martes, 14 de octubre de 2008

36. ¡Mío!

Estrujó la revista en su mano. ¿Sería cierto lo que la cabeza de chorlito de Bárbara estaba chismorreando? Ella... ¿embarazada? ¿De quién? Sintió una ola de furia dentro de sí. ¿Tan pronto se había dejado caer en otros brazos? Descargó el puño libre contra la mesa con toda su fuerza. El dolor físico del golpe no pudo acallar ese otro que sentía en su interior. A él se le hacía insoportable el contacto con otras mujeres y ella... iba a tener un hijo con otro. No era suyo. ¡Imposible! No era ningún imprudente, siempre utilizaba protección. No era una norma, era un mandamiento. No estaba dispuesto a correr riesgo alguno en sus revolcones. Con ella tampoco... La usaron en todas y cada una de las ocasiones. Si bien, dado el cariz perdurable de la relación, llegó a pensar en proponerle emplear algún otro método.

¡Dios! ¡El sábado de Copenhague! - Se dejó caer en su silla. - Esa noche entendió el motivo por el que ella nunca bebía. Apenas una copa de vino y un par de sorbos del cóctel sirvieron... para animarla. Llevaba aquel vestido rojo que la convertía en el centro de tantas miradas. En esta ocasión no le molestaron. Que se contentaran con mirar. El que la tenía por las noches, entre sus brazos, era él. El vestido acabaría, de nuevo, a sus pies.

Una vez en la habitación, Carla, desinhibida, no recordó las acostumbradas precauciones... Hasta en eso había sido distinta. Con las otras era él mismo quien se ocupaba de ello, sin embargo, en sus noches, era ella quien se encargaba... con suma delicadeza. Puede que ella no estuviera en disposición de acordarse de tales menesteres, pero él sí. ¿Por qué no lo hizo? ¿Tal vez el alcohol le afectó más de lo que había imaginado?

Miró a la nada. La evocó encima de él, bromeando: “Señor de la Vega, voy a tener que aprovechar que le tengo en mi poder, y que hoy estoy un tanto achispada, para confesar... que me tiene usted... atrapada.” Dio media vuelta en la cama con ella. Ahora sí que estaba atrapada. Esperaba oír su risa, pero no fue así. Sólo esbozó una sonrisa y le susurró “mi amor”. Sus ojos ya no se burlaban, no había rastro de ironía en su voz. No albergó duda alguna sobre la sinceridad de aquellas dos simples palabras. - Apoyó la cabeza en su aún dolorida mano.- Y él, que no se permitía a sí mismo ningún fallo, la besó... y se olvidó del resto.

A la mañana siguiente era demasiado tarde para arrepentirse. Era una mujer sana, cuyo mayor vicio eran los dulces, y que elegía muy bien a sus compañeros de alcoba. No tendría por qué pasar nada. Jamás cruzó por su mente que, como resultado, pudieran tener un hijo. Su hijo. Si era suyo, ¿por qué diablos no se lo había comunicado? ¿Acaso creía que por haberlo dejado se desentendería de todo?

De pronto vino a su memoria la imagen de Carla abrazada a su cuello aquel fatídico lunes: “tenemos que hablar de algo muy importante”. Tras lo sucedido, no había dado consideración alguna a esas palabras. Y, después, al despedirse de él ante la puerta de Bulevar, había enfatizado un “todo lo que te pierdes”. Si había algo primordial en la vida de Carla, era su hijo. Para ella no había nada más importante que un hijo.

¡Maldición! ¡Ella lo sabía! Sabía que estaba embarazada, que esperaba un hijo suyo, y se fue sin decírselo. Si se lo hubiera revelado aquel último fin de semana, él jamás habría... La ira se apoderó de él. Nada le daba derecho a ocultárselo, a negarle algo que también era de él, a privarle de su hijo.

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