. La excusa de su hermana no sonaba demasiado convincente, su expresión de sobresalto tampoco. De pronto una idea surgió en su cabeza y abandonó a su vez la sala, ante los atónitos presentes, sin molestarse en dar explicación alguna. Se hallaban en su despacho. ¿Dónde habría ido? Se encaminó hacia el suyo propio. Abrió la puerta. Allí estaba. Confirmaba su sospecha. No necesitaba un sitio retirado para hablar con el fontanero. Fue hacia ella y le quitó el teléfono de la mano.
- ¿Sandra?
Cerró los ojos. Su voz al otro lado.
- Sandra, ¿estás ahí?
La misma que oía antaño. Primero una vez por semana, después, en los últimos tiempos, hasta tres. La voz enmudeció, un click la sustituyó. Había colgado.
- Es una niña. - Carla acababa de visitar al ginecólogo y la había llamado para compartir la buena nueva con ella: era una niña y, a pesar de los resultados de unas pruebas iniciales, la última había sido concluyente, el bebé estaba bien.
¡Niña! Buscó en la lista el número llamante: desconocido. ¡Ni eso! Impotente, estampó el teléfono contra la pared lleno de rabia.
Cayetana les había seguido. ¿A qué estaban jugando? ¡No podían abandonar la junta a su capricho y dejarles esperando! Abrió la puerta justo a tiempo para ver a Diego lanzar el móvil.
- ¿Se puede saber qué os pasa a los dos? - Cada vez estaban peor, las miradas y palabras que cruzaban expresaban puro odio, pero aquello era la gota que colmaba el vaso.
Diego salió sin abrir la boca.
Miró a Sandra:
- ¿Va a contarme alguien qué es lo que ocurre?
- Creo que deberíamos suspender la junta hasta mañana.
- No me refiero a eso. Lo que quiero saber es lo que os sucede a vosotros.
- Es mejor que te sientes, Caye.
- ¡Por fin! Ya era hora de que dejarais de mantenerme al margen.
- Vas a tener una sobrina.
- ¿Vas a adoptar a otra adolescente? No estoy de acuerdo Sandra, pero es tu vida. No lo veo motivo para que Diego y tú estéis en una pelea continua.
- No Caye, esta vez no se trata de mí.
- ¿Entonces?
- De Diego.
- ¡Diego!
- Sí. Va a ser padre.
- ¿Cómo? ¿Con quién?
- Con Carla.
No salía de su asombro.
- Pero... si vive en Londres...
- Vivía. Se reencontraron cuando ella hizo el reportaje para la revista y empezaron a salir juntos. - Los ojos de su hermana asemejaban dos platos – Se veían los fines de semana.
No podía creer lo que oía. No imaginaba a su hermano viajando los fines de semana a Inglaterra para estar con una mujer. Ahora entendía algunas cosas: aquellas semanas de buen humor, su interés por las obras de teatro a las que había asistido últimamente, con quién habría ido a ver “Cabaret”... el cambio radical desde su regreso a la empresa.
- ¿Qué pasó?
- Nuestro querido hermano, como es su costumbre, la fastidió. Carla no le contó que estaba embarazada y cuando él por fin se enteró, ella había desaparecido. Aunque no lo reconozca, está desesperado por encontrarla.
- ¿Desde cuando estás al tanto de todo esto?
- Desde el día que él intentó hacerse con el poder. Ella nos descubrió en plena discusión. Lo dejaron y me lo confesó todo. Diego no me perdona que estuviera enterada y se lo haya ocultado.
- Yo tampoco lo haría.
- Se lo prometí a Carla y, en cualquier caso, no me correspondía a mí darle la noticia.
- ¿Cómo lo ha sabido?
- De la peor forma: por la prensa.
Cerró el móvil. Se llevó la mano al vientre. Su niña. Lo único que importaba era que su niña estaba bien. Habían sido unas semanas horribles, llenas de angustia e incertidumbre. Cuando el médico le explicó que los datos que ofrecían los análisis preliminares eran sólo orientativos, pero pesimistas, le invadió la desesperación. El doctor le habló de su edad, de la posibilidad de la amniocentesis. La prueba implicaba riesgos, controlados, inferiores al 1%, pero riesgos. Le indicó que la decisión estaba en su mano, pero que era preferible que pasara el resto del embarazo lo más tranquila posible. Continuaba bastante débil y el estrés añadido no beneficiaría al bebé.
La simple palabra “aborto” la horrorizó. ¿Qué hacer? Durante días la preocupación le hizo sentir una opresión en el pecho que no la dejaba respirar. Resolvió salir de dudas y estar preparada para afrontar el resultado, cualquiera que fuera. Gracias a dios, el bebé se desarrollaba con normalidad.
Llegó a casa. Joel apareció corriendo:
- ¡Mamá!
Se agachó para darle un beso.
- Hola, cariño.
La niñera salió detrás del niño. Ante su aspecto cansado:
- ¿Se encuentra bien, señora?
- Sí, Beth, gracias. - Sonrió, hacía tanto tiempo que no podía sonreír de forma sincera.
- ¿Qué es? ¿Qué es? - Se interesó el pequeño.
- Vas a tener una hermanita. - Le hizo una caricia a su hijo que, tras ver satisfecha su curiosidad, fue de nuevo a jugar.
Se dirigió a la cuidadora:
- Voy a descansar un poco y después podríamos bajar al parque.
Su interlocutora asintió con la cabeza.